Atentado de Ranilla: a esos presos no les llegó el indulto
calle rioja
Recordatorio. El 28 de junio de 1991 un paquete-bomba enviado por ETA a la antigua cárcel de Sevilla provocó cuatro víctimas mortales: dos presos, un funcionario y un familiar
La ciudad alegre y confiada había asistido en 1991 a la puesta en marcha del AVE y del teatro de la Maestranza. El 28 de junio de ese año era viernes. Llegaron pronto los calores y la temporada de los cines de verano. Faltaban nueve meses para la Expo del 92 y el simbólico embarazo empezaba de la peor manera. Los móviles se pusieron en marcha precisamente en la Expo. Por eso, cuando el sargento primero, roto por los nervios, entró en el bar Espolaina, le pidió a Juan Infante, el tabernero, que llamara por teléfono al cuartel de la Guardia Civil de Eritaña y que les dijera que acababa de explotar un paquete-bomba en la cárcel de Ranilla, que había muertos, que mandaran ambulancias y coches de bomberos.
La explosión tuvo lugar en el servicio de paquetería, a la derecha de la entrada del antiguo presidio diseñado por Juan Talavera. El paquete llegó en una furgoneta DHL con remite de Valladolid y dirigido al director de Sevilla 1, que antes lo había sido de Herrera de la Mancha. La explosión tuvo lugar a las once y cuarto de la mañana. Un cuarto de hora más tarde y le coge a Juan Infante repartiendo los desayunos entre el cuerpo de guardia.
Han pasado treinta años. En 1991, Eta asesinó a 45 personas. Quería presionar al Estado en puertas de un doble escaparate mundial: la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona. Un mes antes, el 29 de mayo, dejaron un reguero de nueve muertes, incluidas cuatro niñas, en la casa-cuartel de Vic. En el atentado de Ranilla se cumplían las amenazas de Henry Parot, ciudadano francés que más de tres décadas después todavía cumple condena gracias a que un control rutinario de tráfico en Santiponce permitió a agentes de la Guardia Civil detenerlo el 2 de abril de 1990 en un coche con explosivos preparados para hacer saltar por los aires la comisaría de la Gavidia y su entorno.
En el atentado de Ranilla hubo cuatro víctimas mortales. Un día después, tuvo lugar una manifestación en Bilbao pidiendo el acercamiento de los presos etarras a cárceles del País Vasco. Con ese propósito, no les importaba facilitar el acercamiento de otros presos… al cementerio. Fue el caso de Donato Calzado García, 27 años, albañil, que disfrutaba del tercer grado, y ya estaba pensando en los preparativos de boda en su pueblo, Gilena, en la Sierra Sur, cuando ese verano obtuviera la libertad. Jesús Sánchez Lozano, 37 años, taxista de profesión, estaba en la cárcel por una discusión de tráfico. Tenía dos hijos de catorce y cinco años. Si el recluso Donato preparaba su boda, Manuel Pérez Ortega, 39 años, soltero, natural de Olivares, funcionario de prisiones desde 1986, afiliado a Comisiones, preparaba sus oposiciones para el Parlamento de Andalucía. Estudió Magisterio y Ciencias Económicas. Su tía Dolores murió de un infarto al conocer la noticia. La cuarta víctima fue Edmundo Pérez Crespo, 27 años, que tenía un negocio de papelería en Santander, se había recorrido España entera para visitar en Ranilla a un hermano en prisión.
La víspera del atentado, acababa en Almería la visita oficial que la Familia Real hizo por Andalucía. El 23 de junio, víspera del santo del monarca, los Reyes, las infantas Elena y Cristina, y el príncipe Felipe llegaron a Sevilla y recibieron a las autoridades el día 24 en el Salón Inglés del Alcázar. Treinta años después, aunque Eta dejó de matar, da la sensación de que se atienden mejor las demandas de quienes ponían las bombas que de quienes pusieron los ataúdes.
La cárcel de Ranilla dejó hace años su uso carcelario. Sus terrenos los ocupan una comisaría, la más grande de Sevilla, y un centro cívico que honra a Soto, Saborido y Acosta, los tres sindicalistas sevillanos del Proceso 1001. Las crónicas de hace treinta años cuentan que poco antes de la explosión, los seis presos de Eta internos en Ranilla abandonaron el patio. Hubo que protegerlos de un intento de linchamiento por parte de presos comunes. Como medida de precaución, los 16 presos etarras que estaban en cárceles de Sevilla fueron trasladados a otras prisiones.
La Expo y los Juegos se celebraron sin ningún problema. Donato nunca se casó ni Manuel pudo celebrar su estreno como funcionario del Parlamento Andaluz. El muro de Berlín había caído dos años antes. Empezaba la guerra de los Balcanes. Alejandro Rojas-Marcos llevaba apenas dos semanas como alcalde de Sevilla. El bar Espolaina recuperó la calma. En la calle Mariano Benlliure, el autor del túmulo de Joselito que uno evoca trasladando los restos de Donato, Edmundo, Manuel y Jesús, las víctimas del mayor atentado de Eta en Andalucía.
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