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Tributo para un genio que vivió de niño en esa esquina

  • Evocación. En su regreso a la Basílica, el Gran Poder pasó junto a la esquina de Álvaro de Bazán con Santa Clara en la que entre 1923 y 1934 vivió Antonio Ruiz Soler, 'el Bailarín'

La placa que recuerda donde vivió Antonio el Bailarín.

La placa que recuerda donde vivió Antonio el Bailarín. / josé ángel garcía

Alguna vez se tuvieron que cruzar de niños por la calle Santa Clara. El poeta Rafael Montesinos, que nació el 30 de septiembre de 1920 en esa calle, y Antonio Ruiz Soler, Antonio el Bailarín, nacido un año después en la Plaza de los Carros y que entre 1923 y 1934, los años muy reparables, invirtiendo el adjetivo del libro del poeta, en los que se desarrolla su inmensa vocación artística, vivirá en una casa de la calle Álvaro de Bazán esquina con Santa Clara. En el callejero, el nombre de un marino singular, el marqués de Santa Cruz, inmortalizado en El Viso del Marqués, provincia de Ciudad Real, donde se encuentra un Archivo de la Marina equidistante entre Cádiz, Lisboa y Madrid. Un marino que murió en 1588, cuando iba a encabezar la Armada Invencible.

Antonio el Bailarín también tuvo que luchar muchas veces contra "los elementos". En el libro Los Mil Protagonistas del siglo XX, que editó el diario El País, Antonio aparece entre el ciclista Jacques Anquetil, ganador de cinco ediciones del Tour de Francia, y el poeta y crítico Guillaume Apollinaire, ambos franceses, metáfora de un artista que muy pronto tuvo que cruzar los Pirineos y también el océano Atlántico. La guerra civil, que estalla cuando aún no ha cumplido los 15 años, la vivió íntegra actuando en el extranjero.

El alma seise de los niños de Sevilla. Antonio, Bécquer, Cernuda, Montesinos

En Álvaro de Bazán esquina con Santa Clara vive la llegada de la dictadura de Primo de Rivera y la proclamación de la Segunda República. Entre ambas, la Exposición Iberoamericana de 1929. Niño prodigio de la academia del maestro Realito, en Trajano esquina con la Alameda, formó con Rosario la pareja Los Chavalitos de España, que actuaron en dicha Exposición. Antonio tenía ocho años. Su puesta de largo definitiva le vendrá bailando para Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia. Prueba para después hacerlo ante reyes, emperadores y estadistas de medio mundo.

La noche del sábado se encontró con el mejor de los tributos. El Gran Poder, de regreso a casa después de casi un mes de misión en los barrios más pobres de Sevilla (y de España) pasó junto a la casa del niño Antonio el Bailarín. Una noche mágica en la que hubo el cante de las saetas (en la casa de Rodrigo de Zayas y Anne Perret sonó la voz poderosa de Manuel Cuevas), saetas en Becas, Lumbreras y Santa Clara, las calles de la infancia de otro gigante del flamenco, Manolo Caracol. Hubo toque, un piano que entre el silencio de la noche y el racheo de los costaleros se oyó en la misma calle Santa Clara, muy cerca de la torre de la iglesia de San Lorenzo, pasado el palacio de los Bucarelli. Y el baile imaginario del espíritu de Antonio el Bailarín. Aquel niño al que en un primer momento, antes que Rosario, le apareció otra pareja de baile, Manuela, una niña de la vecina calle Pizarro.

Primo de Rivera, la República, Franco… En su libro Flamencos de ayer y de siempre, el periodista Juan Luis Manfredi incluye una entrevista con Antonio el Bailarín, publicada en abril de 1975. Se quejaba de que la proliferación de tablaos para el turismo desvirtuaba la pureza del baile, quien da dos pasitos "pero que baila sin interés ni emoción, como quien está en una oficina". Abril de 1975. Faltaban siete meses para la muerte de Franco. Un año en el que Ruiz Soler tenía sus proyectos: el estreno mundial en octubre de ese año, con todo el mundo pendiente de España por la larga agonía del dictador, de Cerca del Guadalquivir, un ballet sobre dos poemas de Federico García Lorca y música extraída de la Sinfonía Andaluza de Arturo Pavón. Otro maestro de la Alameda de Hércules, que la noche del sábado se enseñoreó para recibir al Señor de Sevilla. Contaba Antonio en esa entrevista que el Ministerio de Información y Turismo le había encargado hacerse cargo de la dirección del Ballet Nacional.

El alma seise de los niños de Sevilla. En la antigua calle Potro (ahora Ana Orantes) está la casa donde pasó su infancia Gustavo Adolfo Bécquer. La de Cernuda nos la sabemos casi de memoria: Acetres, Aire, Borbolla. Y Antonio el Bailarín en este recodo de una Sevilla de conventos y campanas, de corrales y cosarios. Muy cerca de esa esquina está la calle Hombre de Piedra en la que vivía Luis Marín de Terán, que acaba de fallecer, el arquitecto que con Aurelio del Pozo firmó el diseño del Teatro de la Maestranza. Un escenario para la Sevilla del 92 capicúa de aquella del 29 que consagró a Antonio el Bailarín. El alumno de Realito murió en Madrid en febrero de 1996, en el crepúsculo del maratoniano gobierno de su paisano Felipe González.

Un tributo hermoso, multitudinario pero muy íntimo, para uno de los mejores embajadores que ha tenido Sevilla por todo el mundo. Que vivió en esta casa entre 1923 y 1934, el año de la revolución de Asturias.

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