Los Invisibles: | Antonio Campos

“Sólo me gusta esto, nunca he ido al fútbol ni a los toros ni soy de cofradías"

  • Es una institución en la calle Alfarería, donde ha hecho de su oficio una estirpe. Es trianero adoptivo y los signos de los tiempos le obligan a abandonar Triana

Antonio Campos, en el taller de la calle Alfarería con cuatro de sus seis hijos y el novio de su hija María.

Antonio Campos, en el taller de la calle Alfarería con cuatro de sus seis hijos y el novio de su hija María. / José Ángel García

LA calle Alfarería será pronto menos alfarera. Cuando la deje después de más tres décadas Antonio Campos (La Rambla, Córdoba, 1958). Cinco de sus seis hijos siguen el oficio. Falta el pequeño, Alejandro, que va al colegio. El mayor, Antonio, abrió su propio taller en Huelva.

–¿Cuántos años de alfarero?

–Entre unas cosas y otras, 46.

–¿La gente conoce el oficio?

–Lo confunde con la cerámica, que lo engloba todo. La alfarería es transformar en el horno el barro en vasija. Ni más ni menos.

–En Triana se hizo la Exposición del 29. ¿Trabajó en la del 92?

–Hice remates para edificios y para urbanizaciones.

–¿Cómo surge su vocación?

–En La Rambla, mi pueblo, la alfarería era un monocultivo. Me llamó la atención desde niño. Faltaba al colegio y sin que lo supiera mi madre me metía en un alfar. Se convirtió en una enfermedad, en una obsesión. No quería hacer otra cosa. Me vine para Triana porque en mi pueblo llegaron las máquinas y la alfarería se industrializó. Aquí la alfarería estaba prácticamente extinguida y la revitalizamos.

–Estaba el cine de verano...

–Esta calle era como si el tiempo se hubiera parado. No es casualidad. Yo la busqué.

–¿Por qué la tiene que dejar?

–El propietario quiere vender y no encuentro un taller que ofrezca condiciones para el trabajo. Nos vamos al Polígono El Manchón, cerca de donde empecé.

–Sus hijos trabajan con usted...

–Eso es para hacer una tesis porque yo no lo comprendo. Han visto mi entusiasmo, que es una manera de ganarse la vida y también una forma de vida muy placentera, aunque no hay grandes ventajas económicas. Son de otro tipo.

–¿Las modas influyen?

–Evidentemente. En los treinta años que llevo aquí ha cambiado varias veces. Se llevaron las macetas de colgar, de pared o del suelo, una artesanía popular, también llamada de montería. Llegó una cerámica más selecta, más dirigida al turista; la moda de las cenefas pintadas en los cuartos de baño, los jarrones de jardín. Nosotros nos adaptamos a lo que el mercado va exigiendo.

–¿Se perdió el modo artesanal?

–Hice la mili en Talavera de la Reina en todo el esplendor de la cerámica en esa ciudad. Cuando he vuelto, era deprimente.

–¿Triana lo ha reconocido?

–Soy trianero adoptivo. Me iban a hacer trianero de honor porque se creían que había nacido en el taller. Cuando peatonalizaron la calle San Jacinto, instalé un taller en plena calle para que los niños trabajaran con el barro.

–El cine de verano se fue antes...

–Había una bodeguita que sólo tenía vino de su cosecha y papas aliñás. Muchos bares de la zona los cerraron por la normativa de Urbanismo. Exigían baño de señoras y no cabía ni el camarero.

–¿Es fácil ser padre y maestro?

–En este tipo de profesiones hay que aprender muchísimas cosas y alguien que te las enseñe.

–¿A usted le introdujo su padre?

–Mi padre más bien llevaba una vida contemplativa. No lo he visto trabajar mucho. Su padre, mi abuelo, llevaba varios negocios y lo que hacía mi padre era ir de un sitio a otro moviendo esos negocios. No le recuerdo en una profesión concreta.

–Mientras habla, no ha dejado de trabajar y le han salido casi medio centenar de piezas...

–Son cazoletas para cachimbas. Es lo que nos ha salvado el taller. El noventa por ciento de la producción actual es para estas cazoletas en las que fuman la chicha en las cachimbas. Cuando esto se acabe vendrá otra cosa y nosotros nos adaptaremos. Pero de momento, Sevilla ha sido la primera a nivel europeo, ni Barcelona, ni Madrid, ni Valencia. Es algo muy social que ha sustituido al tabaco. No es rutinario. Además, nos beneficia la competencia de los chinos, porque el cliente enseguida la desecha y prefiere las piezas hechas a mano.

–¿Tiene cartera de clientes?

–Para la venta al exterior he delegado en tres clientes. En los pedidos directos, menos de mil piezas no hacemos.

–¿Qué aficiones tiene?

–No he ido en mi vida una sola vez al fútbol ni a los toros ni soy de ninguna cofradía. Pregúntele a mi mujer. No me gusta ninguna otra cosa más que lo mío. Cuando vengan de otro planeta, habrá que hablar de ese planeta. Lo que sí me gusta es comer muy bien. Y viajar. Nos vamos toda la familia a Port Aventura. Todos menos mi hijo Manuel, porque esta próxima semana viene al mundo mi nieto Manolito. Tengo tres nietas más: Ana, María, Lucía.

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