El ‘fundador’ de teatros imposibles

calle rioja

José Luis Castro dirigió un teatro que se abrió con un torneo de ajedrez y otro creado de la nada en un antiguo solar castrense que acogió las actuaciones de Cita en Sevilla

La banca no siempre gana

José Luis Castro.
José Luis Castro. / josé ángel garcía

Los ensayos del Teatro El Globo eran en un solar junto a la plaza de San Antonio de Padua. Un sueño de José Luis Castro, un nombre fundamental de la cultura en esta ciudad. Nunca llevó la etiqueta de profesional de la cultura, porque la amaba, se limitaba a ejercitarlo con pasión y con un aprendizaje continuo. El teatro El Globo era uno de los muchos grupos que pululaban en una ciudad donde los teatros iban cerrando y en la que habían hecho escuela colectivos como Esperpento, Mediodía o Tabanque. El auge del cine en Sevilla tuvo los cimientos de una cantera teatral inagotable en la que José Luis Castro tuvo un protagonismo esencial.

Un accidente en el montaje de la adaptación de los ‘Cuentos de la Alhambra’ de Washington Irving en el Lope de Vega lo rodeó de un estigma como el del fallo de Cardeñosa contra Brasil en el Mundial de Argentina. Como el futbolista, la trayectoria de José Luis fue tan impresionante que ese percance fue una gota en el océano.

Lo suyo era asumir retos difíciles. Como dirigir un teatro Lope de Vega que como ahora, casi cuatro décadas después, estaba cerrado por obras y que abriría sus puertas para que Anatoly Karpov y Gary Kasparov, a uno y otro lado de la perestroika, dirimieran el cetro mundial del ajedrez en el escenario del Lope de Vega mientras que los analistas, muchos de ellos soviéticos, hacían simulacros en el Casino de la Exposición. Por allí andaba José Luis como director de un Teatro sin teatro al que acudían aficionados al ajedrez como Alfonso Guerra, éste con su pedigrí teatral, el guitarrista flamenco Pedro Bacán o los futbolistas del Sevilla Bango y De la Fuente, actual seleccionador.

José Luis Castro dirigió el Lope de Vega, el Alameda y el Maestranza

Se fueron los rusos a rematar la faena en Londres, donde Kasparov se impuso a Karpov, una premonición de la llegada de Gorbachov, y por fin el Lope de Vega abrió sus puertas pasadas las Navidades de 1987. El siguiente reto no fue menos sencillo. En la ciudad sin teatros empezaban a florecer como setas. En el solar donde en 1984 el Ayuntamiento de Manuel del Valle puso en marcha Cita en Sevilla, el mayor acontecimiento musical en la historia de la ciudad, los arquitectos Luis Marín de Terán y Aurelio del Pozo levantaron el Teatro de la Maestranza, que también empezó su andadura con otro buen susto con una producción francesa de ‘Carmen’. De dirigir un teatro donde un ruso y un azerí jugaban al ajedrez a ponerse al frente de un barco, la Olla Exprés la llamaría Antonio Burgos, ubicado en un antiguo solar que había sido cuartel de Artillería. Castro ‘fundaba’ teatros como Teresa de Cepeda y Ahumada fundaba conventos. El Maestranza, junto a la Maestranza, era una forma de reconocer la deuda que la ópera tenía con Sevilla como escenario de más de un centenar de libretos. Un pabellón de la Expo fuera de la Cartuja. Pasaba de un edificio del Exposición del 29, diseñado por Vicente Traver, que sustituyó a Aníbal González como comisario del certamen, a otro de la del 92.

No recuerdo dónde nos vimos por última vez. Me contó que había vuelto después de una prueba muy dura a la que lo había sometido la vida; que había decidido continuar pero dosificando las energías. Y estaba muy ilusionado con un proyecto de ópera en Dubai. El teatro y la cultura le deben mucho a José Luis Castro. Habrá quien piense que la vida le ha hecho jaque mate, pero José Luis estará reescribiendo los Cuentos de la Alhambra a la vera de la Giralda, dirigiendo a Juan Diego y a Pepe Rubianes con Ionesco y Pirandello o con los Álvarez Quintero. Siempre lo veremos en los ensayos de la plaza de San Antonio, junto a los caracoles del bar Rodríguez con esas voces de tenores de Pedro y Pablo, esos camareros con los que nunca podría Nerón. José Luis Castro se apellidaba como las hermanas Irene y Rocío Castro, las sobrinas de Miguel Ríos, las musas de los teatros de la Maestranza y Alameda, respectivamente. No eran parientes, pero el trabajo y el afecto los emparentó.

Como cuatro décadas después, llegó a un Lope de Vega cerrado por obras

Una ley del péndulo deja cada cierto tiempo a esta ciudad sin teatros, pero siempre está presta para ser escenario del gran Teatro del Mundo. Ayer, sin ir más lejos, se disputó en Nervión el derbi número 144 de la serie histórica entre Sevilla y Betis y catorce mil macarenos fueron llamados a las urnas en la Basílica para elegir nuevo hermano mayor.

Sevilla tiene un poso tragicómico que encuentra acomodo en la ópera y en la tonadilla, en Pierre Louÿs y en Muñoz Seca, en Calderón y en Maiakovski. José Luis Castro conoció todos los registros de una expresión artística que amaba y dominaba como pocos. Abrió trochas y caminos inéditos. En el teatro Alameda apostó por Guadalupe Tempestini, un titiritera rosarina que llegó a Sevilla en barco huyendo de la dictadura de Videla y puso en marcha el Festival Internacional del Títere y el ciclo El Teatro en la Escuela. Se jubiló en 2015 y ha muerto unos meses antes que José Luis Castro. El Festival del Títere ha cumplido 45 ediciones y Teatro en la Escuela 35. Las apuestas de un visionario que estuvo muchas semanas en Globo, como un replicante de Julio Verne.

Hijo de la Sevilla que antes de que cayera el de Berlín derribó el muro de Torneo y cruzó el río para hacer las Américas sin salir de la Cartuja. José Luis Castro dirigió el Lope de Vega e inauguró el platillo volante que se abrió en el corazón del barrio del Arenal que cantó el dramaturgo universal. Junto a la Sevilla de Mañara y de las Atarazanas. Un barco con velas pintadas por Valdés Leal.

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