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Donoso escrutinio de libros entre pilas, espejos y móviles

  • Reciclaje. El Ecopunto de la Alameda es el arca de Noé de un chamarilero en el que los libros son los únicos objetos que se dejan a la vista entre secretos de chatarra e ingeniería

Donoso escrutinio de libros entre pilas, espejos y móviles

Donoso escrutinio de libros entre pilas, espejos y móviles

El soldado Peyton Farquhar, miembro de una respetable familia de Alabama, no se salvó de morir ahorcado; el teniente Herman Brayle, que sobrevivió al intercambio de disparos entre sudistas y federales, murió por la picadura de una víbora en Resaca, localidad del estado de Georgia. Ambrose Bierce, creador de estos personajes de su libro El puente sobre el río del búho, tampoco fue compasivo con ellos. Ambos forman parte de los llamados Cuentos de soldados, gremio de actualidad, como esta frase del relato: "Por virgen y accidentada que sea una comarca, los hombres llegarán a convertirla en teatro de la guerra".

Ambrose Bierce (1842-1914) fue un periodista norteamericano que trabajó para el imperio de Hearst, se casó con una india chiricaua y se alistó en el ejército de Pancho Villa. Carlos Fuentes lo convirtió en personaje de su novela Gringo Viejo, llevada al cine con Gregory Peck interpretándolo después de que la productora descartara a Burt Lancaster. Bierce es autor de un Diccionario del diablo. Me sigo quedando con la palabra que eligió Fernando Savater. Placer: "La forma menos detestable de la tristeza".

Ambrose Bierce no salvó a sus personajes de la horca y de la picadura de la serpiente, pero en dos ocasiones ha salvado el pellejo el escritor que sólo llevaba en su mochila un ejemplar del Quijote, una muda y un cepillo de dientes, sin más anhelo que acabar sus días como "un cadáver bien parecido".

En casa tenemos libros en doble y hasta en triple fila. Nos comen literalmente. Antes de que llegara el servicio de grúas para llevárselos al depósito de libros perdidos, homenaje póstumo a Ruiz Zafón, preferimos hacer el donoso escrutinio, como el cura y el barbero del Quijote, para darles un final digno a los libros sobrantes. Un error de inspección dio con el libro de Bierce en el carro de la compra, lleno hasta arriba de volúmenes que en varias remesas llevé a la librería low cost Re-Read, en Amor de Dios. El librero descartó los libros de tamaño reducido. Fue el primer indulto para este ejemplar de la colección Clásicos Universales de Fontana.

Con ese excedente libresco, los pigmeos de mi biblioteca particular, fui hasta el Ecopunto de la Alameda de Hércules. Una estructura metálica más hermosa que muchas esculturas. Podría pasar por un panteón modernista o un monumento al insobornable desconocido.

Es alucinante la cantidad de apartados que tiene el Ecopunto. Todos sugerentes: termómetros de mercurio; lámparas de bajo consumo; cápsulas de café aluminio; cápsulas de café de plástico; agujas y objetos cortantes; neumáticos pequeños (bicicletas y similares); envases vacíos contaminados; fluorescentes; aceite vegetal usado; pequeños electrodomésticos; chatarra electrónica (móviles, baterías pequeñas, cargadores); vidrio no envases (espejos, vasos, cristal ventana…); tóner y cartuchos de tinta; pilas; pilas botón (que suena a la señal de tráfico Pilas Carrión); radiografía y material fotográfico; CD-DVD, cintas de vídeo y audio…

Y junto a este arca de un Noé chamarilero de espejos, ruedas, pilas, agujas y termómetros, otro apartado que pone Intercambio de Libros. Es el único cuyo contenido permanece a la vista. Del donoso escrutinio del cura y el barbero pasé a ver entre los libros depositados un ejemplar ajado de las Novelas Ejemplares de Cervantes en edición del maestro Alcina Franch. Antes de dejar los libros repasé si había notas o direcciones. El último que iba a dejar era El puente sobre el río del Búho. Lo abrí y leí escrito con boli: Paco y María José. Ayamonte. 3 de agosto de 1999. El primer verano del periódico. Lo volví a salvar. Me senté en un banco haciendo tiempo para la cita con el barbero en Melado y me leí el relato que da título al libro. Volvió a casa. Ahora está en la mesita de noche, junto a poemas de Salinas y Ocnos de Cernuda. El placer volvió a entrar rozando el larguero de la tristeza.

En la Alameda saludé a uno de los autores salvados: Julio Muñoz Gijón, Rancio, del que junto a sus novelas tengo una agenda sin fechas, como la claridad de Juan Sierra, con Paco Gandía, el Pali, Silvio y las santas Justa y Rufina de patronos y una foto del autor hecha por Bea Hohenleiter. Julio también se salvó de la horca y de la víbora. He encontrado su palabra fetiche en una novela maravillosa, Un caballero en Moscú, de Amor Towles. "No sea tan rancio", le dice la niña Nina Kulikova al conde Aleksander Ilich Rostov, a quien los bolcheviques condonaron la pena de muerte en 1922 por el encierro indefinido en el hotel Metropol de la capital rusa. Otro que se salvó, como Ambrose Bierce, que decía en su diccionario de la palabra guillotina: "Máquina que hace que un francés se encoja de hombros con buen motivo".

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