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Triana hace historia

  • Multitud de peregrinos acompañaron a la hermandad rociera más antigua de la capital andaluza en su peregrinación extraordinaria desde El Rocío a Almonte por su bicentenario.

No hubo polvareda ni volantes. Ni hilera de carretas de bueyes. Pero hubo niebla, un camino nunca andado y un templo nuevo como meta. Triana hizo historia ayer. Dos siglos es razón más que suficiente para que la estampa fuera única. Desde El Rocío a Almonte la corporación bicentenaria trazó una senda donde el barro, el cansancio, las ganas de fiesta y la devoción se entrelazaron en una jornada donde la excelente temperatura acompañó a multitud de trianeros que no quisieron perderse esta peregrinación que sí merece el calificativo de extraordinaria (tan denostado en estos tiempos en el ámbito cofradiero).

Una fecha para enmarcar a la que sólo afectó la desorganización en el discurrir por el municipio almonteño que provocó que la carreta del Simpecado llegara hora y media más tarde de lo previsto por la avalancha de peregrinos que se situaron delante.

"No he podido pegar ojo", confesaban los trianeros minutos antes de que la comitiva partiera de la casa hermandad que la corporación tiene en El Rocío. La víspera se vivió entre rezos y cantes ante el Simpecado. Luego quedaba soñar con lo nuevo, o al menos, intentarlo. Muchos llegaron con las claras del día a la aldea, envuelta en una densa niebla. Las redes sociales eran espejo de cuanto acontecía. Pepe Luis Trujillo lo reflejaba en su muro: "Londres, no. Triana". Y así se echaban a andar los peregrinos por el Camino de los Llanos, una senda que cada siete años recorre la Blanca Paloma y que ahora lo hacía la Virgen Chiquita del Simpecado por primera vez.

El barro se hizo pronto complemento decorativo de pantalones y botos. La Candelaria de Triana tiene su estética propia. Se olvidan los volantes y se opta por el casual sport rociero en el que, por supuesto, nada queda en aras de la improvisación. Entre la caballería, también lució dicha indumentaria por encima del traje  corto, pese a las recomendaciones de la hermandad. Pero, sin lugar a dudas, si hay un prototipo estético que se ha impuesto con la crisis es el del peregrino que se inclina por lucir prendas de  cierta marca con nombre italiano. Como dijo algún que otro rociero con muchos caminos a la espalda: "Es el pijo low cost ". Apariencia a coste rentable.

El discurrir por el camino fue rápido. Antes de las 14:00 la comitiva ya había cruzado por segunda vez la carretera que une Almonte con Matalascañas. Quedaba ahora disfrutar de la bóveda que formaban los pinos a cuyas plantas las últimas lluvias habían extendido una manta verde. El mismo camino que el tomado en agosto y tan distinito en enero. Donde antes  existía polvo, ahora hierba fresca.

Llegaba la hora del sesteo. La zona se había convertido en un improvisado merendero. Todoterrenos que por momentos parecían vomitorios de fiambreras. Los rocieros, en este sentido, saben sacar el máximo provecho a los maleteros. No hay resquicio sin ocupar para meter el botellero, la comida, la mesa plegable, las sillas y hasta el camping gas.

Tras casi seis horas de camino era el momento de exaltar al filete empanado, la tortilla y el botellín, aunque éste último hacía tiempo que ya había proclamado su existencia en los gaznates de los romeros. Poco o nada se vio al jamón en esas reuniones improvisadas. A la rica fritanga, aunque ésta lleve semanas con su abrigo de harina. Con hambre cualquier condumio adquiere pronto la validez para saciar el estómago.

En pocos minutos se vuelve a andar. Se va dejando atrás los pinos y se desciende por la cuesta que lleva hasta el riachuelo que los más atrevidos cruzan. Reflejos de plata en las aguas. Añoranza del puente del Ajolí. Prólogo para entrar en Almonte. La senda se estrecha y la comitiva se convierte en una senda nómada en la que la poca anchura obliga a todo tipo de malabares para hacerse con tierra firme. Se anda despacio. Los pasos cortos son el acicate para el cansancio. Las tres leguas recorridas pasan factura cuando al fin se divisan las primeras casas. Pueblo a la vista.

La entrada en Almonte se produce pasada las cuatro de la tarde, hora en la que muchas gargantas claman por ser gintonizadas. En la bulla peregrina hace bastante calor. Sobra cualquier ropa de abrigo y se extraña alguna dosis de desodorante. Es lo que tiene el caminar y la masa.

En las calles de Almonte hay ambiente de fiesta. Las vecinas esperan la comitiva sentadas en las puertas. Los postes cubiertos de flores blancas de papel que sirvieron para recibir a la Virgen en agosto aparecen ahora desnudos y con la huella de la lluvia.

En la plaza principal del municipio, donde se encuentra la parroquia, la gente aguarda a que  aparezcan los primeros peregrinos. Carmen Morales, camarista de la Virgen, se ha puesto el abrigo de gala para recibir a los trianeros. La escalinata de acceso al templo está colmatada de público. Encontrar un pequeño espacio donde meter los pies es todo un logro. Empiezan los empujones. Se abren las puertas de la iglesia. Al fondo, la Blanca Paloma. Principio y fin de todo. Minutos antes se habían celebrado los bautizos. Los padres no pierden la ocasión y pasean a sus hijos ante la mirada del público al que la espera ya empieza a impacientarle. Mezcla imposible de estilos estéticos.

El primer ramillete de peregrinos aparece en la plaza con sus clásicos sones: "Aquí estamos otra vez..." Saludo trianero al que todo los presentes intentan coger el ritmo musical con más desatino que acierto. La espera continúa. La cantidad de romeros que se habían colocado delante de la carreta retrasa su llegada, prevista a las cinco y media. Una hora después no hay atisbo de ella. En el perímetro de la parroquia los policías impiden que cualquier peregrino se detenga. El sol se despide. Otro grupo de romeros hace acto de presencia con las gorras y los sombreros en alto (incluido algún que otro vaso largo de plástico que no sólo  contenía refresco). La última avalancha crea escenas de cierta tensión. Todos quieren estar allí cuando la carreta de plata se plante ante la Virgen. Misión imposible. Empujones, pisotones y algún que otro desvanecimiento. La noche se ha echado encima.

El Simpecado, al fin, aparece iluminado. Delante, el hermano mayor, Manuel Alcantarilla, baja del caballo para saludar a la junta de gobierno de la Hermandad Matriz. La carreta logra girarse hacia la puerta. Se reza la salve. Luego, Triana canta. El instante quedó huérfano de emoción para los que llevaban horas de espera. No así para los pocos romeros que lograron quedarse junto al Simpecado. Ojos húmedos para una escena que ha tardado dos siglos en producirse. Se va la carreta buscando la Capilla del Cristo. Allí dormirá la Virgen Chiquita. Hoy es día de misa y  convivencia. Ayer lo fue de historia.

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