El Costurero de la Reina

En ferrocarril. Un viaje en tren a Málaga hace que afloren los secretos hilos que unen la realidad y la ficción, el paisaje y la memoria, las lecturas y las amistades

Pasajeros en Santa Justa, el lugar donde comienza esta historia con destino a Málaga.
Pasajeros en Santa Justa, el lugar donde comienza esta historia con destino a Málaga.

08 de marzo 2011 - 05:03

MARCHENA. Osuna. Pedrera. Las tres paradas de la provincia de Sevilla en el tren que va a Málaga. Topónimos que sonarán en las próximas elecciones municipales. El alcalde es una especie de jefe de estación en el tren de la vida diaria. Marchena acaba de reconocer como marcheneros del año a Antonio Álvarez, un emigrante de ida y vuelta que en su breve etapa como entrenador del Sevilla añadió a las vitrinas una Copa del Rey, y a Ignacio Camacho. Tengo una foto con él y muchos más periodistas (distingo a Gavira, Manolo Arroyo, Pepe Fernández) en una multitudinaria rueda de prensa oficiada por tres políticos que se quedaron con las ganas de ser alcaldes de Sevilla: Alfonso Guerra en el centro, presidiendo, y a sus lados, Luis Yáñez y José Rodríguez de la Borbolla. Para que digan que cualquiera puede ser alcalde de Sevilla. Osuna es tierra cervantina por antonomasia: de allí era Francisco Rodríguez Marín, el gran estudioso del Quijote. Una dama de ese libro le adjudica playa a la localidad de Osuna. No había tren entonces, en cuyo caso se podría entender el gazapo o la extrapolación geográfica: Osuna es famosa por la playa de Málaga que está al otro lado del ferrocarril. Tuvo playa (en el Quijote) y tuvo Universidad. Y una inveterada fertilidad en cabeceras periodísticas.

Pedrera la asocio con la Sierra Sur, con los dominios de los jornaleros, esos pieles rojas del siglo XXI. El campo estaba verde, Galicia del sur, y el cielo oscuro, nubarrones de cine negro sin Bogart ni Lauren Bacall. Fue al pasar el tren por Pedrera cuando supe qué libro iba leyendo la chica del asiento contiguo. Me pierde esa curiosidad. Saber lo que leen los demás empieza a gustarme más que el propio placer de leer. Una cleptomanía inofensiva. Y me entraron ganar de decirle: conozco a la autora, aunque me reprimí el impulso. La portada está en cientos de escaparates de toda España. Para ser su primer libro, María Dueñas acertó de pleno. No sé cómo lo llevará con sus clases de la Universidad de Murcia. La novela se titula El tiempo entre costuras. La lectora interrumpió la lectura porque le sonó el móvil. Por lo que pude oír, era su madre. Una llamada interactiva: dicen que la novela de María Dueñas es el típico libro que ha triunfado en el segmento de las madres. Las últimas costureras.

Con el éxito, creo que María Dueñas ahora coge más aviones que trenes. Le ha cambiado la vida en el mejor sentido de la palabra. Un libro puede cambiarle la vida a quien lo lee (no hace falta que sea Salinger) y también al que lo escribe. Esta profesora de Puertollano ha ido a promocionar su novela a países latinoamericanos; la solicitan en multitud de foros; acude invitada a la Fundación Caballero Bonald, lo cual es un timbre de gloria añadido. Y sólo con una novela. La ficción nos puede cambiar la realidad, nos puede complicar la vida. Una chica leyendo a María Dueñas camino de la estación María Zambrano. No sé si alguien lee ahora a María Zambrano, que nació en Vélez-Málaga, cuna del tranvía sevillano y cuya playa sí aparece en una escena del Quijote, la del regreso de los náufragos.

Aunque somos del mismo pueblo y tenemos personas-puente (uno de mis hermanos estudió con ella, un primo es íntimo amigo suyo), nos vimos por primera vez en el hotel Plaza de Armas, nombre de la estación de ferrocarril por la que yo llegué a Sevilla. En el hotel se concentraba el Albacete, que venía a jugar la pasada temporada con el Betis. Las fotos se las hicimos en el Costurero de la Reina. Ahora, en ventas y lectores, es ella la reina de las costuras. La chica cerró el libro, se abrió la puerta del tren y nunca más se supo. Ya en mi destino, entro furtivamente a ver qué lee mi hermano Quique, que es del mismo curso que María Dueñas. ¿Quién puede reírse de Mick Jagger?, se titula uno de los capítulos del libro de Murakami De qué hablo cuando hablo de correr. También le han regalado El bolígrafo de Gel Verde, de Eloy Moreno, un John Kennedy Toole nacional que se conjuró contra los necios.

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