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Tributo a una artista: el olvido que no seremos

  • Recuerdo. Con un sentido del reciclaje artístico, Teresa Lafita plantea en el Antiquarium una original reparación de los estragos del tiempo

Instalación de Teresa Lafita en el Antiquarium de la Encarnación.

Instalación de Teresa Lafita en el Antiquarium de la Encarnación. / P. C.

Ahora tu cabeza es mi cabeza, tu corazón mi corazón. Tus pensamientos y tus sentimientos me pertenecen porque tu amor es el mío y porque tú soy yo. Hay un alma poética, una artista desgarrada detrás de estas palabras. Se llama Teresa Lafita y está a punto de perder el autobús para Chipiona. Una parte de ella se ha quedado en Sevilla. Se puede ver todavía en el Antiquarium. Un altar profano, como ella lo llama, de tributo "a una artista olvidada".

El olvido que no seremos. Lafita, antóloga de heterodoxos y vanguardistas, le da la vuelta a la novela de Héctor Abad Faciolince que llevó al cine Fernando Trueba. No quiere que nadie se olvide de la obra y de la vida de Rosa Conde. "Éramos vecinas de la calle Martín Villa. Estaba casada con el doctor Salvador Morales, introductor de la cirugía con lamparoscopia. Fue madre de cinco hijos, estudió Bellas Artes, estuvo en el departamento de Dibujo de Borrás y muere con 53 años".

Uno de sus hijos, Alejandro, se dedica al diseño y la publicidad. Otro, Salvador, salió de rey mago en la última Cabalgata del Ateneo. Teresa ha recuperado alguna obra de su amiga Rosa, cuadros que acompañan esta instalación modesta pero rupturista.

El centro principal es un maniquí que haría las delicias de Berlanga. Luce un sombrero que le ha dejado Vivas Carrión, de una sombrerería de la calle Monsalves. El molde está hecho en Berlín años 30. "El maniquí tiene su propia biografía", dice la artista. "Me lo encontré en la calle el año pasado. En una exposición lo vestí de novia, en otro acabó de muerta. Ha estado expuesta en la torre de don Fadrique, con el título de 'Una cama para un sueño imposible'. Se puso a llover y la metieron en la sala De Profundis donde velan a las monjas muertas. La luz le entraba en el traje blanco. Era Macondo puro".

En la instalación le ha ayudado Antonio Zannoni, escenógrafo, figurinista, pintor y escultor italiano. "Las telas son suyas, la cortina estaba en una bolsa y la rescaté". Hay un corazón entre dos cabezas que parecen de una clase de Histología de las que daba el abuelo de los Machado. Un círculo de luces sale del corazón, que la artista compró en Pichardo, el clásico local de artículos de bromas y disfraces.

La instalación cuenta con dos lecciones de anatomía. "El 12 de enero me rompí una vértebra, la D-11. Para exorcizar los males, trabajo sobre mis dolores, mis trabajos siempre son autobiográficos". Zannoni le cedió también el collar que luce la mujer representada por el maniquí. "Yo lo aprovecho todo, los artistas somos muy Diógenes, tenemos alma de urraca".

Hay una base de rosas naturales y secas. Le hubiera gustado llenar de rosas la mesa y el suelo que la circunda. Rosas para rosa. Rosas callejeras. "Quería que fuera un tributo fastuoso y sobrio a la vez". Paulina Ferrer le diseñó el cartel y Juan López-Palanco se encargó de su traslación informática.

La obra de Teresa Lafita está rodeada de multitud de referentes para el visitante: una plaza de abastos, un mirador, bares, una discoteca, presentaciones de libros, performances, restos arqueológicos, turistas que deambulan por este laberinto sin Minotauro. El altar profano está en una isla del recuerdo, un oasis de la compensación. Casi un cuarto de siglo de ausencia reparado con la presencia de esta suma de elementos totalmente heterogéneos pero cargados de sentido y de sentimiento. Es la impronta personal de una artista como Teresa Lafita imposible de definir, de etiquetar. Lo único seguro es que si se retrasa un poco perderá el autocar para Chipiona. Su rúbrica se queda en la plaza de la Encarnación, el nuevo Capitolio icónico de los turistas, ese enjambre de épocas entre Regina, Alcázares, Laraña, Imagen y José Gestoso. Una plaza tan ecléctica como el arte tal como lo concibe Teresa Lafita.

A dos pasos del panteón de Sevillanos Ilustres, este tributo a la madre sesgada por la muerte prematura, a la artista frenada en seco representa el compromiso que la artista tiene de representarse no sólo a sí misma sino a todos aquellos que la conformaron como artista y como persona. Teresa Lafita ha vuelto a ser vecina de Rosa Conde con un corazón de Pichardo, un sombrero de Berlín y un maniquí de cualquier contenedor. El reciclaje como renacentismo cotidiano, sin alardes ni titulares. De las sobras salen las obras. De los restos salen las sumas. En la mente y la imaginación inagotables de Teresa Lafita siempre hay una nueva cruzada, un nuevo olvido que reparar, otro entuerto que desfacer en esta lucha siempre incierta por desigual. Ahora tu cabeza es mi cabeza y tu corazón mi corazón.

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