Los historiadores que se metieron en un avispero

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Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío presentaron su libro ‘Fuego cruzado: la primavera del 36’ en la Academia de Buenas Letras

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Manuel Álvarez Tardío, José Antonio Parejo y Fernando del Rey, en la Casa de los Pinelo.
Manuel Álvarez Tardío, José Antonio Parejo y Fernando del Rey, en la Casa de los Pinelo. / juan carlos muñoz

Se ponen etiquetas para estigmatizar al adversario. Se presiona a los jueces. Se veta cualquier posibilidad de alternancia. Se hace de la amnistía una de las palabras-consigna. No hablamos de la política actual, aunque sería totalmente verosímil, sino de la primavera del 36. Los cinco meses que van desde las elecciones del 16 de febrero de 1936 al Alzamiento de julio de ese año. Un periodo que es objeto del libro de los historiadores Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío ‘Fuego cruzado: la primavera del 36’ (Galaxia Gutenberg), cuya presentación fue el punto de partida de unas jornadas desarrolladas en la Academia de Buenas Letras bajo el título de ‘La democracia en España: lecciones del pasado, riesgos del presente’.

“Éramos conscientes de que nos metíamos en un avispero: la República, la guerra civil y el franquismo”, dice Fernando del Rey (La Solana, Ciudad Real, 1960), “unos territorios muy trillados últimamente por la política”. Los dos autores intervinieron en un coloquio moderado por el historiador José Antonio Parejo.

Ambos proceden del pensamiento político. Manuel Álvarez Tardío (Madrid, 1972) publicó con Roberto Villa ‘Fraude y violencia en el Frente Popular’. Fernando del Rey llegó a la Segunda República desde la Restauración y no salió de su provincia natal, Ciudad Real, para situar en ella el escenario de su monumental trabajo ‘Retaguardia roja: Violencia y Revolución en la guerra civil española’, donde cuenta que en un pequeño pueblo manchego todos los caciques de la localidad se afiliaron al Partido Comunista simplemente para salvar sus pellejos.

‘Fuego cruzado’ ya va por la tercera edición. Ha conseguido el premio Francisco Umbral al mejor libro del año y también ha sido reconocido por Zenda, la editorial en la que participa Arturo Pérez-Reverte. “Es un libro diferente a lo que aparece en el noventa por ciento de la historiografía actual”, en palabras del profesor Parejo.

Los historiadores autores del libro se congratularon de la presencia en la Casa de los Pinelo de dos de sus maestros, Alfonso Lazo y José Manuel Macarro, que a la condición de historiadores suman el hecho de que fueron diputados del PSOE en 1982 antes de vivir su particular desencanto.

Son muchos los hallazgos de este libro centrado en un período “muy comentado pero muy poco investigado”. Uno de ellos es que estudian esa primavera del 36 olvidando lo que vino después, es decir, el intento de golpe de Estado “que fracasó y dio lugar al enfrentamiento armado”. Y con cientos de datos y parámetros meten la llaga en la ideología de la memoria histórica para mantener que la República de esa primavera del 36 no se puede considerar “una democracia normal y consolidada”. Para Álvarez Tardío, “hay una quiebra en el Estado de Derecho”.

Un elemento fundamental es el análisis de la violencia política. “En esos cinco meses”, dice Fernando del Rey, “se triplica el número de víctimas de la violencia política respecto a cualquier otra etapa de la República, con la excepción de la Revolución de Asturias en octubre de 1934, que fue una mini guerra civil”. Contabilizan muertos y heridos en ese tiempo, una cifra que supera los dos mil. Una violencia que coincide con el Gobierno de Manuel Azaña y que se incrementa cuando éste accede a la presidencia de la República y el ejecutivo lo ocupa Santiago Casares Quiroga.

Estadísticamente, un 75 por ciento de los actos violentos fueron producidos por la izquierda revolucionaria, pero el Gobierno de la República, ya curtido en las lides de la propaganda y el marketing, según Fernando del Rey, “habla de las provocaciones derechistas. Lo que ahora llaman ultraderecha, era entonces el fascismo, pero fascista era un militante de la Ceda, un falangista, un político del Partido Republicano Liberal”.

Se volaron todos los puentes para que no fuera posible una convivencia entre adversarios. Un conato que protagonizan, entre otros, el catedrático sevillano Manuel Giménez Fernández, democristiano, y el socialista Indalecio Prieto “pero que siempre fue vetado por Azaña y Casares Quiroga”. Los autores achacan a estos dos políticos “no haber sido suficientemente valientes para tomar decisiones. Decían una cosa en público y otra en privado, no supieron gestionar el tema del orden público”.

No es una democracia normal la que provoca un golpe de Estado, como llaman a la Revolución de Octubre, “contra un gobierno legítimo que había ganado las elecciones en noviembre de 1933”. Tampoco lo es cuando después de las elecciones del 16 de febrero de 1936, “se constituye el 19 de febrero el Gobierno sin que el escrutinio esté terminado ni se haya nombrado el Parlamento”. Una República llena de carencias y patologías tomada por la historiografía al uso como régimen modélico e inmaculado.

En lo que llamamos el relato”, dice Álvarez Tardío, “la narrativa franquista y la narrativa antifranquista tienen en común que han influido en muchísimos historiadores”. Por eso los autores de ‘Fuego cruzado’ dicen que “hacemos Historia, no Memoria”. “Nos llaman revisionistas de forma despectiva”, dice Fernando del Rey, “claro que somos revisionistas” porque han recorrido la España de los hechos, de los datos, de las estadísticas, de la prensa provincial no censurada y de los archivos.

Lecciones del pasado, riesgos del presente. “Ni la República fracasa porque no había demócratas ni la Transición fue un éxito porque los hubiera. Los demócratas no nacen, se hacen”, dice Álvarez Tardío, que hizo un estudio comparativo entre las dos Transiciones, la de la República que fue un viaje a ninguna parte y la que tuvo como sostén la Constitución de 1978.

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