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Tacones lejanos de Sara Montiel en la Expo

  • Estancia en Sevilla. La intérprete de 'El último cuplé' y 'La Violetera' visitó la Expo el día de Castilla-La Mancha y causó sensación durante su recorrido por el pabellón autonómico.

EN un borrador para la historia del Colegio de Arquitectos de Sevilla aparece en dos ocasiones el nombre de Sara Montiel. La primera, porque la actriz y cantante de Campo de Criptana estuvo de visita en la Expo el día de Castilla-La Mancha. Visitó su pabellón autonómico. "Llevaba unos tacones inmensos y teníamos que ir andando muy despacito para que no se cayera", recuerda María Teresa Otero, responsable del Protocolo en el certamen. Tacones lejanos de la paisana de Pedro Almodóvar.

La segunda referencia es por algo que sucedió 16 años después, el 1 de abril de 2008. Ese mismo día se inauguró con la presencia de la diva en Campo de Criptana, su localidad natal, el museo que lleva su nombre en uno de los viejos molinos de viento que Alonso Quijano tomaba por gigantes. La artista acudió a su pueblo acompañada por su novio, un arquitecto que era veinte años más joven que ella.

La muerte de Sara Montiel ha supuesto una conmoción generacional. Más que de nuestros recuerdos, hemos evocado los de nuestros mayores. Me enteré de la noticia en la puerta del colegio. Llegué muy pronto y sólo estaban dos abuelas y una madre. Una de las abuelas, Teresa, mientras esperaba a su nieto, nos informó del fallecimiento. Inmediatamente, se produjo una sana controversia entre las dos abuelas: Teresa defendía la belleza sin par, el resplandor innato de la manchega, mientras que su compañera de vigilia escolar prefería a Carmen Sevilla, porque la belleza de Sara Montiel le resultaba evidente pero "demasiado manchega". Eso ocurría en la puerta de las Mercedarias de San Vicente, una calle donde hubo con ese mismo nombre un cine legendario ya desaparecido en el que debieron programar alguna de sus películas.

Murió el mismo día que Margaret Thatcher. Aunque Sara Montiel trabajó con directores como Robert Aldrich, Samuel Fuller, Anthony Mann (uno de sus cinco maridos) o Juan Antonio Bardem, fue Margaret Tatcher la que ganó un Óscar por la interpretación que de la Dama de Hierro hizo Meryl Streep. Cuando Sara visita la Expo, la Thatcher ya había salido de Downing Street. La sustituyó John Major, un británico que veraneaba en un pueblo de Ávila llamado Candeleda.

La muerte de Sara Montiel centró las conversaciones posteriores en la celebración del cumpleaños de David, compañero de clase de mi hijo. A Susana, madre de otro de los niños, su abuelo, un marino ferrolano que había visto a Sara Montiel en cines y teatros de media América, llamaba Nena a su nieta como guiño a la artista manchega. El padre de Susana, sin embargo, era más de Raquel Meyer, y nuestra generación, para qué engañarnos, éramos más de Raquel Welch. Otra madre, Raquel, está casada con un manchego, pero no le consta que le pusieran a su hija Sara por Sara Montiel. "No sé por qué sería. Lo eligió mi marido. Yo quería ponerle Candela".

Una palabra con la que todo cinéfilo asocia Sara Montiel es Veracruz, título del western que protagonizó con Burt Lancaster y Gregory Peck. Ya desapareció el bar Veracruz que estaba en el edificio Cristina a cuya terraza se subió Juan Alarcón con una cámara para hacer la foto del Pabellón de los Descubrimientos ardiendo que salió al día siguiente en la portada de El País. La víspera de la inauguración de la Expo, 19 de abril de 1992, el mismo día que Rafael Gordillo jugó su último partido con el Real Madrid, se inauguró en Sevilla un congreso mundial de hermandades de la Vera-Cruz.

En La Pajarita, el bar de Julio en la esquina de Baños con Teodosio, hoy aparecerá el cartel de que faltan 371 días para el Lunes Santo de 2014. El día que sale Vera-Cruz. Alguno, como homenaje a aquella veracruzana manchega, leería Ya, ese imperativo que anuncia la llegada de los días señalaítos puesto en una pizarra como en la que antaño se ponían los títulos de las películas. Hoy echan El último cuplé y a esta violetera le dedico aquellas violetas postreras que Luis Cernuda compuso a la muerte de Larra.

Una morena y una rubia, hijas del pueblo de Madrid. Sara Montiel y Margaret Thatcher se han ido juntas, como en la zarzuela. Unidas por el Canal de la Mancha.

No creo que la anécdota figure en la demoledora biografía que Paul Preston acaba de publicar sobre Santiago Carrillo. En su libro Sábado Rojo, Joaquín Bardavío cuenta que en el año 1976 el líder comunista pasó de forma clandestina a España, cuando cruzó la frontera con su amigo Teodulfo Lagunero, camuflado en una peluca que le había dejado el peluquero de Picasso. En una de sus primeras salidas furtivas, peluca incluida, fue a ver una corrida de toros a Valencia. Y de pronto vio un rostro que le resultaba familiar. Era Sara Montiel, a la que Ceaucescu en persona se la había presentado cuando la cantante y actriz actuó en Rumanía. Juntos el cuplé y el pecé.

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