Conversación con un arzobispo tras la muerte de un cura de 32 años

Las reflexiones de José Ángel Saiz en una archidiócesis conmocionada por la muerte de un párroco que solo llevaba cinco años ordenado

Fallece el joven sacerdote Pedro Elena García

El arzobispo preside la coronación de la Virgen de la Antigua en Panamá

El arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz, en una imagen reciente.
El arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz, en una imagen reciente. / M. J. L.

De la coronación pontificia de la Virgen de la Antigua en Panamá al funeral de un cura de 32 años en Lebrija. La vida misma en un plis plas. Del gozo de ultramar al dolor en el corazón de casa. Del avión a la celebración de las exequias. La Archidiócesis ha vivido días de conmoción por la muerte de Pedro Elena (1993-2025), el sacerdote de 32 años que estaba llamado este septiembre a iniciar una nueva etapa como párroco en Villaverde del Río tras el trabajo realizado en las comunidades de Los Palacios y Villafranca y Lantejuela. Don José Ángel Saiz se bajó del avión y se fue a oficiar un funeral que será difícil de olvidar. Pedro Elena estuvo diez días ingresado, unas jornadas de oración y de muchas preguntas. ¿Por qué? Un joven que llevaba solo cinco años ordenado, un cura de pueblo, entregado a su ministerio en una sociedad donde el sentido de lo trascendente está orillado se muere de forma repentina de golpe. Se pidió por él de forma intensa y especial en la misa del domingo, en las redes sociales, en muchas casas particulares. Hasta que el miércoles murió. La noticia fue un mazazo. La conmoción, una evidencia. El funeral ha terminado. Tenemos la suerte de poder conversar con monseñor Saiz, al que tomamos mitad como un asidero, mitad como una ventanilla de reclamaciones. Muchos feligreses quisieran hacerle algunas preguntas.

-Señor arzobispo, ¿qué se le pasa por la mente cuando recibe la noticia del fallecimiento de un sacerdote de 32 años?

-El dolor de sus padres ante el fallecimiento de su hijo y la fragilidad de nuestra existencia; y, a la vez, el misterio de la cruz y la resurrección del Señor, donde encontramos luz y esperanza. Una muerte siempre causa impresión, pero cuando se trata de una persona joven, de un sacerdote en sus primeros años de ministerio, se hace más impactante, más difícil de asimilar, más cargada de interrogantes. Hay que dejar que la esperanza se abra paso en el corazón del creyente ante la sacudida inicial. No estamos solos frente al dolor. A mí me conforta en estas situaciones, el salmo 22, que es mi preferido: el Señor es mi Pastor, nada me falta...

-Mucha gente comenta. "Dios sabrá por qué". ¿Puede explicarnos usted por qué?

-La vida humana es un misterio, y también la muerte. Ante la muerte de un sacerdote tan joven, nos preguntamos: ¿por qué? ¿Por qué alguien que había entregado su vida al servicio de Dios y de los demás nos deja de manera tan prematura? El misterio del dolor y del sufrimiento ha inquietado desde siempre al ser humano. La única respuesta que encuentro convincente y a la vez portadora de consuelo es la certeza de que Dios, en Cristo, ha asumido el sufrimiento y la muerte. El Hijo de Dios ha cargado con nuestra cruz, ha entrado en la oscuridad de la muerte, y desde dentro la ha vencido. La fe cristiana no elimina el dolor, pero lo ilumina y lo transforma. En el libro de Job, escuchamos un clamor que bien puede ser nuestro: “Yo sé que mi redentor vive y que al fin se alzará sobre el polvo: (…) Yo mismo lo veré, y no otro; mis propios ojos lo verán (Job 19, 25-27). Job, que sufre injustamente, es figura del ser humano que no entiende por qué le sobreviene la desgracia. Su grito es el grito de quienes sienten que el mal y el sufrimiento son demasiado fuertes. Pero, en medio de la oscuridad, Job proclama una certeza: Dios es Redentor, Dios es fiel, Dios no abandona. También nosotros sentimos esa tensión: el dolor humano que pregunta, y la fe que confiesa.

El sacerdote Pedro Elena (1993-2025)
El sacerdote Pedro Elena (1993-2025) / M. G.

[Insistimos al arzobispo, porque no se digiere una muerte con 32 años. No es edad para morirse, le decimos sabedores de la simpleza que acabamos de soltar. Sabemos que hay lugares en el mundo donde se sufre y mucho. Basta ver los telediarios. Los pueblos de Sevilla son remansos de paz, con sus problemas y carencias, pero donde se vive sin esos conflictos que atormentan el mundo. Monseñor Saiz se muestra convencido de que perviven las obras buenas del joven Pedro.]

¿Se puede uno morir tan joven así, de pronto, con tanto por hacer por delante?

-Su ministerio sacerdotal, aunque breve en el tiempo, ha dejado huella: un sacerdote joven, alegre, entregado, cercano, con pasión por anunciar a Cristo. No es extraño que su muerte nos desconcierte. Sin embargo, no podemos olvidar que la vida de un sacerdote no se mide por los años, sino por la fidelidad y el amor. Él ha celebrado la Eucaristía, ha perdonado los pecados en nombre de Cristo, ha anunciado el Evangelio, ha administrado los sacramentos, ha catequizado a los pequeños y a los grandes, ha visitado a los enfermos, ha atendido a los pobres, ha acompañado a los jóvenes... Eso permanece para siempre. La fe nos asegura que su vida no queda en el olvido. Jesucristo, Buen Pastor, lo ha conducido a la mesa del banquete eterno. Tenemos la esperanza que Cristo al que sirvió en los altares y en sus hermanos lo sostiene y acompaña en la vida y en la muerte para abrirle las puertas del Paraíso.

[Pensamos que habrá muchos que no entiendan esa muerte, que pidan cuentas a quien corresponda. Incluso que no la perdonen. Ocurre cada vez que se produce una tragedia, cada vez que mueren inocentes en tantos sitios. Volvemos a preguntar como el que pone una queja. Don José Ángel nos cuenta el mensaje que ha dejado a sus padres y a su hermano. Nos revela que el padre Elena ya era seguidor de Carlo Acutis, el santo milenial, antes de que fuera conocido en todo el mundo.]

-¿Comprende que haya quienes no entiendan este mazazo?

-Lo entiendo. Sin embargo, se ha producido una corriente de oración y fe que ha unido a muchas personas en España y fuera de ella. A sus padres, Pedro y Mari, a su hermano Rafa, les he dicho con toda la fuerza del corazón: “vuestro hijo y hermano ha sido un don precioso de Dios. Ha entregado su vida al servicio de Cristo y de la Iglesia. Vuestro dolor es grande, pero pido al Señor que vuestra esperanza sea aún mayor”. El Señor nos invita a mirar más allá, a confiar en que Pedro vive para siempre en Cristo. Sus feligreses y amigos, y todos los que se han unido en oración, han de guardar en el corazón lo que les transmitió, vivir la fe con la alegría y la cercanía que él les enseñó. Los jóvenes, que tanto lo apreciaban, no han de olvidar sus palabras, su testimonio, su alegría, su sonrisa, han de seguir el camino de Cristo con la misma pasión con que él os acompañó.

El sacerdote Pedro Elena (1993-2025)
El sacerdote Pedro Elena (1993-2025) / M. G.

-¿Qué recuerdos guarda del joven don Pedro?

-Su ministerio casi ha coincidido con el tiempo desde mi llegada a Sevilla. Fue ordenado en junio de 2020 por don Juan José Asenjo. Lo recuerdo cercano, jovial, enamorado de su ministerio sacerdotal, con capacidad de encontrarse con las personas para escucharlas y preparado para su nueva misión en la parroquia de Villaverde del Río. Pedro nació y creció en Lebrija, en esta tierra mariana donde la Virgen del Castillo, patrona del pueblo, marca la identidad creyente de sus hijos. En su hogar le transmitieron una fe sencilla, arraigada en la vida parroquial y en las hermandades. Desde niño mostró cercanía a la Iglesia, y ahí fue creciendo su vocación. Fue un sacerdote que comenzó de niño en el seminario menor de Sevilla y participó con entusiasmo en las iniciativas de pastoral con jóvenes. Tenía una especial sensibilidad mariana. Promovió la devoción a san Carlo Acutis cuando no era tan conocido, ofreciendo así a los jóvenes un modelo de santidad cercano y actual. En su vida parroquial también se sintió siempre unido a las hermandades, siendo hermano de la Borriquita de Lebrija. Su ministerio, aunque breve en el tiempo, ha dejado huella: un sacerdote joven, alegre, entregado, cercano, con pasión por anunciar a Cristo.

-¿Debemos ver en la muerte de un jovencísimo sacerdote algún mensaje en concreto o es una simple desgracia casual?

-Dice San Pablo que nada “podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,39). Y el salmo 22 nos recuerda que, aunque caminemos por cañadas oscuras, no tememos, porque el Señor es nuestro pastor. Esta imagen nos trae paz: no estamos solos en la travesía de la muerte. El Señor nos guía, nos acompaña, nos lleva hacia la mesa del banquete eterno. La muerte no es el final, es el camino hacia la resurrección. En la muerte de Cristo en la Cruz vemos que el amor de Dios es más fuerte que la muerte. Cristo es el mensaje y nos llama a vivir nuestra vida en donación, en fidelidad y haciendo el bien. Meditar el prefacio primero de la Misa de difuntos nos llena de consuelo y esperanza: “En él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de tus fieles, Señor, no termina, se transforma, y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. El tiempo del que disponemos se lo damos a Cristo para que se llene de amor y esperanza. Confío que el testigo vocacional dejado por Pedro sea una llamada en muchos jóvenes para responder como sacerdotes de Cristo.

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