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Cofradías

Hijo de Esperanza y hermano mayor

  • En la lista oficial de macarenos Manuel García es el número 16, tiene un currículum público impropio de los gobernantes cofradieros y afronta con 75 años el reto más apasionante: el reencuentro con sus orígenes

Fue niño nazareno en aquella Anunciación en sepia de 1942, con Queipo de Llano presidiendo de paisano la cofradía con la vara de las capillas. Consiguió como industrial de la Encarnación la mediación del cardenal Bueno Monreal para que los mercados de abastos cerraran los domingos. Se rehízo tras sufrir las cornadas de la vida. Entró en política en 1983 de la mano de Ricardo Mena Bernal. Desobedeció la consigna de su grupo político y se fue al Salón Colón a cumplimentar a Fidel Castro en 1992. Estuvo a los pies de la Giralda para recibir a Juan Pablo II en 1993. Persiguió en un patrullero de la Policía Local la movida nocturna de los años noventa como concejal de Seguridad Ciudadana. Tras dejar los oropeles de la política conoció el repentino enmudecimiento del teléfono, lo que le valió para distinguir el grano de la paja en el saco de las amistades. Es abonado al café matinal en El Portón, a los trajes Príncipe de Gales, a los brazos desmayados al caminar, a la copa de tinto, al C5 de Tussam, que le sirve de puente cotidiano entre el Pumarejo y la Plaza Nueva, y a los veraneos aljarafeños en Valencina.

Es hijo de Esperanza. Padre de Esperanza del Rocío y de Rosario Macarena. Es cuñado de Esperanza y tío de Esperanza. Hasta nueve Esperanzas hay en su familia. Fue admitido como hermano de la Macarena el 22 de mayo de 1935 a los veinte meses de edad. Manuel García García (Sevilla, 1933) fue concejal del Ayuntamiento de 1983 a 1999. Dejó el despacho oficial con la amargura de no haber cumplido su ilusión de ser edil de Fiestas Mayores. No quiso intentar ser presidente del Consejo, pese al evidente movimiento popular que le animó a formar una candidatura hace ya una década. Un día de aquellos el empresario Juan Ruiz Cárdenas le dijo que no oyera cantos de sirenas, le pidió que retornara a la actividad en el atrio donde se crió y lo incluyó en un puesto destacado de su junta de gobierno. Ruiz Cárdenas hizo en cierta manera justicia con este concejal saliente al devolverle a las mieles de una vida pública que tuvo que abandonar antes de lo personalmente previsto por las jugarretas del mundo de la política. El mejor recuerdo de aquellos años en la Plaza Nueva fue el ambiente de camaradería entre ediles de distintos partidos ("Arenas y Guillermo Gutiérrez se ponían a parir en los plenos, pero después nos juntábamos todos en cualquier bar") y las madrugadas de presidencia en los palcos. Soledad Becerril no daba crédito cuando, vestido de chaqué, el concejal García saludaba a la Centuria con el puño cerrado en el corazón. A la alcaldesa le salía cierto acento madrileño al exclamar: "¡Míralo, míralo, cómo disfruta!"

García se mueve por las sedes oficiales con la misma facilidad que por el atrio macareno. "He tenido siempre mis despachos tan abiertos al público que a veces me han desaparecido papeles que he visto al día siguiente publicados en los periódicos". Un día cogió el AVE con Juan Ruiz y se fue a Madrid a sacarle un millón de euros al entonces vicepresidente Arenas. El despacho estaba presidido por una foto de la Esperanza que le regaló su padrino para los asuntos del Arco, Manuel García. Había servicio de Cruzcampo fría, especialmente preparada para rematar la importante reunión, pero el ministro precisó al ujier, sabedor desde antaño de las preferencias de García: "Sí, traiga cerveza para estos señores y un tinto que sea bueno para este señor, pero que sea bueno".

García ha conocido la Macarena en blanco y negro de los años cuarenta, con la cofradía desordenada y los armaos indisciplinados. Siendo diputado mayor de gobierno trabajó para evitar unas escenas que hoy serían impensables. Convocó a todos los diputados y exhibió unas fotos de nazarenos en coches de caballo: "¡Señores, esto se ha acabado!". Cuando alguien sonrió tímidamente porque el propio García aparecía en una de las instantáneas, se oyó rotundo: "¡Sí, ahí estoy yo! Pero que sepan ustedes que esto se ha acabado... ¡definitivamente!". En pocos años el 85% del cortejo regresaba en orden y compostura a la basílica.

Su macarenismo lo ha forjado gracias a personas como José Mena Martagón, Manuel Martínez, Juan José Marín Vizcaíno y Antonio Sáez. Ayer se levantó a las 7:30. Durmió sólo cinco horas por aquello de los brindis que siguieron a la victoria en el Umbrete de la calle San Luis. Rosa, su esposa, lo esperó despierta. Su primer acto como hermano mayor electo lo vivió anoche junto a las monjas de San Clemente. Tiene como objetivos ganarle el pleito vigente a ZP para dedicar el millón de euros a remozar la casa de hermandad, blindar los altares del Señor de la Sentencia y la Virgen del Rosario y fortalecer una asistencia social presupuestada en 180.000 euros. "No recibiremos subvenciones, pero sí firmaremos convenios. La hermandad no es rica, lo que ocurre es que la Virgen de la Esperanza abre muchas puertas".

Seguro que este macareno de platino no cambiaría ahora las Fiestas Mayores por la vara de las capillas. Cuando el cura Failde compareció la noche electoral en el altar para leer el veredicto de las urnas, entonó como el cardenal chileno en el balcón de San Pedro el particular Anuntio vobis, pero en versión macarena: el hijo de Esperanza ya es hermano mayor.

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