El Palquillo

Los reencuentros y memorias de San Bernardo con la Virgen del Refugio

La Virgen del Refugio

La Virgen del Refugio / Esteban Jiménez (@estebanjimeenez)

Yo soy del Cristo de la Salud. Y lo seré siempre, a pesar de nuestros desencuentros y promesas incumplidas. Seré, sin dobleces ni imposturas, de la calle Gallinato a media tarde. En uno de sus frescos portales, en el que nunca nadie se vistió y que tan lejano parece a mis raíces, esperábamos al crucificado de San Bernardo. Por el desnivel de la calle, entre capirotes y abrazos, lo veíamos asomarse en las alturas como colgado de las nubes (Lutgardo García dixit). Y seré siempre de la artillería, de caminar a sus espaldas sin saber muy bien por qué razón, de subir el puente como queriendo encontrar una vía directa al azul de los reencuentros.

Pero soy también de la Virgen del Refugio. En la Semana Santa anterior a la pandemia (se lo agradeceré siempre a mi amigo Juan José García y a la Junta de Gobierno), estuve inmerecidamente cerca de ella durante toda la tarde de aquel imprevisible Miércoles Santo. Y jamás olvidaré aquella impresión que me causó cuando pasaba por las calles de su barrio, con el sol alojado en las hombreras de su manto. Palmas, vítores, fiesta, alegría... Todo el camino, todo el día, toda la noche. Abel Moreno en Santo Rey, Campanilleros sin cesar, Rocío... Esa Semana Santa en la que toda una identidad se concentra en torno a un mismo imán.

La Virgen del Refugio en su veneración La Virgen del Refugio en su veneración

La Virgen del Refugio en su veneración / Manuel Fdez. Rando

En estos días, mi Hermandad de San Bernardo ha celebrado la veneración a la Virgen del Refugio, a quien tanto queremos y tanto cariño profesamos. Y al tenerla frente por frente, cegados por esa luz que solo desprenden las almas puras e infantiles, se nos revierten los siglos de este barrio, su casi virgen fisonomía, los capitales nombres de sus calles camino de cumplir ochocientos años, el niño que ya no es niño, la abuela y la madre que ya no están por más que queramos regresarlas, el revuelo de túnicas en el corral que hoy se te proyecta, idealizado y cálido, en la pátina de un recuerdo... En esos labios sonrosados, en el entrecejo tronchado de ternura, en los pómulos abiertos y encendidos, como dos lunas en el satélite de la memoria...

Es la Virgen de San Bernardo. Y nada seríamos sin ella.

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