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"La juventud violenta es hija de todas las clases sociales"

  • A lo largo de 20 años le ha tocado intentar recomponer en Sevilla la vida de unos 5.000 adolescentes y la de sus padres, desbordados por conductas violentas y antisociales que revelan la escasa y errónea educación que le han dado a sus hijos. Jóvenes como los del caso Marta del Castillo son la extrema prueba de un problema general.

EL naufragio de jóvenes y adultos para convivir, y para gestionar adecuadamente sus afectos y sus impulsos, es la marejada en la que nada a diario este sevillano de 45 años, soltero y sin hijos, criado en Los Remedios (estudió en los Padres Blancos) y ahora vecino de Sevilla Este sin dejar de estar enrolado en el Baratillo. Tanta vocación por afrontar lo que casi nadie desea le llevó a aprovechar su prestación de servicio social por objetor de conciencia y coger una casa abandonada en la calle Muro de los Navarros para atender de día y de noche a los sin techo que pululaban por Sevilla en 1992. El año de la Expo y su quimera del oro fue para él una escuela de vida entre la miseria y el lumpen.

Ha estado 16 años implicado en Proyecto Hombre y ha dirigido su centro de internamiento terapéutico para menores. Ha afrontado la violencia juvenil más extrema que pasa por prisión. Su corazón, sometido a situaciones de enorme tensión, ya le ha llevado dos veces al quirófano. Realiza sesiones educativas preventivas con alumnos y con padres en colegios. Impulsa en Sevilla sendos másteres de práctica clínica de salud mental, y de psicología clínica infantojuvenil. Es voluntario en la zona más marginal del Polígono Sur para evaluar a los niños de 0 a 6 años y prevenir trastornos o retrasos. Tiene una consulta propia desde hace seis años, Adinfa, con Manuel Márquez y Elena Tamino, especializados en problemas de conducta de niños y adolescentes.

-En el cara a cara con padres y jóvenes, ¿vale la formación adquirida o sólo sirve el talante personal?

-Es mitad y mitad. La formación intelectual te da seguridad. Pero es tu experiencia personal la que juega un papel determinante para gestionar este tipo de problemas emocionales. Recientemente estuve cenando con una de las personas que más libros publica en España sobre psicología clínica y psicología infantil. Le contaba casos míos y me quedé de piedra cuando me dijo: "Yo no podría trabajar con adolescentes". Claro, hay que tener mentalidad para encajar que te desprecien, que te llamen psicólogo de mierda... Eso no te puede escandalizar en el proceso para recuperarlos. Para trabajar con niñatos hay que tener cierto carisma.

-¿Cómo se lo plantea?

-Entre mi etapa en Proyecto Hombre, mi consulta, etcétera, habré visto ya cerca de cinco mil niños y jóvenes. Los padres siempre se exculpan. Uno de los grandes problemas de la sociedad actual está en que la mayoría de los padres, sea cual sea su modelo educativo o su ideología, le dan menos cariño a sus hijos de lo que debieran. Los crían de modo automatizado. Su querer es de baja intensidad.

-Explique un caso con final feliz.

-Un chaval llamado Abraham. Era un horror en todos los sentidos, desorden en su vida, no estudiaba, no trabajaba, robaba, la Policía lo había detenido varias veces... La clave del éxito en un proceso de conocimiento personal está en creer en el otro. Tanto el paciente en el terapeuta como el terapeuta en el paciente. Y cuando varios profesionales, por ejemplo en Proyecto Hombre, trabajan en estrecha colaboración y todos creen en la persona que atienden, y le dan una oportunidad para que resuelva sus problemas de conducta, entonces se produce un milagro que no es tal. Y pasa de estar aparcando coches y con la dignidad completamente perdida, a ordenar su vida, fundar una familia y tener un hogar.

-¿Cómo reeduca a los padres?

-Muchos padres no son capaces de poner normas adecuadas. Y ponerles normas a los hijos es quererlos, quien no se las pone es que no los quiere. Las normas le dan seguridad al adolescente, incluso cuando se las saltan. A los padres les explico conceptos básicos para que ellos y yo eduquemos de igual manera. Y les transmito autoestima para que cojan al toro por los cuernos. Me llegan desbordados: "Mi hijo suspende cinco asignaturas, no colabora en las labores domésticas, llega a la hora que le da la gana, me parece que fuma porros, me contesta, es violento...". Les hago ver que la educación a los hijos implica un esfuerzo mucho mayor del que imaginaban, están confundidos a ese respecto. Lo primero es inculcarles que la educación es la expresión sistemática y ordenada del afecto, manifestada mediante normas, comunicación y autoridad. Un amor con dos dimensiones: la de cercanía y ternura, y la de entrega y sacrificio. Se equivocan si me sueltan al niño para que yo se lo arregle. El afecto desordenado de los padres es egoísmo. Les cuesta admitir que no quieren entrar en conflicto con los hijos, que quieren evitarse el mal rato. Y eso lo camuflan al tildarse de tolerantes.

-¿Cómo son esos padres?

-Un 30% de los padres que vienen a mi consulta son maestros, profesores y catedráticos que no pueden con sus hijos. En general, creo que estamos en una sociedad donde el 50% de las parejas se llevan fatal, convivan o estén separados. Hombres y mujeres que se escoran y no consensúan normas, consagrando en sus hijos la no norma como pauta de vida. "Yo delego en tu padre que es el que te las pone". "Yo no te doy mimitos porque eso lo delego en tu madre"...

-¿Qué normas les pone usted?

-Tras una primera fase de sesiones con los padres y con los hijos, organizo un sistema de puntos que es habitual en psicología general. Se puntúa todo: hacer la cama, poner y recoger la mesa, recoger el baño, estudiar, dormir el número adecuado de horas, a una hora extra de estudio... Si se alcanza cada semana un determinado nivel de puntos, tienen derecho a una paga, a usar internet, a salir... Si no lo hacen, nada de eso debe serles concedido. Se aplica como mínimo durante tres meses. Si los padres lo llevan a cabo, renuncian a engañarme, vencen el miedo a ejercer su autoridad, y son capaces de quedarse en casa un fin de semana con sus hijos castigados si no lo cumplen, el método funciona y el niño empieza a sentirse atendido, a tener más seguridad. Y pasado un tiempo, cuando quitas el sistema de puntos, continúa viviendo esas pautas y obligaciones porque lo ha interiorizado.

-¿Cómo es la mente del adolescente fuera de control?

-Tienen una sensación de injusticia muy acusada. Ven un semáforo en rojo y piensan: "Está ahí para joderme a mí, no hay derecho", y se lo saltan. Tienen una sensación de invulnerabilidad absoluta. Creen que no les puede pasar nada y hacen verdaderas locuras. No se ponen casco porque se despeinan o les afea. No utilizan preservativos porque creen que sus parejas nunca van a quedarse embarazadas.

-¿Hay jóvenes violentos en todas las clases sociales?

-Absolutamente, y cada vez son tantas chicas como chicos. En la consulta, como los padres se desahogan, te dan muchos detalles sobre ellos mismos. Por aquí pasan familias de muy alto nivel adquisitivo, padres del Opus, votantes del PSOE, católicos, ateos, pijos... Esto es un problema general, que también se da entre jóvenes canis y familias sin dinero.

-El caso Marta del Castillo reveló más que la vida de los menores va por un lado y la de los padres por otro. En general, ¿los padres no se enteran o no se quieren enterar?

-En general, la madre suele saberlo todo, sea consciente o no de lo que sabe. Acierte o se equivoque en sus estrategias para controlar a los hijos. La batería de preguntas cuando llegan a casa. Besarles a la vez que les huele por si descubre síntomas de tabaco o alcohol. Son estrategias inadecuadas. La clave es resolver el problema básico de comunicación entre padres e hijos cuando han de ponerse a su altura.

-¿Qué efectos provoca su sobreexposición mediática?

-Un protagonismo inadecuado. Los acusados de matar a Marta tienen seguidores en Facebook y Tuenti. Están en la cárcel convencidos de que son la leche. ¡Y hay niñas de la misma edad de Marta que los alaban! Excepción fue uno de los menores del caso Arny. Lo traté cuando era un chaval de 15 años que se prostituía allí. Ahora está casado, tiene dos hijos, y encantado con la labor que hicimos con él. Era un sinvergüenza integral, con un cuerpazo, con absoluto conocimiento de lo que estaba haciendo. Supo salirse de la droga y de esa vida de mentiroso patológico.

-¿Algunos, ya de mayores, mantienen buena relación con usted?

-Algunos sí. Como uno que se metió en la Guardia Civil y está encantado. A muchos jóvenes que han cometido delitos les gusta el Ejército, la Policía o la Guardia Civil. Van de la ausencia total de normas a vivir bajo las estrictas. Justo lo que necesitaban.

-Mili ya no hay. ¿Sería bueno a tales efectos un servicio social ?

-Creo que a algunos les vendría bien hacer un servicio social. Que alguien con cabeza sea capaz de expresarles el afecto ordenadamente, les propusiera una serie de actividades y que el cumplimiento de ellas tuviera consecuencias y resultados. Si eso no existe, ya me conformaría yo con que los adultos seamos capaces de transmitir a los chavales que esforzarse es bueno. Porque la publicidad y los medios de comunicación les llenan la cabeza de lo contrario: todo es ya, fácil, ahora, hazlo sin esfuerzo. Uno de los muchachos a los que he tenido en la consulta me decía completamente en serio que su ilusión era meterse en Gran Hermano porque le daban, sin hacer nada, 20 millones de las antiguas pesetas.

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