Metrópolis | Calle Arfe

Custodios de una tradición de puertas abiertas

  • Orfebrería. Tres siglos después de que hiciera la Custodia que cierra la procesión del Corpus, Juan de Arfe tiene una calle fundamental en Sevilla. La que une la Puerta del Arenal, ya simbólica, con el Postigo del Aceite, junto a las Atarazanas.

Vista del arco del Postigo desde el restaurante La Isla y el mercado de Artesanía.

Vista del arco del Postigo desde el restaurante La Isla y el mercado de Artesanía. / Juan Carlos Vázquez

UN sargento rebautizó a Triunfo Venancio Gómez como Trifón en la mili. Llegó en 1929 con doce años a Sevilla desde San Martín de Toranzo, en el valle santanderino del río Pas. Con esa edad empezó a trabajar en El Reloj, la tienda de su paisano Fernando Ortiz. Noventa años después todavía se conserva la firma de El Reloj y el objeto que le da nombre. “Mi padre me contaba”, recuerda Rogelio Gómez, “que todas las semanas llegaba un empleado de El Cronómetro, la relojería de Sierpes, con una escalera para limpiar y darle cuerda al reloj”. En la calle Arfe todavía se leen los vocablos antiguos de la tienda: Licores, Chacinería, Ultramarinos, Carnecería. El jueves de la procesión del Corpus abrió una abacería que conserva el nombre original. Junto a ella, una tienda de souvenirs que regenta Alberto Arévalo.

La calle Arfe le debe su nombre a Juan de Arfe y Villafañe (1535-1603). Nació en León, se casó y se hizo platero en Valladolid y en 1579 se instala en Sevilla, donde un año después gana el concurso para hacer la Custodia que terminó en 1587, el mismo año que llega Cervantes a Sevilla, y que cuatro siglos largos después cierra el cortejo de la procesión del Corpus. Una fiesta cuya celebración litúrgica tiene lugar este domingo. Las Custodias de Sevilla y Toledo, obras de Arfe, salieron el jueves en esas dos ciudades.

Si el casco histórico de Sevilla se plegara como en una maqueta de arquitecto, podría doblarse con los extremos en los arcos de la Macarena y del Postigo, bajo los que cada Madrugada pasan las dos Esperanzas de la ciudad. Un tesoro urbano delimitado por las Atarazanas y la muralla almohade. La antigua calle Pescaderías pasó a llamarse Arfe en 1859, siendo alcalde de Sevilla García de Vinuesa, que da nombre a una de las cinco calles de esa mano que se abre donde Arfe comienza: Harinas, Castelar, Adriano, Antonia Díaz y García de Vinuesa, el alcalde bajo cuyo mandato se derribaron casi todas las puertas de la ciudad, incluida la del Arenal, derribo que tuvo lugar el 3 de mayo de 1861, como recuerda una placa en la Farmacia del Arenal, que regenta Rafael de Rojas frente al edificio-mascarón de la calle, que fue de los Contreras y ahora es de los Cuéllar. La farmacia data de 1870, una década después de que derribaran una de las pocas puertas que nunca cerraba de noche.

La calle Arfe siguió la estela del titular que le da nombre. Si quitaran los establecimientos que fundaron gentes procedentes de la Montaña o comarcas cercanas, media calle desaparecería. En la esquina con Antonia Díaz, está el bar Arenal Ventura. Un cliente, Gonzalo Llanes, retrató en un dibujo a las tres generaciones. Ventura Pérez Sánchez era de Velilla (Palencia) y se enamoró de Constancia, leonesa de Besande, que murió con 99 años, igual que el palentino Ramón Carande. Ventura empezó a trabajar en un bar de Triana hasta que en 1944 encontró este local con vivienda arriba, donde nacen sus hijos Ventura, que además de tabernero fue alguacil de la Maestranza, y José Luis Pérez Casquero. El primero tomó las riendas del bar, que ahora llevan sus hijos Ventura, Raquel y Patricia. El segundo es el ayudante de “la jefa”, como llama a María Jesús Molina Rey, su esposa, bisnieta de Rosario, una sanluqueña que abrió un puesto de pavías de bacalao junto al arco del Postigo y en 1904 la Freiduría del Arenal.

Fernando Ortiz, el propietario de El Reloj, selló una alianza entre Arfe y García de Vinuesa casándose con Carmen Morales, de la centenaria bodega de Valdepeñas. De la Montaña, de un pueblo llamado Tanos, cerca de Torrelavega, llegó Santos Goyburo, que llegó a regentar dos calenterías en la calle Arfe. La última, con el testigo de Ángela Goyburo, es oficina turística junto al arco.

Manuel Patricio Delgado, Manolo el Gitano para todos, sin ser “ni gitano ni racista”, lleva cuarenta años en La Isla donde ha trabajado para cuatro jefes: Pepe Alonso, que se incorporó al equipo de su tío Jesús; el hijo de Alonso, que reformó el local; Antonio Nogueira y Pepe Alvariño, jefes de compras y de cocina; y desde 2012 Emilio Guerrero. Coge la corbina del escaparate. “La gente le llama la joyería”. Clientela distinguida y un equipo muy profesional: Antonio Rasero Solís empezó su vida laboral el 20-N de 1975; Javier Falla lleva desde los catorce años; Jesús de la Fuente llegó de El Rinconcillo y Jesús de la Fuente de los hoteles.

En Arfe hay una tienda de reparación de motocicletas y una peluquería de las de siempre. Enrique trabajó durante treinta años de conserje en un edificio de la calle Velarde, se jubiló, vive en Triana y todos los meses viene a cortarse el pelo a la calle Arfe. “¿De Triana hasta aquí cuántas peluquerías habrá?”, pregunta asombrado Manolo, el barbero, Manuel Gutiérrez Aranda, 33 años con las tijeras y la espuma de afeitar. De la mili a la peluquería. “Las barberías eran las auténticas tertulias. Aquí venían hombres mayores a leer el periódico y a hablar de política. Un día, obligado por un cliente empresario empecé a coger cita por teléfono. La gente veía el negocio con la gente dentro, creían que estaba lleno y pasaban de largo. Y las tertulias se acabaron”.

En 1927 abrió un mercado de abastos donde la calle se bifurca camino de las Atarazanas. Desde hace años es un mercado de artesanía con 21 firmas de cuero, encuadernación, diseño, joyería y otras exquisitices del minimalismo. Entran más extranjeros que locales a esta antigua plaza de abastos convertida en drugstore del buen gusto. En esta calle falleció bajo el Cristo de las Aguas el 29 de marzo de 1999 el costalero Juan Carlos Montes.

“Si Adriano es la arteria del Arenal, Arfe es la vena”, dice Jesús Rodríguez de Moya, que en Semana Santa pasa tres veces por esta calle con la túnica de nazareno de los Estudiantes, la Quinta Angustia y la Esperanza de Triana. Su hermano Jaime ha abierto tres negocios en la calle Arfe y aledaños. En 2007 cogió la discoteca Groucho. Se llega por un pasaje desde el que se ve la cúpula de la parroquia del Sagrario. Encima de la discoteca está la sede de Amnistía Internacional. En 2010 abrió el bar Magallanes, frente a la Esquinita de Arfe, donde vivía el Beni de Cádiz. “Hay bebidas del mundo y tenemos un Rincón del viajero. Nos han traído bebidas de Islas Mauricio, Kenya, Australia, Isla Fidji, Haití. Al que nos trae una botella exótica se la intercambiamos por una gratis para consumir”.

Lo que llama el Triángulo de las Bermudas lo completa con el restaurante El Charlatán, especializado en “cocina desenfadada”. “Hay gente que come aquí, se toma una copa en Magallanes y se van a bailar a Groucho”. Esta discoteca fue un clásico de la movida de los ochenta por la que pasaban los pintores que apadrinaba Pepe Cobo en La Máquina Española, los músicos de Cita en Sevilla o cineastas norteamericanos como Jim Jarmusch o Susan Seidelman. Ahora, tan próximo a la Maestranza, tiene un sabor más taurino. “Aquí celebró Manzanares el indulto de su toro. Una noche se metió a poner copas Morante y se celebró la despedida de soltero de Perera”. Entre Groucho y El Charlatán, Harpo lo tiene crudo. “No creas, también se puede hablar con el silencio”.

Abundan en esta calle las tiendas pequeñas, familiares. Pepa Castillejo Vera, nacida en Las Navas de la Concepción, se dedica al negocio inmobiliario y lleva cinco años viviendo en la calle Arfe. “La zona está muy demandada”, le dice al periodista mientras éste lee la dedicatoria a Matías: “A la sombra de la Giralda / en la calle Arfe / hay una bodeguita / donde se baila y se canta / donde las penas se quitan”. Matías tiene bigote y enjundia de nuevo Groucho. Da nombre a una catacumba de libantes que antes se llamó Rebeca y La Andaluza. El local tiene una escalera de caracol que da a un soberao, un plano de la Feria de Abril y el cartel de primavera que Antonino Parrilla hizo con su hija, la bellísima Marina Parrilla. Despacha Natalio, guitarrista flamenco que estudia oposiciones para la Guardia Civil.

Yolanda es la tercera generación en la frutería Pepe, que frecuenta el historiador Juan Ortiz Villalba, vecino del barrio. A un cliente le da materia para una ensalada con dos mares: tomates de Málaga, melva canutera de Tarifa. El goteo de clientes en la tienda de Isabel es incesante. “Soy la que nunca quiso estar aquí”, dice Isabel García, tercera generación de un pabellón del desavío que abrió Juan Antonio García Gómez, tío de su padre. Sus hermanos se fueron a la mili y no le quedó otra a esta sevillana de 1963 que estudió en el colegio de las monjas de Yanduri, palacio donde nació el poeta Vicente Aleixandre y pasó unos días Franco después del Alzamiento. Con Isabel se acaba la historia. “Mis hijas una hizo Derecho y la otra Empresariales y no quieren saber nada de la tienda”. Da lo que no se encuentra en los grandes almacenes: humanidad, una sonrisa, bocadillos gloriosos por dos euros. “Un alemán dice que el comercio pequeño hace que la gente se conozca”.

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