Sevilla

Un libro “contra la oscuridad y la tristeza”

  • El director de la Real Academia de la Lengua, Santiago Muñoz Machado, presentó ‘El testamento del espía’, última obra del notario Pablo Gutiérrez-Alviz y Conradi

Santiago León Domecq, Carmen Núñez, Alfonso Lazo, Braulio Medel, Pablo Gutiérrez-Alviz, Santiago Muñoz Machado, Antonio Pascual, Antonio Narbona, Emma Falque y Antonio Caballos.

Santiago León Domecq, Carmen Núñez, Alfonso Lazo, Braulio Medel, Pablo Gutiérrez-Alviz, Santiago Muñoz Machado, Antonio Pascual, Antonio Narbona, Emma Falque y Antonio Caballos. / juan carlos vázquez

Stanley tardó 296 días en encontrar a Livingstone en el lago Tanganika. Para su particular ‘doctor Livingstone, supongo’, Pablo Gutiérrez-Alviz tardó 365 días en encontrar a Antoni Putin, el personaje central de su nuevo libro, ‘El testamento del espía’, editado por la Fundación Unicaja con diseño de Gráficas del Sur.

El libro se ha presentado con un año de retraso por los estragos del coronavirus. En una Academia de Buenas Letras rebosante de público amigo y entusiasta, el autor tuvo el privilegio de contar para la presentación de su obra con el firmante del prólogo, Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia de la Lengua. El depositario oficial de todas las palabras que encierra el diccionario de la Lengua avalaba con su prólogo y su presentación la obra de un notario. Que eligió su vocación pese a los denuestos que encontró en un prólogo de Cela a un tratado de derecho hipotecario “y he podido vivir cómodamente de la escritura, la pública por supuesto”.

El testamento del espía contiene un conjunto de artículos, la mayoría publicados en periódicos del Grupo Joly, y su discurso de ingreso en la Academia de Buenas Letras, de la que es vicedirector. El acto, en ausencia del director, Ismael Yebra, lo condujo Antonio Narbona, censor de la institución y correspondiente de la Academia que dirige Muñoz Machado. A Narbona lo acompañaban en la presidencia Braulio Medel, presidente de la Fundación Unicaja y académico honorario de Buenas Letras, y Carmen Núñez, presidenta de la Cámara de Cuentas de Andalucía.

Pablo Gutiérrez-Alviz, en un momento de la presentación de la obra. Pablo Gutiérrez-Alviz, en un momento de la presentación de la obra.

Pablo Gutiérrez-Alviz, en un momento de la presentación de la obra. / juan carlos vázquez

Como en una notaría, todos los oficios y quehaceres se habían dado cita en la Casa de los Pinelo para este acto de escritura privada de quien vive de las escrituras públicas. Como en La soldada rusa, su libro anterior, las ilustraciones (la portada es una surrealista arca de Noé testamentaria) son de Daniel Rosell.

Gutiérrez-Alviz le presentó a Muñoz Machado al periodista Antonio Burgos, de quien el notario dijo que había sido uno de sus referentes estilísticos leyendo sus artículos. ¿Hay literatura en la vida profesional de un notario? Muñoz Machado dijo que el Derecho es una fuente primigenia de la literatura. No se entienden sin ese sustrato jurídico novelas como Casa desolada de Dickens, Rojo y Negro de Stendhal o Los hermanos Karamazov. Igual que el Derecho está en la literatura, ésta aparece en los textos jurídicos incorporados al diccionario: el Fuero Juzgo, las Partidas, las ordenanzas de tasas, un juego de ciencias y letras con las palabras de los artículos y sus precios.

El libro de Gutiérrez-Alviz le sirve a Muñoz Machado para vertebrar una teoría sobre la posible existencia de un estilo sevillano de escribir que representa la forma de afrontar la realidad por parte de este notario. El humor como una posición ante la vida en palabras de Wenceslao Fernández Flórez que citó Braulio Medel. Un estilo sevillano que Muñoz Machado indagó en los pícaros y guzmanes, en las Cármenes y donjuanes, para llegar a la conclusión de que el precedente más fidedigno es la ironía cervantina, ese poso que le queda después de residir en esta tierra y que enlaza con el tono “burlón, humorístico” del autor de El testamento del espía y de la propia definición que el diccionario da de ironía.

Gutiérrez-Alviz mete su particular revolución rusa en el libro. La Revolución Francesa dinamitó las palabras, hubo hasta un embajador español en París que pidió fronteras para pararlas. Muñoz Machado destacó la contribución de Andrés Bello con una doble proeza: su Gramática española para uso de americanos y el Código Civil chileno de 1853, inspirado en el español de 1851, aunque éste no vería la realidad hasta 1889.

Muñoz Machado tuvo un recuerdo para Rafael Valencia, el anterior director de Buenas Letras, a quien agradeció a título póstumo la colaboración en el encuentro de Academias de la Lengua celebrado en Sevilla hace dos años.

La intervención de Gutiérrez-Alviz fue descacharrante, divertida, desinhibida. Un antídoto “para huir de la oscuridad y la tristeza que muchas veces es una pose de intelectuales impostados y petulantes”. Como las escrituras de todo notario están llenas de escenarios, qué no daría un escritor por esas precisiones, hizo un recorrido por las chanzas del callejero en las antípodas de lo políticamente correcto.

Esa calle que era suya en un ministro que creó los paradores, que volvió a serlo en los podemitas que tomaron la Puesta del Sol y que convirtió en ámbito poético Alberti para coronar canónicamente a la Pasionaria. Paradojas de un callejero donde un alcalde “inefable” (no es un gentilicio de los de Cádiz) privilegia a la Sanidad Pública, nuevo titular de la avenida Juan Carlos I, como si los de la medicina privada “fueran unos ricos desalmados que no hicieron nada durante la pandemia”. Calles para el pecado, calles con nombres de virtudes. Superposición de nombres: calle Alonso el Sabio (antes Burro) o como vio en la escritura de una casa en Villamartín: “calle General Franco, hoy el Santo”.

Terminó leyendo el testamento de Antoni Putin, espía ruso que le nombra albacea. Su particular Smiley en puertas del primer aniversario de la muerte de John le Carré.

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