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Sevilla

El éxito educativo en la provincia profunda

  • La atención personalizada, la implicación familiar y los buenos resultados son la constante en once colegios de pequeños municipios

Araceli Roque recorre todos los días 160 kilómetros en coche. Es el camino de ida y vuelta que separa su domicilio, en Olivares, de El Madroño, localidad de la Sierra Norte en la que trabaja como maestra y directora de una escuela rural donde enseña a seis alumnos de distintas edades y en diferentes cursos. Este tipo de centro educativo requiere de un esfuerzo extra por parte del docente, pero también en ellos se materializa el éxito anhelado por el sistema público de enseñanza. La atención personalizada que reciben los menores constituye la base de dichos resultados.

A El Madroño se llega perdiendo la cuenta de las curvas que conforman la carretera de acceso a esta pequeña localidad después de abandonar la N-435 a su paso por El Castillo de las Guardas. Araceli Roque admite que al principio le costó acostumbrarse a que no hubiera un kilómetro de línea recta en esta vía en la que dos vehículos en sentido contrario apenas caben. En su trayecto cotidiano suele cruzarse con "cervatillos". El bello paisaje que se observa pasa a un segundo plano cuando es el camino diario del trabajo. Esta docente consiguió la plaza en El Madroño hace dos cursos, tras unas oposiciones. "Fue el puesto que me dieron. O lo aceptaba o me quedaba sin trabajo", recuerda Roque mientras sus alumnos disfrutan de la media hora del recreo.

Trabajar a tanta distancia de su domicilio tiene recompensas para la salud. El aire que se respira en este enclave no conoce la contaminación. El silencio de la calle es otra ventaja. La tranquilidad de un municipio que cuenta con tres pedanías: Juan Antón, Villagordo y Juan Gallego. Los cuatro núcleos urbanos suman 300 habitantes. Cada diez minutos, como frecuencia media, pasa un coche por la vía en la que se encuentra la escuela rural, un colegio creado en un municipio de escasa población con niños de distintas edades.

La escuela de El Madroño es un ejemplo, pero en la provincia existen 10 más, la mayoría en pedanías. Así ocurre en El Puerto de la Encina (Osuna), donde el CEIP María Auxiliadora acoge a siete niños repartidos entre dos cursos distintos de Infantil y otros tres de Primaria. En el CEIP San Diego, en San Nicolás del Puerto, hay 39 alumnos de Infantil y 17 de Secundaria (hasta el segundo curso). En el CEIP Genil, en la pedanía de Isla Redonda (Écija), el número de matriculados alcanza los 28 (prácticamente un aula), de los que 11 son de tres años, uno de cuatro, dos de cinco y los otros catorce se reparten entre primero, segundo, tercero, cuarto y quinto de Primaria. Todo un puzle de edades en una clase.

Otra pedanía astigitana es Cerro Perea, donde se encuentra el CEIP La Milagrosa, con 13 alumnos de Infantil y Primaria. En Guadalema de los Quinteros (Utrera), el CEIP Nuestra Señora de las Veredas tiene escolarizados a 50 niños, una cantidad que se eleva hasta los 53 en el CEIP Nuestra Señora de la Estrella, en El Garrobo. En Villanueva del Río y Minas son 44 los matriculados en el CEIP Nuestra Señora del Rosario.

Casos particulares son los de las pedanías utreranas del Pinzón, Chapatales y Adriano, que cuentan con tres escuelas distintas que reciben idéntico nombre -Los Girasoles- y que están a cargo de un único director, pues funcionan como un mismo centro. En la primera de ellas hay 40 alumnos; en la segunda, 39; y en la última, 11.

Estas escuelas suponen un rompecabezas para la administración educativa a la hora de organizarlas y de dotarlas de personal docente, pues su funcionamiento lectivo en poco se asemeja al de un colegio normal. La responsable del CEIP El Madroño afirma con rotundidad que llevar el "timón" de estos centros, pese a su reducido número de alumnos, exige "un esfuerzo añadido". No es para menos. En la única aula de esta escuela hay escolarizados un niño de cinco años, tres de seis, uno de ocho y otro de diez. La diferencia de edades obliga a dar un trato individualizado, el objetivo que tanto años lleva persiguiendo la enseñanza pública y que se ha quedado aletargado con la crisis y los recortes que ha provocado.

Resulta curioso que sea en un municipio a 80 kilómetros de la capital hispalense, y en una escuela que cuenta con servicios muy básicos, donde se logre un reto más complicado de conseguir en centros masificados y en núcleos con mayor desarrollo. El resultado no puede ser más alentador: "éxito educativo asegurado" y nivel de aprendizaje muy superior a niños de su misma edad.

La clave de este triunfo radica en el método de enseñanza. Las clases en estas escuelas distan mucho de las habituales. Cuando, por ejemplo, hay que impartir matemáticas, a cada alumno se le enseñan los contenidos apropiados a su edad, aunque es inevitable que un menor acabe "empapándose" de los conocimientos que aprende otro compañero de más edad. Esto permite asimilar conceptos de cursos más avanzados y, por tanto, conseguir un nivel de aprendizaje más elevado que el correspondiente a su edad. Al margen de estas materias, en el curso se desarrolla un proyecto común a todos. El de este año en El Madroño se centra en los peces y cetáceos.

Tal sistema requiere de un esfuerzo añadido por parte del maestro, que en una hora ha de adaptarse a las circunstancias del alumno para impartir la misma asignatura según los años que tenga cada uno. Lo que en otros colegios se hace en varias horas, aquí se realiza en 60 minutos. Estos docentes, además, hacen las funciones de director, secretario y jefe de estudios. Labor administrativa extra que no está recompensada económicamente. "Sin apenas formación previa, me vi obligada a prepararme en poco tiempo en estas labores", subraya Araceli Roque.

Pero éste no es el único problema al que se enfrentan los maestros de las escuelas rurales. La falta de docentes de apoyo también la soportan cursos enteros. La propia Araceli estuvo el año pasado sin este personal, hasta que el pasado septiembre la Delegación de Educación le envió a Geraldine Mesa, su compañera de apoyo que acude tres veces a la semana a El Madroño, pues los otros días desempeña esta función en otros colegios. "Esta limitación obliga a no ponerme enferma los días en los que ella no viene, porque si me ausento, los niños no podrán asistir a clase", explica esta docente, quien espera que si el próximo curso continúa en esta escuela pueda contar con un personal de apoyo todos los días y no se vea afectada por los recortes en personal.

Frente a la falta de recursos de estos centros se encuentra la "disponibilidad" perenne de las familias para solucionar cualquier problema que surja. La implicación de los padres es fundamental para el desarrollo de las escuelas rurales. "Si hay que hacer una excursión, las madres son las que ponen el coche para ir. Si se estropea la calefacción, tardan menos de cinco minutos en traer las estufas de su casa", resalta Geraldine Mesa, la compañera de apoyo. De esta complicidad son partícipes hasta los más mayores. "La abuela de una niña viene varias veces al curso a enseñarnos a hacer queso fresco. Es fundamental que los niños aprendan las labores típicas del entorno en el que van a crecer sus primeros años", indica Roque.

A la atención personalizada y la implicación de las familias se añaden los excelentes resultados académicos del alumnado. La evaluación consiste en pruebas constantes -no llegan a ser exámenes- que avalan el aprendizaje del menor. A 80 kilómetros, el anhelado éxito educativo del que tanto años se lleva hablando se consigue en la provincia más profunda.

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