Calle rioja

La estela de Arteta y Gabilondo

  • Distinción. Los premios de la Fundación Machado, puente entre la Semana Santa y la Feria de Abril, fallados a principios de esta semana, recogen fielmente el espíritu de Demófilo

DEMÓFILO, o sea, Antonio Machado y Álvarez, es la media aritmética exacta entre dos de sus hijos, los que más notoriedad alcanzaron. Cuando Antonio y Manuel Machado unen sus manos y sus sentidos para escribir al alimón La Lola se va a los puertos están condensando el legado ecuánime, riguroso, trasterrado de su progenitor, para los restos el padre del folclore, para su estirpe el hijo de Antonio Machado Núñez, el que fuera rector de la Universidad de Sevilla y uno de los inquilinos de la Galería de raros de Ramón Carande.

Antonio Machado y Álvarez hizo el camino de Santiago a la inversa. Nació en Santiago de Compostela, donde su hijo Manuel sería bibliotecario, y murió en Triana, después de un tránsito por tierras caribeñas. Su hijo Antonio, el de Dueñas y Colliure, fue un involuntario Tenorio que a los palacios subió para nacer y a las fondas bajó para morir en el más patético exilio.

El espíritu del equilibrio de Demófilo se aprecia en los jurados que con su nombre concede cada año la Fundación Machado. Más de uno se rasgará las vestiduras ante el hecho de que una institución científica con ese patrón conceda una serie de premios relacionados con la Semana Santa. El buen escritor leonés Julio Llamazares escribió recientemente un artículo en el que criticaba y se sorprendía del excesivo apoyo popular con el que año tras año cuentan las procesiones y todo lo relacionado con la Semana Santa en España, en un proceso inversamente proporcional a la presencia de la Iglesia en la vida pública.

Hace más de treinta años, José Rodríguez de la Borbolla publicó un artículo en Diario 16 Andalucía con el título de Sevilla: simplificaciones en el que desmenuzaba una serie de comentarios sobre Sevilla atribuidos al propio Llamazares. El que la sigue, la consigue, podría decirse de dicho escritor, representante de la llamada escuela leonesa. Una de sus perlas decía lo siguiente. "Sevilla, una ciudad de segunda fila… salvo para los turistas y los aficionados a los toros".

Esos tópicos siguen bien vivos, pero la ciudad se los sacude con estoicismo y señorío. A nadie le extraña que un Ayuntamiento socialista haya obtenido unos excelentes resultados en la organización de la Semana Santa. Nadie se escandaliza, nadie hace laicas homilías de sociología barata. Es un tema antiguo. Aunque, como decía el propio Borbolla en ese artículo, uno de los tópicos más arraigados sobre esta tierra es bien moderno. Cuando Llamazares escribía que "el largo atraso de Andalucía y su capacidad histórica para llorar…", el ex presidente de la Junta de Andalucía aprovecha la procesión de puntos suspensivos para recordar una cita de Antonio Domínguez Ortiz: "Andalucía comenzó el siglo XIX siendo aún la región más rica de España". Y de su propia cosecha, Borbolla escribía que "de los 2.500 años de historia española común, más o menos, Andalucía ha sido una región atrasada ¡sólo durante 150 años!".

Es una vana polémica, un irreal contencioso geográfico, ya que Sevilla fue reconquistada por un rey nacido en Zamora, Fernando III, hijo de Alfonso IX de León y de doña Berenguela. Monarcas que no compartirían las opiniones de su paisano. La ciudad de la Fundación Machado vivió una refundación con Fernando III, el padre de Alfonso X el Sabio, rey aficionado a la poesía, la cetrería, el ajedrez y el buen gobierno.

No hay dos Españas como no hubo dos Machados o dos Sevillas. Hasta los genios tienen un borrón. Es lo que Borbolla cree con los conocidos versos de Antonio Machado: "Sevilla y su verde orilla / sin toreros ni gitanos / Sevilla sin sevillanos / ¡oh maravilla". No se trata de enmendarle la plana ("Sevilla con sevillanos, la Gran Sevilla") al autor de Campos de Castilla. "Seguramente", apunta Borbolla en su exordio, "tendría razones para querer que Sevilla no fuera de cualquiera. Pero aunque tuviera razones, no tenía razón".

Frente a las descalificaciones del erudito a la violeta, Borbolla encontraba en dicho artículo testigos tan cualificados para su duelo metafórico como Ramón Carande, Chueca Goitia, Jorge Luis Borges, Plácido Domingo o Luciano Pavarotti. Fenómenos culturales como el Barroco o la Generación del 27 no se pueden entender sin la presencia de Sevilla. Otro de los citados por Borbolla era José María Pérez Orozco, recientemente desaparecido, pieza fundamental de esta Fundación Machado cuyo jurado este año la ha bordado en sus premios. Y no sólo porque dos de los galardonados sean los talleres de bordados Caro en su centenario o el conjunto de manto y saya de la Virgen del Rocío del Beso de Judas, sino porque ha reconocido al imaginero Luis Álvarez Duarte, artista y cirujano de imágenes objeto de agresiones (un Niño Jesús de Rociana o el Gran Poder) y a dos vascos que deben tener una opinión de Sevilla muy diferente de la expresada por Julio Llamazares, el periodista Iñaki Gabilondo y la cantante Ainhoa Arteta, que paralizó el tiempo cantando el Ave María de Gounod en la salida de la Macarena. Y le dedicarán la próxima edición a Fernando Carrasco, sevillano y aficionado a los toros.

Arteta y Gabilondo. Vascos en Sevilla, versión cofradiera de Aquí Abajo, que al fin y al cabo se ha rodado en el palacio de Monsalves, donde tuvo la sede la presidencia de la Junta de Andalucía en la época de Rodríguez de la Borbolla.

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