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Calle Rioja

Más cornadas da la incertidumbre

  • Oración musical. El matador de toros Francisco Rivera Ordóñez participa con el grupo Una y nos Vamos... en el Festival Católico Musical en la Maestranza, el mismo lugar donde tomó la alternativa en abril de 1995

Ambiente en la Maestranza durante el concierto del viernes.

Ambiente en la Maestranza durante el concierto del viernes. / D. S

LA Maestranza parecía la Maestranza (de Artillería) antes de ser el Maestranza. Aires de Cita en Sevilla en el coso del Baratillo. Sólo faltaban Silvio, Frank Zappa y Joe Cocker. Pero era un festival católico de música. El Katolic Music Festival. Más de cuatro horas de música de alto voltaje cuyos beneficios tenían varios destinos: las bolsas de caridad de las parroquias, ayudar a quienes no tengan fondos para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud que tendrá lugar en Lisboa la primera semana de agosto. Sevilla, con 2.500 participantes, es la segunda diócesis que más jóvenes llevará a la capital portuguesa después de los 3.500 que llegarán de Madrid.

La lluvia de la víspera no deslució el espectáculo, los técnicos trabajaron a destajo para mitigar los estragos de la tormenta. Lo presentaron los periodistas Susana Herrera y Alberto Herrera. Abrió el festival un quinteto malagueño, Ixcís, con tres décadas de trayectoria musical. Los decibelios subieron con los siete integrantes de Una y nos Vamos..., que hicieron un popurrí muy heterogéneo. Los hermanos Domínguez llevaban baladas pegadizas y sonidos espirituales, que así dicho suena a Mahalia Jackson. Nolasco fue el único solista, con una puesta en escena muy underground, grande y chiquitita a la vez. El fin de fiesta fue la apoteosis con el grupo musical Hakuna. Sus temas son oraciones con una fuerza telúrica. Desde Galdós nadie había conseguido sacarle tanto partido a la palabra Misericordia.

En la Cartuja comenzaba una nueva edición de Interestelar, pero las estrellas estaban todas sobre el coso encapsulado entre el río y la Giralda. Antes de Hakuna, subieron al escenario los seminaristas. Estampas curiosas: el arzobispo, José Ángel Sáez Meneses, de cuyas inquietudes taurinas no tenemos noticia, ocupaba el palco de los maestrantes. Y había un torero en el ruedo. No exactamente en el albero, sino en el escenario. Una de las canciones decía que tampoco hay que dejar de creer en el miedo, en la duda.

Sentimientos que formaban parte de la taleguilla laboral, del guión de Francisco Rivera Ordóñez cada vez que se habrá vestido de luces en una carrera taurina tan dilatada como la suya.

El torero fue valiente en un doble sentido. Primero, por la humildad artística de ser uno más en el conjunto de siete voces que llegaron al clímax con el ‘Libre’ de Nino Bravo. Valiente también por señalarse, por no ocultar sus convicciones de hombre de fe. Más cornadas da la indiferencia, pensaría para sus adentros.

Cubrí como periodista su boda con la hija de Cayetana de Alba, me tocó la salida de la novia del palacio de Dueñas con el traje de Teresa Torres que lucía su madrina, la duquesa de Siruela. Al torero nunca tuve ocasión de tratarlo. Mi madre sí lo saludó cuando fue a torear a la plaza (portátil) de Puertollano y le dejó una muy agradable impresión.

Cantaron una salve rociera. Cuando Francisco Rivera Ordóñez nace (3 de enero de 1974) su abuelo, Antonio Ordóñez, era hermano mayor de la Esperanza de Triana.

El torero es hermano, hijo, nieto y bisnieto de toreros. Al último, El Niño de la Palma, lo inmortalizó Nicomedes en estatua que está junto a la plaza de toros de Ronda. El torero reivindicó el trívium de la fe, las tradiciones y la tauromaquia. Para que no se cumpla la profecía literaria de ‘El último torero’, la novela en la que Joaquín Pérez Ordóñez imagina un país sin toros.

El estoque del torero la noche del viernes en la Maestranza era una guitarra con la que se sentía muy cómodo. Uno más entre el centenar largo de artistas que fueron saliendo al escenario para este puente espiritual entre Sevilla y Lisboa. En una reciente mesa redonda sobre el milenio del reino de Sevilla, Manuel Marchena decía que el gran error de Felipe II fue elegir Madrid en lugar de Lisboa como capital cuando también era rey de Portugal. Decisión que habría convertido a la Península Ibérica en una potencia sin igual.

El torero cantante tenía nueve años cuando muere su padre como consecuencia de la cogida mortal en la plaza de toros de Pozoblanco, capital de los Pedroches. Fue el 26 de septiembre de 1984. Torero capicúa (1948-84), igual que Marilyn Monroe (1926-62). Esa semana se celebraba en Sevilla un seminario de Literatura Fantástica en el que participaron Borges (autor de cabecera del Papa Francisco), Italo Calvino y Torrente Ballester. De la Maestranza al Maestranza, no hay mayor fantasía literaria en esta ciudad que una corrida de toros.

En la misma plaza de toros donde cantaba y tocaba la guitarra tomó la alternativa Francisco Rivera Ordóñez el 23 de abril de 1995. Tenía 21 años. Su abuelo tomó la alternativa en las Ventas de Madrid, su padre en la Monumental de Barcelona. A él lo apadrinó Espartaco y actuó de testigo Jesulín de Ubrique. Un año después que Paquirri, muere Orson Welles, uno de los grandes amigos de su abuelo. El otro sería Ernest Hemingway, que se quitó la vida un año antes de que muriera Marilyn. Ganó el Nobel de Literatura en 1954, un año después que Churchill, y fue cronista de la rivalidad entre Ordóñez y Dominguín que narró en el libro ‘Un verano sangriento’. El día que se presentó en Ronda la reedición de esta obra coincidió con la cogida mortal del Yiyo en la plaza de Colmenar Viejo. El joven torero hizo con Paquirri y el Soro el paseíllo en la fatídica tarde de Pozoblanco.

Rivera Ordóñez superó con creces el millar de corridas. No le amilanaron los miedos ni las dudas. Los primeros aprietan las tuercas a los cristianos en los países donde son perseguidos, que bien lo sabe Beatriz Melguizo; los segundos llenan de tibieza y conformismo la fe de los cristianos que vivimos en ambientes más confortables, donde los nuevos perseguidores se valen de sutiles y muy civilizados mecanismos para intimidar y disuadir.

Esta presencia musical de Rivera Ordóñez, alegre y jaranero, ha sido como esperar a porta gayola al toro de la incertidumbre. El arzobispo hizo las veces de presidente y aprobaría una imaginaria salida por la puerta del Príncipe.

En la misma plaza donde tomó la alternativa en abril de 1995. La primavera en la que se casó en Sevilla la infanta Elena. La primera de las dos grandes bodas mediáticas que hubo en la ciudad en el segundo lustro de esa época. El torero adquirió tablas de comunicador en los programas que hizo con Jesús Quintero, currista en el quite, belmontista en los espacios, marxista de Harpo en los silencios.

La gente hizo la ola en la Maestranza; los cuberos cubrieron sus expectativas. Ya habían pasado las doce de la noche. La ciudad seguía su ritmo de fiesta de fin de semana, de paso del ecuador de la campaña electoral, Babilonia de Híspalis. La Piedad del Baratillo sentía a su Hijo caminando por los tendidos de la Maestranza.

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