Loa del sevillano aburrido

Crónica del Miércoles de Feria

Miércoles de Feria y jornada de fiesta. Todo cerrado en la ciudad (menos el real) l Un año sin Benito Moreno, teórico con la voz y el pincel del sevillano fuera de cartel

Mujeres en el real de la Feria bajo el pentagrama de los farolillos.
Mujeres en el real de la Feria bajo el pentagrama de los farolillos. / Antonio Pizarro

UN año sin Benito Moreno. El sevillano que hizo el mayo francés en la Bretaña. Un afrancesado de los buenos que se volvió a su patria chica, de la que se fue porque le resultaba muy pequeña, y desagravió el latrocinio del mariscal Soult pasando los últimos años de su vida en la plaza del Museo, junto a la estatua de Murillo, ese claro objeto del deseo de los ladrones de cuadros en nombre de la Marsellesa.

En el adiós a Benito en el Tanatorio de la SE-30, con su amigo Gualberto tocando el sitar sentado como un encantador de serpiente, sonaba hace un año la voz del artista cantando el tema Sevillano. “Hazme sevillano bueno, hondo sevillano hondo / no me hagas sevillanito / señorito y sabiondo”. Ramón Carande lo podía haber incluido en su Galería de Raros, “soy un sevillano aburrido, / de esos que se van de pronto / sin anunciar que se han ido”. Esos Sevillanos de la canción que compuso Benito inspirada en los versos de Antonio Machado también están en la Feria. Paisaje de contrastes y paradojas.

La Feria, inventada por un vasco y un catalán, nació como una “Sevilla sin sevillanos”, que una lectura alambicada e injusta de la letra del profesor de Francés, el prematuro viudo de Leonor, interpretaría como una versión local de la bomba de neutrones. Sevilla sin sevillanos. “Tengo a Sevilla por dentro”, cantaba en el mismo disco donde estaba su canción España huele a pueblo, “llevo a Sevilla a mi lado, / quiero a Sevilla en silencio / igual que Antonio Machado”.

Algunos pensarán que la Feria era de Manuel (Machado) y la desdeñaba Antonio. Están las dos miradas, como el humor profundo, casi imperceptible, que había en el senequismo de Benito Moreno. Su Feria más que en Los Remedios estaba en el Jueves de la calle Feria, a dos pasos de la capilla de Montesión, Casa Vizcaíno y los libros de Luis Andújar. Se fue Benito, su mirada es una guía para asombrarse ante este cruce de caminos que es la Feria. El ocio como trabajo, el trabajo hecho divertimento. Pura sutileza.

Sevillanos del mundo, uníos en esta Internacional de primaveras donde los turistas tienen su caseta. La caseta del Corazón de Manolo Gallardo cumple 35 años en el real. “La puse en marcha en 1984, el año que el toro mató a Paquirri en Pozoblanco”. El mismo año de la profecía de Orwell, el de aquel otoño en el que visitaron Sevilla Borges, Italo Calvino y Torrente Ballester. Los tres mosqueteros de la Literatura Fantástica. El año 84 del fallo de Arconada en la final de París. Siempre los afrancesados.

Antoñita González entra en el real tirándole besos a la portada. La renovación del asombro. Nació en 1934, el año de la Revolución de Asturias. La Feria es una revuelta pacífica, índica y atlántica. Antoñita se sienta en una de las mesas de la caseta de la Prensa con su hijo periodista –hay gente pa tó–, caseta decorada con fotografías de la infancia ferial de la canalla, crepúsculo del Prado y albores de Tablada. Antoñita, a punto de las 85 primaveras, tiene en La Oliva una plaza con su nombre, dedicatoria por sus desvelos hacia los vecinos.

El telediario es un género de minorías, puro arte y ensayo, cuando la gente está en la Feria, esta metrópolis sin cajeros automáticos, semáforos ni farmacias de guardia. Pilar, Esperanza y María José estudiaron en las Mercedarias, de la quinta del 67. Se ven casi todas las Ferias. Sin medias naranjas. El compañero de la primera llegará tarde porque estaban con la ITV de la motocicleta. Los de sus dos amigas trabajan en la Feria, uno en el control del parking, el otro de repartidor de historias.

El sevillano raro, el sevillano aburrido, el sevillano hondo de la canción de Benito Moreno también pasea por la Feria. Muchas veces el tedio es la resaca de la diversión, el aburrimiento no goza de buena reputación, pero un sevillano aburrido es la consagración otoñal de la primavera. La gente, queriendo matar el aburrimiento, sólo lo hiere, renace musculoso como el ave fénix y se disfraza de otra copita, me alegro de verte, estás estupenda.

La vistosidad del paseo a caballo es uno de los alicientes de esa hora sin hora de la falsa sobremesa de la Feria. El tiempo se para. La legión de jornales del real empieza a moverse, cuadrilla de duendes que mueven una ciudad que camina invicta hacia el precipicio de la normalidad. La rutina es la verdadera revolución, pero cuesta mucho conseguirla.

Fotos. Selfies. Recuerdos. Miércoles de Feria y festivo. La otra novedad de las ordenanzas municipales. Todo cerrado, menos el real, pese a la justa o injusta fama, ganada a pulso en ambos casos, de recinto cerrado, exclusivo, restrictivo, como si la entrada a las casetas fueran tornos de convento. La otra clausura.

Los caballos descansan para beber en el abrevadero de la calle Antonio Bienvenida. Pasó el vértigo de las recepciones y llegó el momento de las familias y los amigos. Dadme un pariente y moveré el mundo. Los cuñados, con los nuevos formatos de la demografía y de la tribu, han perdido predicamento. En esta Feria, para un observador superficial, se han incrementado los quitasoles como los que llevaban las damas influyentes de 55 días en Pekín, sombrillas de Foronda, y parece haber descendido levemente el consumo de rebujito.

Empieza la campaña de las municipales (y europeas y autonómicas en media España) y hace cuatro décadas Sevilla estrenó Ayuntamiento democrático con un alcalde andalucista, Luis Uruñuela. Su partido desapareció. Queda una caseta con la palabra Andalucistas en la pañoleta. La UCD también se la llevó el tranvía del olvido, pero nunca tuvo caseta. Adolfo Suárez tiene una avenida junto a la portada.

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