Babel

La Sevilla del guiri

23 de enero 2010 - 05:03

SI crees que puedes aprender otro idioma en menos de dos años, sin vivir en el país en el cual lo hablan, eres o un genio o un primo total. Yo sé lo que dicen las academias; tan sólo quieren tu dinero. Y después de que pases seis meses tomando clases en una, cuando te den un certificado calificando tu nivel como "avanzado" no le des mucho crédito. Probablemente, si te dijeran la verdad, querrías que te devolvieran tu dinero. Se puede aprender un idioma en una academia igual que un guiri puede aprender a bailar flamenco en una academia. Es un comienzo.

Empecé a aprender español en junio de 2005. Estaba aún en Nueva York, con mi llegada a España prevista para finales de noviembre. Compré Learn Spanish in Your Car (Aprende Español en tu Coche), una serie de discos compactos. Durante estos seis meses, no faltaba ni un día. Pasaba cabezonamente por las lecciones una por una. Hice tarjetas en las que añadí vocabulario nuevo y, en momentos libres, las sacaba al azar para comprobar mi progreso. Días antes de mi viaje a Sevilla, donde planeaba quedarme un año, quizás dos, para rematar mis estudios, había llegado al nivel "avanzado". ¡Qué orgulloso me sentía! Aún así, al subir en el autobús que me llevaría al aeropuerto, vi al final del pasillo, con tanto miedo como ironía, las palabras en castellano, "Salida de emergencia."

Quince horas más tarde, en Sevilla, recordé estas tres palabras, deseando que me hubiera sacado de apuros cuando todavía podía. Las únicas palabras que oía entre la avalancha de sonidos nuevos abrumándome de golpe eran "vale" y "venga," que no habían aparecido en mis discos compactos, al menos no en la forma en la cual las utilizaba la gente. Daba igual que supiera la gramática y la ortografía y mucho vocabulario; no podía sacarlo a la hora de hablar, y no podía reconocerlo a la hora de escuchar.

Pasaron semanas y no cambió nada. En mi primer día de trabajo como profesor de inglés, llegué al edificio en el que trabajaba mi alumno. El vigilante me saludó.

-Buenos días.

Su acento sevillano me hizo oír "podía".

-¿Podía qué? - le respondí-.

-¿Cómo?

En inglés no se utiliza "cómo" cuando no te enteras.

-¿Cómo podía qué? -dije-.

Me miró como si fuera demasiado temprano para tonterías.

-¿De qué me está hablando usted?

Oí solamente "blando," y "usted" y pensé que me estaba insultando.

Andaba casi siempre a la defensiva. Recuerdo un hombre que me detuvo para pedirme la dirección a Santa Justa. Cuando le dije que no la sabía, movió la cabeza con frustración, y me dijo: "¿Tú tampoco, eh?" Lo que entendí era: "Tú eres tan poco," por no haberle podido ayudar. Menos mal que no sabía suficiente castellano para echarle una bronca.

Hice un salto al conocer a mi futura mujer, una sevillana. Hablábamos casi todo el tiempo en español. Es guapa, tiene la paciencia para ver crecer la hierba, y además estaba muy enamorada de mí. No se puede pedir más en una profesora. Gracias a ella, pasé el hito de enterarme mejor que explicarme. Fue entonces cuando tropecé con lo más pesado de aprender un idioma en el extranjero: los nativos intentaban terminar mis frases. Al pausar para formar bien lo que quería decir, venían las adivinaciones. Les decía que no, que esto no era lo que iba a decir, e inmediatamente venían otras. Era como si estuviera participando en un concurso, no una conversación.

La lucha para enterarme y explicarme bien no se ha acabado. Incluso después de haber conseguido este artículo semanal, la forma de hablar de mi suegra sigue dejándome perplejo. En defensa de su nieto, mi hijo, me dice cosas como: "No le relate al chiquillo" o "no hay que darle traquios". Si me ve de mal humor, me dice: "Anda que no tiene un fu". Y lo más confuso de todo, me llama a mí "niño" y a mi niño, "padre".

Es ella la culpable del punto más bajo en este camino más largo para conseguir la fluidez. Un día la estaba llevando a su pueblo, escuchándola hablar casi sin parar. Al final del viaje, se inclinó hacia mi mujer -entonces mi novia - y por fin dijo algo que podía entender: "¿Cuándo va a hablar español tu novio?"

Antes de haber conseguido hablar con fluidez, me he casado y he tenido dos niños aquí en Sevilla. Ha coincidido el ser padre tanto con las grandes mejoras en mi nivel de castellano que no puedo evitar relacionar lo uno con lo otro. Son parecidos en que ambos exigen años de interés, dedicación y perseverancia. El ser buen padre más, claro. Pero me extraña que la gente hable de ser buen padre como si fuera más difícil de lo que es, y hable de aprender otro idioma como si fuera más fácil de lo que es. Por ejemplo: "Ya verás lo que te viene", me decía casi todo el mundo cuando mi mujer estaba embarazada. Y todavía estoy esperando. Y en cuanto a lo de hablar otro idioma: "Me especialicé en español en la universidad", me decían algunos americanos al enterarse que iba a probar suerte en Sevilla. Y ahora oigo por casualidad a estos estudiantes americanos hablando entre sí y me pregunto: "¿Cómo van a aprender español cuando todavía no pueden hablar bien su propio idioma?"

Supongo que esta incoherencia se debe a que no se puede fingir ser buen padre, sobre todo a sí mismo. Los errores, incluso los insignificantes, te atormentan. Pero sí se puede fingir hablar otro idioma, a sí mismo y a los demás, especialmente si no tiene que hablarlo para vivir.

stats