Carta con remite del Vaticano a la Casa Salinas

Incansable. María Asunción Milá de Salinas, de 105 años, recibió el 24 de marzo de 2015 una carta del papa Francisco en la que éste se comprometía a atender su solicitud de condenar la pena de muerte en el Catecismo

María Asunción Milá de Salinas (Barcelona, 1919).
María Asunción Milá de Salinas (Barcelona, 1919). / M. G.

El 24 de marzo de 2015, un cartero llamaba a la puerta de la Casa Salinas. Llevaba una carta con un remite muy especial. La destinataria era María Asunción Milá (Esplugues de Llobregat, 20 de julio de 1919) y el remitente el Papa Francisco (1936-2025). Diez años antes de su fallecimiento, Jorge Mario Bergoglio respondía y correspondía a la solicitud tantas veces reiterada por María Asunción de modificar el Catecismo de la Iglesia Católica para condenar expresamente la pena de muerte. En la carta con su rúbrica, el Papa le mandaba también un rosario y el firme compromiso de encargar al arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, la nueva redacción del Catecismo.

Por fin esta vecina de la calle Mateos Gago conseguía su objetivo. Con fecha 1 de agosto de 2018, el Catecismo, en su artículo 2.267, recogía textualmente que “la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona”. El cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer, jesuita de Manacor, que por esas fechas era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, informó a todos los obispos de esta modificación del Catecismo.

María Asunción Milá aborrece la pena de muerte y ha sido una infatigable creadora de vida. Ha sido madre de doce hijos, todos varones, de los que ya le faltan José María, el segundo, y Manuel, el primogénito, el pintor, fallecidos en 2016 y 2021 respectivamente, el segundo por el Covid. Esta sevillana consorte nació en Esplugas de Llobregat tres semanas después de que el tratado de Versalles certificara el final de la Primera Guerra Mundial. En una visita a la Feria de Abril de Sevilla que fundaron el vasco José María de Ybarra y su paisano el catalán Narciso Bonaplata, conoció al padre de sus hijos, Manuel Salinas Benjumea. El flechazo fue en Sevilla, pero la boda tuvo lugar en Barcelona. 2 de julio de 1939. Recién terminada la guerra civil. La novia cuenta que no fue fácil encontrar una iglesia para celebrarla.

El 2 de marzo de 1974 muere ejecutado por garrote vil Salvador Puig Antich, anarquista barcelonés de 25 años. Esa muerte y la del delincuente alemán Heinz Chez un mes y medio antes de la revolución de los claveles que de forma pacífica acabó con la dictadura en Portugal fue el detonante que llevó a María Asunción Milá a fundar la Asociación Española contra la Pena de Muerte. Ella fue la primera secretaria y Ramón Carande (1887-1986), otro longevo como ella, su primer presidente. Los Estatutos los redactó el catedrático Eduardo García de Enterría.

Carande y Milá de Salinas, a veces acompañados por el sacerdote y periodista José María Javierre, acudieron al Palacio Arzobispal para que el cardenal Bueno Monreal mediara ante Franco para evitar las últimas ejecuciones. Ni sus súplicas ni las del mismísimo Pablo VI dieron su brazo a torcer. La muerte del Papa Francisco habrá llevado a la Casa-Palacio de Salinas los recuerdos de esta correspondencia. María Asunción Milá también se ha carteado con presos que estaban en el corredor de la muerte.

Para la respuesta del pontífice fue fundamental la mediación de Luis Arroyo Zapatero. Este penalista vallisoletano conoció a María Asunción en un congreso contra la pena de muerte. Era director del Instituto de Derecho Penal Europeo e Internacional y en un encuentro con el Papa Francisco le dijo: “Santidad, tenemos un problema; en Sevilla hay una señora con 96 años (ahora tiene 105) y doce hijos y no está dispuesta a abandonar este mundo hasta que el Papa no se entere de lo que dice en esta carta”.

Sigue siendo feligresa de misa dominical en la iglesia de Santa Cruz, frente a su casa, que celebra Eduardo Martín Clemens, un sacerdote que fue delegado diocesano de Misiones. Sus servicios pastorales en el Salvador le marcaron. Esta iglesia de la calle Mateos Gago tiene un retrato de Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador asesinado cuando oficiaba la misa en la catedral de la ciudad centroamericana el 24 de marzo de 1980, 35 años antes de que en la Casa Salinas se recibiera el visto bueno del Papa Francisco para condenar la pena de muerte en el Catecismo. Un año antes de su asesinato, fue propuesto para el Nobel de la Paz que ese año recayó en Teresa de Calcuta. El pontífice argentino beatificó a Monseñor Romero el 23 de mayo de 2015.

Once de los doce hijos de María Asunción la acompañaron en el homenaje que en octubre de 2016 le hicieron conjuntamente la Facultad de Derecho, el Colegio de Abogados de Sevilla y el Instituto de Criminología, tributo a su lucha constante contra la pena de muerte. El profesor Antonio Enrique Pérez Luño la llamó “martillo de los obispos”. Llegó a la Facultad de Derecho acompañada por sus nietos Alejandra y Álvaro Salinas y por el hermanito Isaac y la hermanita Marie, diminutivos que llevan los miembros de la Comunidad del Cordero, una orden comprometida con la abolición de la pena de muerte, una palabra que en los Evangelios rima con matadero.

En ese homenaje, María Asunción Milá aparecía en la pantalla fotografiada con personajes que también se destacaron en ese combate: el catedrático Enrique Gimbernat, Carlos García Valdés, director general de Instituciones Penitenciarias con la UCD, el profesor Aranguren o el obispo Iniesta, icono de la Vallecas de la movida tan popular entonces como el Iniesta del gol a Holanda en el Mundial de Sudáfrica.

La modificación del Catecismo con su solicitud llegó antes de que cumpliera los cien años. Hizo una doble celebración. Primero en su casa, después de una misa en Santa Cruz. Cien velas que apagó junto a amigos que ya no están, como Ismael Yebra, Fernando Parias, ex alcalde de Sevilla, o Enrique Valdivieso, el catedrático de Historia del Arte que era su vecino en la calle Mateos Gago y que el 2 de febrero murió junto a su esposa, la profesora Carmen Martínez. Una calle que lleva el nombre de un canónigo y biblista que en 1870 asistió al Concilio Vaticano I. El año de la muerte de Bécquer y el asesinato de Prim. En ese cumpleaños, le regalaron a María Asunción un ramo de flores, que depositó ante la Virgen de los Dolores de su parroquia, la lectura de un poema y uno de los cirios que acompañaron al Cristo de la Santa Cruz. Sigue viviendo en la casa donde nacieron sus doce hijos, esquina con Fabiola, que no debe su nombre a la reina de Bélgica, confusión favorecida por la bandera de ese país en el consulado, sino al título de la novela de Nicholas Wiseman, nacido en esa casa y que llegó a ser arzobispo de Canterbury.

Después viajó con su familia para celebrarlo en Esplugas de Llobregat. Esta luchadora contra la pena de muerte es tía de los periodistas Mercedes y Lorenzo Milá. La primera vino a Sevilla para hacer prácticas en El Correo de Andalucía cuando lo dirigía José María Javierre, el cura que acompañó a María Asunción Milá y a Ramón Carande al Palacio Arzobispal. El segundo, cuando la vecina de Mateos Gago cumplió cien años, era corresponsal de Televisión Española en Roma (y el Vaticano). Después lo cambiaron a Nueva York.

María Asunción Milá es una de las protagonistas del libro ‘Admirables’, de Isabel González Turmo. Una de esas ‘Vidas sazonadas’ como reza su subtítulo. Cuenta el recorrido que todos los días hacía su hijo Manuel, el pintor, desde su casa de la calle Jesús del Gran Poder hasta Mateos Gago. “Un instinto atávico lo reclama: dos platos y postre servidos por la izquierda sobre mantel. Después, siesta”. El contrapunto de su vida bohemia de anacoreta. “Probablemente, será su única comida seria del día, como los dromedarios”. A la casa a la que todos los mediodías llegaba Manuel Salinas para almorzar llamó un día el cartero. Traía una carta del Vaticano. Había valido la pena el desvelo postal de una defensora de la vida, apóstata de la muerte.

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