Sevilla

Del cardenal Bueno al cardenal Amigo: Sevilla entre dos siglos

AQUELLA tarde de domingo, mientras sonaban las campanas de la Giralda, la ciudad parecía suspirar un poco aliviada, al ver que por fin se cumplía lo que era un clamor a voces y que ahora echo mucho en falta: decían que Sevilla merecía tener un cardenal. Soy aún más exigente: creo que merecía tener un cardenal como fray Carlos y exactamente así lo escribí en un artículo en septiembre de 2003:

"Si en su tiempo mandamos emperadores a Roma, en las últimas décadas lo que mandamos allí son cardenales comprometidos con los que más lo necesitan, tolerantes, afables y muy de su época. Del cardenal Bueno al cardenal Amigo…"

El 15 de noviembre de 1958 don José María Bueno Monreal es nombrado cardenal por el papa Juan XXIII, del cual era un gran admirador. Así en 1962 publica una Pastoral de gran repercusión, según cuentan los cronistas y recuerdan muchos militantes cristianos de la época: "Algunos problemas sociales de la Archidiócesis de Sevilla", inspirada por la encíclica Mater et Magistra, donde señalaba la realidad dolorosa en cuanto a salarios insuficientes de los trabajadores, paro obrero, deberes de los poderes públicos y la necesidad de reformas en las estructuras sociales existentes. No fue sino una muestra de su preocupación por la justicia social, puesta también de manifiesto en la defensa y ayuda prestada a la HOAC, en la que militó -entre otros muchos hombres de bien- don Juan Luis Sánchez Centeno.

Sí, mi padre me contaba cómo el cardenal Bueno, para defender a estos grupos obreros, tuvo que oponerse en múltiples ocasiones a los criterios políticos que emanaban de las autoridades del régimen de Franco, creándose por ello serios problemas, y que incluso discrepó por estos temas con determinados miembros de la propia jerarquía eclesiástica. Retengo vivamente en mi memoria, emocional y fotográfica, la imagen de una de aquellas Asambleas en las que le acompañé en el patio del Palacio Arzobispal y de las reuniones en la que entrábamos sigilosos por la calle Don Remondo. Pero más frescos son los recuerdos de mi etapa en el grupo de jóvenes escolapios en la comunidad cristiana de base del Cerro y en Burguillos y El Viar y como corresponsal de El Correo en la Vega del Guadalquivir, cuando la oposición se hacía no sólo en las fábricas, si no también en la calle, en las parroquias y en las mesas de redacción de algunos periódicos. Nosotros, en equipo, generábamos la noticia, elaborábamos la información y nos encargábamos de vender los periódicos. Eran los tiempos de Chinarro y de Javierre al frente de periodistas de la época que lograron en el tardofranquismo recuperar el sentido crítico de buena parte de la población contra la dictadura.

El papel de Bueno y de Amigo en el siglo fue crucial, cada uno en su momento y con su estilo propio, es cierto, lo que no hizo fácil la transición de uno a otro. Habría que destacar en este sentido, y como primerísimo rasgo del talante personal del cardenal Amigo, el tratamiento filial, respetuoso y lleno de afecto con que acompañó a don José María durante los momentos difíciles que ambos compartieron en Sevilla. Una ejemplar e intensa lección de humanidad que recibimos los sevillanos de fray Carlos.

Distintos eran y distintos fueron sus pontificados, pero con un denominador común: el aggiornamento inspirado en el Concilio, cómo construir la paz desde la justicia, el no a la guerra y el sí a la libertad de conciencia y religión…

Estos últimos aspectos fueron abordados reiteradamente por monseñor Amigo para poner al día a la Iglesia en sus relaciones con otras culturas y religiones. Carlos Amigo es el cardenal de las tres culturas, lo que en una ciudad como Sevilla, que quiere volver a ser punto de encuentro entre Oriente y Occidente, tiene aún más significación. Desde su etapa de Arzobispo de Tánger en el año 1973, todas las biografías de este hijo de médico destacan su actuación como impulsor de la convivencia entre las religiones y los hombres.

Pero déjenme que les hable desde la subjetividad de mi experiencia personal, narrándoles una conversación de las primeras de tantas mantenidas a lo largo de las muchas horas compartidas en cientos de actos de larga duración, procesiones incluidas. Le pregunté por la razón primera de su catalogación como uno de los cardenales más aperturistas de la cúpula eclesial española, en la línea del cardenal Tarancón. ¡Yo lo consideraba bastante ortodoxo en tantas cosas! ("¿Cómo tienen que ser los otros cuando usted es el progresista?", le decía para picarle). Eso sí, siempre lo consideré también como un hombre de mente abierta que alzó en la Iglesia la voz de la igualdad y el respeto a las diferencias, algo tan importante en estos tiempos de interculturalidad en nuestras sociedades. Su respuesta fue imponente: "Porque he vivido mucho tiempo en minoría y en esa situación se aprende mucho…", me espetó dejándome desde entonces reinando en esa idea. Y de entre las discusiones, que claro que también las hubo y bastantes, quiero relatar aquella que se inició, sin que nadie nos lo notara, al final de una celebración, cívico-religiosa le llaman, en la que monseñor había leído una homilía que tenía toda la pinta de un ucase, un texto "bajado de Madrid" en el que se hablaba de la Iglesia perseguida por los gobernantes y obligada a estar recluida en los templos. Le molestó -y no sé si todos ustedes saben cómo es este hombre cuando se enfada- mi comentario jocoso: "¿Perseguida y recluida quiere decir que vamos detrás de usted en las procesiones que recorren las calles de Sevilla… Eso aquí no pega ni con cola, don Carlos", le vine a decir. Me salió por peteneras ante mi inoportuno puyazo: "Lo que tienen ustedes que reconocer debidamente es la labor social de la Iglesia que llega donde ninguna administración sabe llegar", me espetó con gesto duro. Reflexioné mientras volvíamos acompañados, como siempre, de la Banda desde la Catedral al Ayuntamiento. Y, al llegar al rondo habitual con los periodistas tras las procesiones, mis declaraciones se salieron del guión ("este año más/menos gente que el año pasado y una catenaria de lugares comunes") y se refirieron a la inmensa labor de Cáritas y la acción social de la Iglesia de Sevilla. Y, luego, le mandé una nota manuscrita disculpándome, con dolor de corazón, por la forma (en el fondo tenía razón, y ya saben ustedes cómo es uno cuando sabe que la lleva). Nos perdonamos al día siguiente y sin imponernos penitencia ni propósito de enmienda.

Desde 1983 en que fue nombrado arzobispo de la diócesis de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo no sólo ha ejercido a favor de los más débiles y necesitados, sino que ha defendido el reconocimiento de los valores y derechos de la persona: la convivencia en libertad, su dignidad como hombre o mujer, sus derechos individuales y sociales, el respeto a los diferentes y al pluralismo ideológico, negando valientemente que se pueda construir algo desde la imposición, la represión o el imperio del terror y de la violencia. Y ha visto como sus palabras han sido hechas suyas por los ciudadanos y ciudadanas de Sevilla con independencia de sus creencias. Su voz ha sido oída y admirada en todos aquellos momentos en los que el dolor y el sufrimiento han abatido a Sevilla y a España.

Hijo Predilecto de Andalucía en 2007 fue nombrado Hijo Adoptivo de Sevilla por acuerdo de la primera de las tres corporaciones que tuve el honor de presidir. Pero el momento homenaje que me quedó grabado fue el del día en que fue a despedirse del alcalde: a la salida de la Casa Grande, la música de Sevilla sonó, le pillamos por sorpresa a pie de calle y, tan alto, se nos emocionó con pequeñez franciscana: "Algo se muere en el Alma cuando un Amigo se va…" ¡ Paz y bien, mi saludo de tantas ocasiones, ahora más que nunca, don Carlos, amigo!

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