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Buenas Letras recuerda la mirada humanista de Ismael Yebra

  • La Real Academia homenajea al dermatólogo y escritor fallecido hace ahora un año

Momento del acto en homenaje a Ismael Yebra en la Real Academia de Buenas Letras.

Momento del acto en homenaje a Ismael Yebra en la Real Academia de Buenas Letras. / José Ángel García

“Hasta el último hálito de su vida estuvo preocupado por la Academia de la Real Academia de Buenas Letras”. Así ha arrancado este miércoles el director de la Academia, Pablo Gutiérrez-Alviz Conradi, el acto homenaje por el médico, escritor y académico Ismael Yebra Sotillos, cuando se cumple un año de su fallecimiento.

La enfermedad acabó con la vida de este ilustre dermatólogo sevillano que dejó amplia huella, no solo en la medicina, sino también en la literatura, en el ámbito científico y en el ánimo del casi centenar de almas que han llenado el salón de la calle Abades, 14 para recordarle. “Supo que lo más profundo es la piel y alcanzó en vida la categoría ya casi inexistente de médico humanista interesado en diversos saberes que acompañaba con su dedicación ejemplar a los pacientes”, ha declamado el poeta Juan Lamillar, quien junto al médico Francisco Gallardo y al catedrático de Historia, Pablo Emilio Pérez, han enaltecido la figura de Ismael Yebra en tres disertaciones que han recorrido su vida como escritor, galeno y amigo.

“Ismael tenía Ocnos (Luis Cernuda) como uno de sus libros preferidos, buen lector de poesía, y pese a su predilección por los cuentos de Anton Chéjov, prefería los ensayos, los libros de historia, viajes y las biografías, memorias y diarios”, ha desglosado Lamillar. “Consideraba el libro como un arma terapéutica” y así lo manifestó en su discurso de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras en mayo de 2014. No obstante, el poeta se hacía eco de que “aunque siempre le gustó escribir, nunca tuvo intención de ello”, pero no pudo evitar pasar a lo escrito, “al comprobar el interés del público en los actos”.

Yebra siempre tuvo presente la denominada “literatura oculta”. Su querencia por los viajes le llevó a alzar la pluma y a describir su camino a Sanabria. “Con una prosa muy caminera, muy natural, Ismael se presenta como viajero, trotamundo, caminante y recorre los pueblos de la comarca ”, pero en su obra “no hay alardes literarios ni virtuosismos vacíos” sino una “prosa eficaz y comunicativa”, era un “magnífico conversador”.

Amante del costumbrismo, del que dio buena cuenta desde sus artículos en Diario de Sevilla, fue crítico con la Sevilla actual, con los "desmanes políticos y urbanísticos" de una urbe “entregada y vendida al turismo”, lo que le “hizo volver su mirada a los barrios como el último reducto del integrismo sevillano”. También tuvo a bien recuperar la esencia de Umbrete, su otra tierra, y dar buena cuenta de sus gentes, sus costumbres y su gastronomía, que compartía generosamente con sus amigos.

Fue crítico con la Sevilla actual, lo que le hizo volver su mirada hacia los barrios

Pero Ismael Yebra “antes que nada” era médico, así lo afirma Francisco Gallardo. “Era el hombre más honesto que he conocido y hacía de la amistad un lujo”, ha aseverado. “Fue un místico laico y la medicina, su particular teología”, y considera que esta era "algo más que la petición de pruebas”. Gallardo ha hecho alarde de su “tesoro como médico: el ojo clínico, que no le hizo perder ni una pizca de rigor científico” en ese “arte de tratar pacientes” que Yebra tenía. Su especialidad, la piel, lo acercaba aún más a las personas, “de la piel al alma, qué hermosa manera de describirlo”. “La piel lo refleja todo, la fealdad o la belleza, el bienestar o el sufrimiento”, ha expresado. Aunque su genialidad brillaba aún más por su “absoluta falta de ostentación, tenía la sencillez del sabio”, y su “profunda fe”, que destacaban en un carácter agraciado con un “notorio sentido del humor”.

Su interés por la vida monástica le llevó a descubrir muchos conventos de toda la geografía española, así como a ser el médico de decenas de religiosas. Afable, con una fina ironía y amante de la tranquilidad, siempre dijo que “de no haber conocido a Victoria –su mujer, presente en el acto junto a sus hijos– hubiera sido monje”, ha comentado Pablo Emilio Pérez, que ha hecho una semblanza amena y que no ha querido dejarse llevar “por la melancolía”, contando sus experiencias vitales con Yebra, con quien “atravesar la Alfalfa era casi como un viaje” por su cercanía con la gente. Pérez ha logrado mostrar a los oyentes qué clase de hombre era, además de médico o escritor, con el que compartió excursiones, charlas, conocimientos y alguna “copa de mosto”.

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