IV Centenario de la visita a Sevilla del rey Felipe IV (1624)

Un acontecimiento que ha pasado desapercibido en esta ciudad ha sido el IV Centenario de la visita del rey Felipe IV, que tuvo lugar a partir del 1 de marzo de 1624. Fue la única visita real que hubo en Sevilla a lo largo del siglo XVII. Cuando el monarca no había cumplido el tercer año de su reinado, el 8 de febrero de ese año, partió de la Corte hacia Andalucía en un viaje que duró 69 días. 

En esta ciudad permaneció hasta el 13 de marzo, la estancia más prolongada en ciudades de esta región. El Rey vino acompañado de un amplio séquito integrado por cerca de 300 personas, entre las que figuraban miembros de la familia real, del gobierno, alto clero y su guardia. También figuraba Francisco de Quevedo, reconocido como uno de los más notables poetas españoles, quien había estado al servicio del duque de Osuna y mantenía gran relación con el conde-duque de Olivares.

Esta visita fue muy criticada por algunos sectores políticos al estimar lo inoportuno del viaje, en una época de miseria y crisis generalizada. La Sevilla que vio Felipe IV ofrecía grandes contrastes de esplendor y de miseria. Seguía siendo una ciudad-puerto, con el monopolio del comercio americano, pero había perdido el esplendor alcanzado en las últimas décadas del siglo XVI. 

Como el resto de las grandes urbes europeas de la época era una ciudad sucia y pestilente, con montañas de basura apiladas delante de las puertas de la ciudad. Era una época de hambruna, de subida de precios y de devaluación de la moneda. Todo ello contrastaba con la posición que tenía la Iglesia, cuya economía se basaba en los diezmos, por lo que en las primeras décadas de este siglo se renovaron o edificaron gran número de edificios religiosos, sobre todo monasterios, convirtiéndose en un modelo de ciudad conventual. Esta circunstancia favoreció la realización de un gran número de retablos, esculturas y pinturas, por cuya actividad se establecieron aquí un gran número de artistas foráneos.

El jueves 29 de febrero la comitiva real llegó al monasterio de San Jerónimo de Buenavista, a la hora de almorzar. Aquí se hospedó, realizando una visita privada a Sevilla esa noche para conocer el Alcázar y la catedral, donde se hallaban los restos de sus antepasados. La entrada oficial a la ciudad tuvo lugar a la mañana siguiente, 1de marzo, por la Puerta de la Macarena. El Rey iba en una suntuosa carroza tirada por seis mulas, acompañado del infante don Carlos y varios aristócratas, entre los que figuraba el conde-duque de Olivares. Previamente, el Asistente de Sevilla se había encargado de engalanar las calles; esta vez no se hicieron arcos de triunfo. Lo mejor fue limpiar el recorrido, algo infrecuente. La comitiva se dirigió hacia la calle Feria, plaza del Duque, Sierpes, plaza de San Francisco, Génova, Gradas, Corral de los Olmos y el Alcázar, que se había remozado, en donde hubo fuegos de artificio esa noche.

Durante su estancia en la ciudad, el Rey asistió a representaciones teatrales en el Corral de la Montería en el Alcázar, y visitó la Catedral y diversos templos. Entre ellos, los de los conventos de San Francisco, San Agustín, San Isidoro del Campo, San Pablo y la Casa Profesa de la Compañía de Jesús. 

En el curso de esos desplazamientos, el lunes 4 de marzo embarcó al pie de la Torre del Oro en una falúa para visitar el monasterio de Santa María de las Cuevas. El final de la visita real tuvo lugar el día 13, cuando embarcó de nuevo en el río con su séquito, para dirigirse al Palacio del Grullo, en tierras de Doñana, donde fue agasajado por el duque de Medinasidonia. La siguiente visita de un monarca fue la de Felipe V, el primer Rey de la dinastía Borbón, al cabo de más de un siglo después, quien permaneció en esta ciudad un lustro, de 1729 a 1733.