Semana Santa 2025: hay mil razones para ser feliz
Reflexión
A pesar de la revisión que necesita la fiesta, hay instantes que nos reconcilian y nos obligan a esforzarnos para mantener intacta la belleza de la Semana Santa
Francisco Vélez: "Hay que reflexionar sobre lo ocurrido en Semana Santa ahora que está fresco"
Francisco y las hermandades

Cantaba el madrileño Luis Brea que hay mil razones para ser feliz. En estos días donde la memoria busca aterrizajes forzosos, las miradas puntos fijos donde detenerse a recordar y nuestro corazón desbocado necesita serenarse y apaciguarse, los fotogramas de la Semana Santa pasada -aún caliente en el aire y en la atmósfera- se nos devuelven con la urgencia y el deseo de esa nitidez que, con el tiempo, se nos irá diluyendo hasta convertirse en meros instantes.
Cierto es que la Semana Santa necesita, cuanto menos, una reflexión, a todos los niveles, para posteriormente revisar y actuar. Un tablero cuyas costuras son complejas de enhebrar a no ser que empleemos un tejido estructural renovado; el culto y hasta el favorecimiento a la estática como mecanismo predominante para contemplar cofradías; resquicios de una sociedad maleducada y tremendamente individualista en una fiesta que será colectiva o no será; cortejos procesionando solos, como meros figurantes de un espectáculo a consumir (todo se anuncia, todo se programa, todo se guioniza...) en un escenario acartonado; el pueblo relegado a la frialdad de espacios acotados y vallados, soñando nazarenos más que acompañándolos en sus oraciones y sus pensamientos (porque es el nazareno quien hace estación y acompaña a sus imágenes en el marco de su obligación y su fin, no lo olvidemos), deleznables silbidos a una cruz de guía -¡a una cruz, símbolo de los cristianos!- por reconsiderar una decisión en un momento de notoria tensión...
Tiempo hay y habrá para abordar tantas y tantas cuestiones, y de hecho el tiempo es ahora, y todos abrigamos parte de responsabilidad en esta circunstancia. Pero quizás la pasión desmedida por la Semana Santa, en el marco de una corriente de desidia e incluso desgana, me obliga a repasar todos esos fogonazos reconciliadores para no desertar; más bien recobrar ímpetu y una virtud esencial en todo este "invento": la felicidad. Hay mil razones para ser feliz: cuando se nos acerca el palio de la Amargura infundiendo en nuestras profundidades ese halo de armonía y hasta santidad, y sentimos elevarse nuestras propias pisadas queriendo detener el tiempo; cuando todos caminamos sin razón aparente -acaso más razón que la fe y la identidad- con el Cautivo, comprometiendo las anchuras de todas aquellas avenidas que parecen marejadas buscando su solo faro; cuando el misterio de la Presentación nos devuelve los soles de la infancia a golpe de trompetas y ovaciones, despertándonos por dentro ese niño que se asombra en el ceño fruncido de Pilato; en la quietud primaveral de Mateos Gago, que por unos segundos vuelve a ser nuestra cuando aparece de los laberintos de Santa Cruz el palio de los Dolores transida de bellezas y de naranjales...
Hay razones para ser feliz cuando el Cristo de la Salud dibuja los cielos de la ciudad y las espinas se convierten en nubes algodonadas y espesas, mientras sube el puente que nos acerca más aún a quien ya no está; cuando el indefinible palio de la Palma surca las estrecheces del Museo y campanillean los ángeles de Lastrucci por entre azahares; o cuando nos sigue sorprendiendo la eternidad suspendida en el aire cuando se 6Cevanta el misterio de la Exaltación; o la mirada de la Virgen del Valle. Hay razones para ser feliz cuando amanece el Viernes Santo, cuando el Cachorro cruza el puente, cuando la O arrolla tímidamente los balcones de la calle Castilla, o cuando se cierra la puerta de San Lorenzo y se abre la llaga del Señor de la Resurrección.
Hay mil razones para ser feliz. Busquemos otras tantas para seguir siéndolo.
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