El Palquillo

La Virgen de la Angustia de Los Estudiantes o la encarnación de la belleza

La Virgen de la Angustia vestida para el triduo en su honor

La Virgen de la Angustia vestida para el triduo en su honor / Manuel Fdez. Rando

Decía Leonardo da Vinci algo así como que la belleza era pasajera en vida, pero infinita en el arte. Y no pocos estudiosos han apostado por la belleza como un camino, una travesía directa para alcanzar a Dios, que nosotros presuponemos como eternidad. La belleza puede manifestarse de múltiples formas y composiciones, a través de numerosísimos conductos. Y uno de los principales sustentos de la Semana Santa de Sevilla es su belleza, aunque no siempre abunda y no siempre es generosa. La Hermandad de los Estudiantes celebra esta semana (febrero ya, Dios mío) el triduo en honor a la Virgen de la Angustia, su dolorosa titular, que ya está preparada y vestida para la ocasión. 

Perfil de la Virgen de la Angustia Perfil de la Virgen de la Angustia

Perfil de la Virgen de la Angustia / Pablo Martínez

Y, como siempre, el impacto ha sido enceguecedor y franco, directo a las entrañas de nosotros mismos. Si a una imagen de categoría indefinible sumamos el tacto y el gusto a la hora de vestir, el resultado queda ausente de calificativos. Si, incluso, las piezas y los bordados desprenden el valor inequívoco de la personalidad... El resultado son las fotografías que se relacionan. Nos atreveríamos a decir que la sola Virgen de la Angustia encarna esa belleza imponderable que permanece en el arte. Y a pesar de sus doscientos años, tan lozanamente cumplidos, esta piel sin dobleces ni impurezas arde en la sensibilidad de quienes amamos la belleza y la creemos capaz de cambiar el universo. 

La Virgen de la Angustia vestida por Joaquín Gómez La Virgen de la Angustia vestida por Joaquín Gómez

La Virgen de la Angustia vestida por Joaquín Gómez / Manuel Fdez. Rando

¿Qué pensarían aquellos vecinos de la Alfalfa cuando llegó a la Costanilla? Una ciudad decimonónica, turbulenta y convulsa, se abría inmensa a los ojos de aquella dolorosa adolescente. Y sola, tan sola permaneció allí, en San Isidoro, ajena al revuelo de los pescadores y observando cómo toda una cofradía se disolvía para siempre en el olvido y en las deudas. La rescataron los universitarios -méritos a José Hernández Díaz-, que de aquel Dulce Nombre la llamaron Angustia. Definitiva, arrolladora y personalísima. Y frágil. Muy frágil. Como un castillo de arena blanca que se diluye en el aire por el ímpetu de la marea. Como un rosal henchido de soles, como un cristal de rocío en los tallos de enero, como la nieve que huye de la primavera.

Como la Virgen de la Angustia la tarde del Martes Santo.

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