"Conde de Olivares, cubríos"
Calle rioja
Solemnidad. El nuevo duque de Alba ocupa desde ayer el sillón 29 del que era titular su madre en la Academia de Bellas Artes con un discurso sobre el valido de Felipe IV
UNA semana de honores para Carlos Fitz-James Stuart Martínez de Irujo. El duque de Huéscar ya es duque de Alba con la rúbrica del Boletín Oficial del Estado. Asistió a la audiencia de las Grandezas de España con el rey Felipe VI y desde ayer ocupa el sillón 29 de la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría del que fue titular hasta su fallecimiento su madre, la duquesa de Alba, mecenas y coleccionista.
Dedicó su discurso de ingreso al conde-duque de Olivares y su relación con Sevilla, ciudad a la que ayer representaban en la Casa de los Pinelo los que fueron sus alcaldes, Fernando Parias Merry y Manuel del Valle Arévalo, y el que regenta dicho cargo desde el pasado 13 de junio, Juan Espadas, que compartió la presidencia junto a Isabel de León, marquesa de Méritos, presidenta de la Academia de Bellas Artes.
Sevilla marcó el destino de Gaspar de Guzmán. Romano de cuna, donde su padre fue embajador en la Santa Sede y virrey de Sicilia y Nápoles, en el regreso de la familia a España será Sevilla el pilar de su perfil político, tergiversado en opinión del duque de Húescar por quienes lo retrataron "con prejuicios ideológicos".
Llamado para la carrera eclesiástica por ser segundo de la prole -"segundón"- estudió Derecho Canónico en Salamanca. Allí crecieron su pasión por los libros y su capacidad para hablar en público. "Lo que sus admiradores llamarán elocuencia y sus enemigos locuacidad".
Sevilla será su cuartel de invierno y cantera de colaboradores de la Corte como el pintor Diego Velázquez, yerno de Francisco Pacheco, cuyas tertulias frecuentó con Francisco de Rioja, su bibliotecario y confidente. Reuniones a las que alguna vez acudieron Lope y Cervantes. Vivió el auge y la decadencia, el esplendor cultural y la crisis política. Su meteórica carrera se apoyó en dos muertes, la de su hermano Jerónimo, que le llevó a abandonar la llamada de la mitra, y la del rey Felipe III. Su heredero, Felipe IV, pronuncia el 10 de abril de 1621 una frase que colma sus anhelos: "Conde de Olivares, cubríos". Fórmula de concesión de Grandeza de España. Conde por Olivares, duque por Sanlúcar la Mayor, títulos del Aljarafe en un político de corte universal, lo que hoy serían un Adenauer o un Kissinger con las filias y las fobias -Góngora y Rodrigo Caro entre ellas- de un Alfonso Guerra.
El duque de Huéscar, que citó a sus biógrafos Marañón y Elliott, describió la tristeza y depresión que acompañó a don Gaspar en sus dos años de destierro, antesala de su muerte en Toro en 1645.
"Se perdió una oportunidad histórica y sus consecuencias aún se hacen sentir". Fue el balance final del nuevo académico en este salto capicúa de la España de Felipe IV a la de Felipe VI. Con signos comunes que enumeró Juan Miguel González Gómez en la contestación: "Corrupción, crisis de liderazgo, división interna". El conde-duque, paradigma del barroco, fomentó el espectáculo del poder. Ayer fue reivindicado por el duque de Húescar en la Academia que fundó Murillo hace más de 350 años. El tiempo transcurrido desde la muerte de Felipe IV, el jovencísimo monarca que visitó Sevilla en 1624.
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