En la vejez no me abandones (Sal 71)

Las hermandades, todas, consideran y tienen atenciones con los hermanos veteranos; pero Francisco explicaba que hay que dar un paso más

Así es la rosa

Imagen de archivo de hermanos veteranos en la Hermandad de la Macarena.
Imagen de archivo de hermanos veteranos en la Hermandad de la Macarena. / D. S.

08 de junio 2025 - 18:16

"Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída", este ruego, tan espontáneo como vehemente, de los discípulos de Emaús que relata el evangelio de San Lucas, sintetiza la oración que muchos hermanos dedican a Dios en su vejez: 'Señor, me has acompañado durante toda la vida, en una catequesis permanente, por eso ahora que 'el día va de caída', especialmente ahora, quédate conmigo y acompáñame hasta el final'".

Y el Señor se quedó, continúa San Lucas, y les hizo entender cosas que hasta entonces no habían comprendido y, llenos de entusiasmo, "al instante se pusieron en camino y se volvieron a Jerusalén" para ayudar en lo que hiciera falta.

Este es un evangelio que parece dirigido especialmente a los hermanos veteranos, a los más viejos, para entendernos. Hoy vivimos la exaltación de la juventud como única edad digna de encarnar el ideal humano, combinada con el desprecio de la vejez vista como fragilidad, degradación o invalidez. Lo que algunos llaman edadismo, pero no es más que egoísmo. Esa fue la marca dominante de los totalitarismos del siglo XX, como explicaba Francisco en un ciclo de catequesis dedicado a la vejez.

Las hermandades, todas, consideran y tienen atenciones con los hermanos veteranos; pero Francisco explicaba que hay que dar un paso más. No se trata de atenderlos y ser especialmente atentos con ellos, sino de fundamentar una cultura de la vida y la vejez. No sólo para los hermanos, sino para todos. Es preciso recuperar un modelo social y humano que supere el edadismo, tan de moda, y establezca un nuevo modelo ético y cultural, reverso de la deshumanización y anomia a la que se pretende dirigirnos. Una sociedad que recupere los vínculos familiares verticales.

Hoy, seguía explicando Francisco, los ancianos son poco valorados en la cultura dominante en su calidad espiritual, su sentido comunitario, su madurez y sabiduría. Y esto, a los ojos del Papa, implica un "vacío de pensamiento, imaginación y creatividad".

Pero hay algo más, quizá lo más importante: su aportación decisiva en el sostenimiento de esa porción de la iglesia que es cada hermandad, Cuerpo Místico de Cristo, en la que en la que, por la comunión de los santos, los méritos, o deméritos, de cada uno redundan en beneficio, o perjuicio, de todos. Su oración es un apoyo tan silencioso como decisivo para la hermandad. ¡Cuántos rosarios desgranados!, ¡cuánta expiación, agradecimiento y peticiones se exhalan en esos suspiros que parecen salirles de lo hondo del alma!, ¡cuánta ilusión en llegar al cielo para esperar a los hermanos y llevarlos de la mano a presentarlos a la Virgen!, ¡cuántas veces se quedan como absortos contemplando la foto de sus titulares, mientras su alma transciende en pura oración contemplativa!

Y también con su sabiduría. Son sabios no porque hayan vivido muchas situaciones, sino porque han reflexionado sobre ellas, tomando como referencia una serie de valores que hacen que la suya sea una vida lograda. No se debe ni puede malbaratar esas lecciones de vida. y su experiencia reflexionada.

En la familia y en la hermandad los veteranos no han de ser solamente sujetos pasivos, receptores de atenciones y partícipes en actividades más o menos puntuales, sino fuentes de sabiduría que los hijos y la hermandad tienen la responsabilidad de aprovechar. Una sociedad sin pasado es una sociedad sin futuro. Parece como si se quisiera extender sobre ellos un manto de silencio, como si fueran son una adherencia molesta, sólo útiles como proveedores de servicios de guardería y prestaciones económicas.

Se precisa la creación de una nueva cultura en la que las hermandades han de desempeñar un papel irrenunciable. Es curioso que en la cultura woke, tan aficionada a identificar colectivos identitarios supuestamente marginados para incorporarlos a su revolución populista, no se incluya a los ancianos. Casi mejor, porque la contraposición entre generaciones que pretenden es un engaño, un fruto envenenado de la cultura de la confrontación.

En el Libro de los Salmos, que contiene reflexiones muy actuales, hay uno que tiene una especial fuerza dramática: "Aún en la vejez y en las canas, oh Dios, no me desampares". "No me rechaces al tiempo de la vejez, no me abandones cuando me faltan las fuerzas. Ahora, en la vejez y las canas, no me abandones Dios mío, hasta que anuncie tu fuerza a esta generación y a todas las venideras" (Sal. 71).

Todos tenemos que aprender de la vejez, hay un don en ser viejo: abandonarse al cuidado de los demás, comenzando por el del mismo Dios.

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