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Los Invisibles: Raimundo Rodríguez

“En la Expo 92 se volvieron todos locos, me dije o la ciudad o yo y me fui”

  • Llegó a Sevilla desde un cortijo extremeño para estudiar Físicas. Aprendió serigrafía y fue pieza fundamental en el ambiente artístico de la ciudad de los 80

Raimundo Rodríguez, comisario de la muestra Gráficas Siete Revueltas

Raimundo Rodríguez, comisario de la muestra Gráficas Siete Revueltas / José Ángel García

HA sido muchas cosas, hasta suplente fortuito de Esnaola en el Betis. Ha vuelto Raimundo Rodríguez (Badajoz, 1960) a Sevilla, ciudad que dejó el año de la Expo, para recrear el ambiente artístico que pasó por su espacio de Gráficas 7 Revueltas.

–¿Qué ha sido lo más difícil?

–Localizar a treinta pintores que no veía hace treinta años.

–Usted es extremeño...

–Estuve viviendo hasta los 17 años en un cortijo entre Valverde y Olivenza y con esa edad me vine a Sevilla a estudiar Físicas.

–¿El arte no es de Letras?

–La gente de campo somos muy apañados. Empecé a ganarme la vida. Hacía juguetes educativos.

–¿Cómo empieza la serigrafía?

–Todas las que se exponen son mías, de algunas, como el cartel de la revista Er, es la única que queda. Aprendí serigrafía en mi casa y me instalé en un bar que cerró en Siete Revueltas.

–Idealismo alemán. Pensamiento Español, se lee en el cartel de la revista Er.

–En un número hay fragmentos de José Ferrater Mora, Agustín García Calvo y Antonio Molina Flores, de los Cuadernos de Roldán, como Abelardo Rodríguez.

–Fue un ‘bautizo’ con música.

–Tocó Alejo con su banda. Le dejé dinero para su primer single.

–¿Cómo funcionaba?

–Llegué a tener 75 suscriptores y todos los meses les mandaba una obra. Un día fui al Patio San Laureano para que Rafa Herce me enseñara serigrafía. Me dijo que me fuera a Artes y Oficios.

–¿Cómo se lleva lo efímero con la eternidad?

–Javier Fito, uno de los que me animó a esta exposición, era entonces un grafitero que tenía la ciudad llena de demonios.

–’Sin memoria me moría’...

–La frase es de Rafa Iglesias, del que hay un Camarón que parece el Che Guevara.

–¿Por qué se va en el 92?

–Me vi superado por la ciudad. En aquella época se volvieron todos locos, supongo que yo también. Esto se puso insoportable. Todo levantado por las obras, se duplicó el precio de todo. Los pintores hacían un lunar en la pared y te pedían un millón de pesetas. Yo creo que eso es lo que le costó la vida a Paco Molina. Le encargaron una exposición y se peleó con todos sus amigos.

–¿Decidió no exponerse?

–Era buen momento para comercializarlo, pero sobraban profesionales de pasillo. Un día después de darme un portazo regalaban una carpeta con mis trabajos a delegaciones de países de la Expo y dije: o la ciudad o yo.

–¿Por qué Fuerteventura?

–En el viaje de fin de curso de COU fuimos a Canarias y me fascinó esa isla. Ya en Sevilla, daba clases particulares de Matemáticas y uno de los alumnos era de Fuerteventura.

–Donde destierran a Unamuno.

–Lo mío no es un destierro. A partir del 92 pasaba medio año allí y el otro medio viajando. He cruzado el Atlántico en un velero Fórmula 1, he subido el Everest. Fuerteventura era mi retiro espiritual. Tuve una hija, Sara, que es la que ha montado todo esto.

–¿Una memoria con imágenes?

–Me tuve que traer a la exposición un televisor de mi casa. No hay imágenes de esa época. Ahora la gente lleva toda su vida en el móvil, pero de los doce años que estuve en Siete Revueltas sólo he encontrado dos fotos.

–Es la época de los pintores que Pepe Cobo mueve con La Máquina Española.

–Entonces estaban los pintores de la Corte, los que trabajaban para la Administración; los que estaban en la órbita de los galeristas ricos, como Pepe Cobo o Rafael Ortiz, y después los proscritos, los underground, que aprovechábamos los resquicios.

–¿Viajó a Lanzarote?

–Estuve en la casa de Saramago.

–¿Los 80 son pura arqueología?

–Hay bares que ya no existen, como El Amor de la Calle, que estaba en la calle Gerona, cerca del Rinconcillo. Hemos recuperado el cartel de GonzaloLlanes que estaba detrás del mostrador.

–18 de diciembre de 1986. 20 h.

–Es la fecha y la hora a la que se inauguró la casa-galería de Fausto Velázquez. Prehistoria viva.

–¿Acabó la carrera?

–Me matriculé en quinto, me quedan seis asignaturas. Escribo libros de Flora y Geología.

–Como Cortés o Pizarro, un extremeño que se hizo a la mar.

–Estoy leyendo la biografía de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y es alucinante. No le gustaban las armas, pero como rebeldía se alistó en la aventura más inverosímil.

–¿Cómo llenó el Antiquarium?

–He dejado mi casa vacía.

–Paco Molina es el heraldo de la muestra, ahora que se han cumplido 25 años de su muerte.

–Expongo una cabeza suya que tiene 21 colores. Me regaló un original y le hice tres copias. Lo firmó y a los quince días murió en el Hospital Militar. Cuando Fausto y yo llegamos, ya era tarde.

–¿El verano en Fuerteventura?

–Tiene 152 playas. Allí me dedico al seguimiento de las catorce plantas endémicas y con el departamento de Biología Marina de la Universidad estoy en un proyecto de conservación de esqueletos de ballenas. Hay 68 tipos de cetáceos, la mitad viven o pasan por Canarias.

–¿Qué cambió en su vida?

–Antes vivía de las rentas de la obra gráfica, ahora vivo de las rentas de mis libros.

–¿Se vinculó con la ciudad?

–Jugué en Segunda con el Badajoz, que tenía relación con el Betis. Yo era portero, jugué un partido de pretemporada en la Feria de Córdoba. Estaban Esnaola, Gordillo, Biosca, Rincón.

–’Stanner Girl’: parece una mezcla de Kim Novak y Grace Kelly.

–Es un cartel de L’Image en Cargote de Molina. La foto la hice yo a una chica que trabajaba en una tienda de ropa de Alcaicería.

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