Calle Rioja

Las Marginales de un Groucho sevillano

  • Homenaje. En memoria de Julio Martínez Velasco, un clásico del teatro y de las historias de Sevilla. Como las greguerías de Gómez de la Serna, las suyas llevaban dibujos de Ferrand

Julio Martínez Velasco, en 2012 en la librería Beta donde estuvo el teatro Imperial.

Julio Martínez Velasco, en 2012 en la librería Beta donde estuvo el teatro Imperial. / José Ángel García

UN capillita le pregunta a otro. ¿Has leído Cien años de Soledad? Y el segundo le responde: ¿Cuál? ¿La de San Buenaventura o la de San Lorenzo? Era una de las geniales ocurrencias de Julio Martínez Velasco (Sevilla, 1925-2019). Gabriel García Márquez, que se murió el Jueves Santo de 2014 estaría encantado con este equívoco de un tipo singular, de la estirpe de Martínez de León, Garmendia y Galerín. Su amigo Benito Godoque Guayana solía ir a verlo a su casa de la calle Arjona o quedaban en la cafetería Jamaica. Coleccionaba sobres de azucarillos.

Era puro norte/sur. Su madre nació en San Sebastián, su padre en Riotinto. Como si un futbolista de la Real Sociedad viajara hasta el lugar por donde el fútbol entró en España y donde al aguardiente le dicen manguara, agua de hombre. Su madre conoció a su padre en una visita desde Donosti para ver la Semana Santa de Sevilla. ¿La de San Buenaventura o la de San Lorenzo? Julio siguió vinculado a la tierra materna: entre los 7 y los 27 años, incluidos tiempos de la República, la guerra y la posguerra, se iba todos los veranos a la Bella Easo, donde era huésped de dos tías solteronas, Adela y Felisa.

Convirtió el detalle en un género periodístico. En las horas de espera del huecograbado de Abc empezó a hacer una variante personalísma de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna a las que denominó Marginales. Prensa Española editó en 1970 una antología de sus Marginales con dibujos de su cómplice, compañero y amigo Manuel Ferrand, el único sevillano que ganó el Planeta (1968, Con la noche a cuestas). Su amigo Benito conserva un incunable impagable, una edición de Naque Almanaque de 2000 que salió de Gráficas San Antonio el 18 de diciembre de 1999, día de la Esperanza. En portada, un gag digno de Groucho o de Chaplin. Un dibujo inédito de Ferrand con una multitud de manifestantes precedidos por un pancarta donde se lee: “No queremos nada”. Puro nihilismo sevillano en la ciudad de la Gracia, las Gracias y los De Nada.

En el puente de la Inmaculada de 2012 me invitó a un paseo por los escenarios de la Sevilla teatral que se fueron evaporando. El Teatro Imperial se había convertido en la librería Beta (recordaba Julio que esa metamorfosis sólo se había producido en un teatro de Buenos Aires), el Teatro San Fernando (donde había nacido Adelita Domingo) era una tienda de C&A y el Palacio Central en la tienda Mango.Lo recuerdo ejerciendo su magisterio y su bonhomía en el Teatro Lope de Vega en las esperas a que compareciesen los titulares de las diferentes compañías. Con el prestigio de un José Monleón o un Alfredo Marqueríe, Martínez Velasco dominaba las tablas como pocos. En su libro Teatro en Sevilla: sus 25 años más críticos contó la escisión en 1953 del TEU (Teatro Español Universitario) del SEU (Sindicato Español Universitario).

Entró en la Asociación de la Prensa “cuando se fueron los falangistas”, en sus propias palabras. Nació en el Arenal y vivía en la calle Arjona. Su teoría de por qué las divas terminaban todas en la zona nacional es el guión de una película llena de figurantes y escenas de época. Contaba que en la zona republicana el embajador soviético Rosenberg impuso una reforma laboral según el modelo soviético, de forma que la limpiadora del teatro ganaba lo mismo que la diva. “Como en la profesión teatral las divas son vanidosísimas”, contaba Martínez Velasco, “se van pasando a la zona sublevada”. Cuando las compañías pudientes hacían las Américas, en el regreso las divas “volvían e iban a las navieras que tocaban Vigo o Cádiz y se pasaban a la zona sublevada, donde la diva ganaba mucho más que la limpiadora”.Se conocía las leyendas de Sevilla, le mostró secretos de la Semana Santa al padre Cué. Brillante y humilde. Sabía mucho, pero nunca alardeó de nada. Como la pancarta del dibujo de Ferrand: No queremos nada. Que es el todo de los inteligentes.

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