Opinión

Relicarios

La función a la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso.

La función a la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso. / M. G.

Estuve a su lado en la función del triduo de la Virgen. La conozco desde que yo empecé a frecuentar la hermandad con más asiduidad. Siempre estaba allí: en el quinario, en el triduo, en las distintas misas preceptivas de las reglas, en las tómbolas..., en todos los actos que organizaba la corporación: allí estaba ella.

En mis ocho años de prioste fue cuando pude tratarla con más profundidad. El cuidado, la atención, la ayuda en todo lo concerniente a las labores propias de una camarera eran en ella encomiables. En la hermandad no hay tal cargo, pero ella lo ejercía como si lo hubiera. Nunca tenía un "no" para lo que la priostía le pidiera. Siempre dispuesta a todo, con buena cara, obediente y servicial para mayor gloria de su bendita madre del Mayor Dolor y Traspaso.

En aquel acto litúrgico se entregan unos relicarios con un recuerdo del Señor, a los hermanos que han cumplido 75 años en la nómina de la hermandad. Yo le pregunté a Maricarmen, que así se llama ella: "¿Llegaremos a que nos regalen uno?".

Giró levemente su cabeza y con su típica y cariñosa mirada socarrona, me dijo escuetamente: "No lo creo, pero no me importaría tener uno".

El día anterior, después del triduo, estuve cenando con otro gran amigo. Es de esos que no falla nunca a nada. Como Maricarmen. Rafael es de los que está sin que les pidan que esté. Entró de forma casual, tal como Dios hace las cosas, con naturalidad y sin nada extraordinario, como ayudante de clavería y desde ese momento no se ha despegado de la hermandad.

Para mí ha sido un honor y una satisfacción haber vivido momentos tan entrañables y fervorosos junto a muchas personas de la hermandad que, como Maricarmen y Rafael, nunca tendrán un relicario de los antes referidos, pero ellos mismos llevan dentro de sí la mayor reliquia que podemos poseer: el amor y la devoción al Señor del Gran Poder y a María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso.

Mi agradecimiento a todas esas personas que, en silencio, sin alardes y vanaglorias, hacen ese servicio perenne y constante a nuestras Hermandades por amor a sus sagradas imágenes. Para ellos todo mi cariño y mi reconocimiento.

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