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Escuela de lo cotidiano

  • Diez jóvenes con discapacidad cognitiva de la escuela Danza Mobile aprenden a vivir solos en un piso tutelado. El proyecto está impulsado y financiado por sus progenitores.

Yolanda Sarmiento ha intentado durante años, sin éxito, que su hija metiera el plato y los cubiertos en el lavavajillas después de comer. Le insistía, pero no conseguía su propósito. No resulta fácil mantener una conversación con la joven; una parálisis cerebral la mantiene a veces abstraída en su propio mundo, desconectada de lo que ocurre a su alrededor. Estos problemas, sin embargo, no le han impedido compartir piso desde hace seis meses con otro grupo de personas, aprender tareas cotidianas y vivir con una autonomía que su madre jamás había pensado. En total son diez los jóvenes con discapacidad cognitiva, seis chicas y tres chicos, los que conviven desde enero en un piso tutelado. Una iniciativa impulsada y financiado por sus propios padres y que cuenta con la colaboración de la asociación sevillana Danza Mobile.

En dos grupos de cinco (uno femenino y otro mixto), éstos se turnan en una vivienda que sus progenitores han alquilado en Triana tras meses de búsqueda. Con puertas blancas y muebles funcionales, la casa está decorada por fotos en lienzos de los propios inquilinos, además de un cuadro pintado por uno de ellos, Carmen, de 26 años. "Queríamos un piso cerca de la escuela Danza Mobile para que pudieran venir solos", apunta Esmeralda Valderrama, directora del centro, que desde 1995 trabaja con discapacitados intelectuales a través del arte.

Ellos mismos organizan su estancia con la mayor autonomía posible, se ocupan de su equipaje y su aseo personal, así como de la lista de la compra, los menús de la jornada, las tareas domésticas, los planes de ocio y las salidas. Todo bajo la supervisión y mediación de tres profesores de la escuela Danza Mobile que se turnan para convivir con ellos: Paqui Duque, Alberto Ayala y Antonio Aquiles. "Ella no es ni mi madre ni mi criada, es una compañera más", afirma convencida Teresa, una de las jóvenes que participa en el proyecto, en alusión a la educadora social. La cocina es territorio de los monitores, en especial el fuego, aunque Claudia, de 34 años, no pierde nunca la oportunidad de ayudar a Paqui Duque como pinche. "Ya era hora de vivir solos, sin nuestros padres. Ya somos mayores", exclama Teresa. "Es ley de vida", dice repitiendo las palabras de la monitora.

La iniciativa responde así a uno de los mayores temores de los padres implicados: qué ocurrirá en el futuro cuando ellos no estén. "Creemos que cuantas más cosas sepan hacer solos mejor, que aprendan a convivir y a ser autónomos dentro y fuera de su casa", explica Esmeralda Valderrama. "El objetivo es que aprendan a desenvolverse y que el día de mañana puedan convivir con sus hermanos o con otras personas sin ser una carga, que puedan preparar solos el desayuno, por ejemplo". En este sentido, Mariano Zorrilla, otro de los padres, añade: "Involuntariamente sobreprotegemos a nuestros hijos. Es necesario que se desliguen de su familia y de su halo afectivo para que puedan moverse con normalidad en un entorno ajeno".

Yolanda Sarmiento reconoce que los últimos 30 años de su vida han girado en torno a su hija. Aunque no tiene ninguna discapacidad física, sus limitaciones motoras la hace dependiente. La joven es uno de los miembros del grupo con menor nivel autonomía. No puede ir sola a la escuela Danza Mobile, bajo el puente del Cachorro, y ella misma se encarga de su aseo personal: "Una de mis mayores preocupaciones era cómo se las iba a arreglar en el baño sin mí. Es muy torpona", confiesa su madre. "Ahora es un monitor el que la ayuda a asearse. Al principio tenía miedo, pero hoy tengo plenamente confianza en el proyecto".

Mientras esperan al resto de componentes del grupo para salir a comer, Leticia pinta en un pequeño lienzo un árbol y un sol, aunque a ojos de un extraño sólo son manchas abstractas de colores. A su lado, Carmen escribe una poesía; y Teresa, forofa futbolera, se lamenta de la actuación de España en el Mundial de Brasil. Tres mujeres muy dispares y con diferente grado de autonomía, pero que se ayudan mutuamente en el día a día. "Aquí trabajamos desde la diversidad. Todos son diferentes. Unos más autónomos que otros, pero entre ellos se ayudan", apunta Paqui Duque. Como en toda convivencia, los principios fueron difíciles, sobre todo en la toma de decisiones, recuerda Valderrama: "Lo positivo es que se conocen del centro, son amigos. Muchos entraron en la escuela cuando eran niños hace 20 años".

Los progenitores y el centro consideran estos seis primeros meses un éxito. Dos chicos nuevos formarán parte del proyecto el próximo curso. Por esta razón, ya buscan otro piso más grande por Triana, con cuatro habitaciones y dos cuartos de baño. "Me alegra que entren dos varones, así los dos grupos serán mixtos", apunta Mariano Zorrilla, padre de Claudia. "Defiendo las relaciones de género. No podemos aislar a nuestras hijas. Los padres somos los primeros que tenemos que normalizar la situación. Deben surgir emociones, sentimientos". Y por qué no, también parejas.

A sus 34 y 26 años, Teresa y Carmen admiten risueñas que tienen novio. Éste y el sexo es uno de los temas que los padres tratan con el psicólogo del centro, Fernando Coronado. Pero no todos lo llevan con la misma naturalidad. "Sé que a mi hija le gustan los chicos, pero aún es muy infantil", apunta Yolanda Sarmiento. "Sé que debería hablar del tema con otros padres, saber cómo abordarlo si llega el momento, pero no me atrevo". Aquí, todos aprenden.

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