Opinión

Audacia y esperanza

Audacia y esperanza

Audacia y esperanza / Juan Carlos Vázquez

Comparto con Baltasar Gracián que hay que poner un gramo de audacia en todo lo que hagamos, también en la hermandades y cofradías. Optar por lo establecido sin siquiera preguntarse qué pasaría si no lo hiciéramos es el camino más directo a la momificación como instituciones. Cuestionar de vez en cuando ese axioma del esto siempre se ha hecho así no es una pose modernita sino ser coherentes con la esencia de nuestras hermandades y cofradías, formadas por hombres y mujeres incardinados en el aquí y el ahora, con los problemas e incertidumbres propios de su tiempo.

Por supuesto que somos algo más que meras asociaciones humanas: somos Iglesia y, por tanto, Cuerpo Místico de Cristo. Y esto, más que alejarnos de la realidad y de la sociedad en que vivimos, nos compromete con nuestro tiempo exigiéndonos mostrar a Cristo y seguir construyendo su Reino con las herramientas a nuestro alcance. Pensar y actuar de manera creativa -sin renunciar nunca a lo mejor de nuestra tradición y al esplendor de nuestras cofradías- para seguir anunciando la Buena Nueva a todos debería ser una seña de identidad de los cofrades; ésa es la nueva evangelización a la que nos llama el Papa Francisco.

Claro que continuaremos cayendo en polémicas miopes, en absurdas discusiones, en posturas de fuerza, en egoísmos e intransigencias, en luchas de poder y en otros pecados consustanciales a corporaciones vivas, formadas por hombres y mujeres, que comparten las miserias y grandezas propias del ser humano. Caer es condición sine qua non para levantarse y avanzar. Se trata de levantarse siendo un poco más sabios y menos soberbios, mirando al frente con nuevos ojos y llevando el machete de la audacia para desbrozar sendas inéditas.

Me apasiona hablar de la audacia en las hermandades porque soy un hombre de esperanza, y mi Esperanza no es contemplativa, sino inductiva: nos impele a trabajar, a comprometernos, a involucrarnos, a imaginar, a ambicionar, a desterrar miedos, a errar, a caer y levantarnos, a complicarnos la vida en definitiva. No la siento como una esperanza abstraída de la realidad ni de los problemas de nuestra sociedad; muy al contrario, comprometida con el ahora y avizor con los retos que nos planteará el futuro. Porque esta Esperanza a la que rezo todos los días se funda en un Dios de vivos, y como tal debe ocuparse de las cuitas y necesidades de los vivos, de los hombres y mujeres actuales, sin olvidar a las generaciones futuras.

A las puertas de un cambio de era tenemos un reto como hermandades. De entre los muchos instrumentos de transformación social y personal que existen, quizás el más potente -y audaz- sea la esperanza. Una esperanza entendida desde lo espiritual y teológico pero que va más allá proponiéndose como motor para el cambio y luz para abrirnos caminos aún en la más absoluta oscuridad de nuestro día a día. Una esperanza audaz, que nos ayude a vivir en apertura, y sin miedos, a los demás y a Dios

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