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La lírica de las onomatopeyas

  • Poemario. Premiada en Castellón con un libro editado en Alicante, Olalla Castro presentó en la Casa de la Memoria 'Los sonidos del barro', belleza amarga para tiempos duros.

Olalla Castro, en la Casa de la Memoria, donde presentó su libro.

Olalla Castro, en la Casa de la Memoria, donde presentó su libro. / Juan Carlos Muñoz

Los hombres-barro. Son los habitantes del poemario de Olalla Castro Hernández (Granada, 1979), que ayer presentó en la Casa de la Memoria (calle Cuna) su libro Los sonidos del barro. Con este poemario ha ganado la vigésima primera edición del premio Tardor de poesía convocado en Castellón de la Plana -Carlos Marzal y Benjamín Prado en el jurado- que ha editado Agua Clara, con sede en Alicante.

Un producto muy levantino para una poeta levantisca. "Sus versos tienen una belleza amarga, lúcida y dolorosa, la poesía que más necesitamos en estos tiempos de miseria", en palabras del introductor de la obra, Manuel Ángel Vázquez Medel, que la tuvo de alumna y fue codirector de su tesis doctoral, que Olalla Castro dedicó a la narrativa de Enrique Vila-Matas en el contexto de la crisis de la modernidad.

Vila-Matas es uno de los muchos autores que aparecen en los cimientos de la obra: también Kafka, Kavafis, Pedro Garfias ("El viento llega demasiado tarde"), Pessoa, Virginia Woolf. En su dominio de las onomatopeyas, ese puente "entre el ruido y la palabra", se nota que hay detrás una autora que dedicó parte de su vida a la música: ha sido cantante y letrista de los grupos Rebelmadiaq, Nour y Sister Castro.

Estudió Periodismo en Sevilla y Teoría de la Literatura en Granada, donde conoció a otra de sus referencias fundamentales, el profesor Juan Carlos Rodríguez, ya fallecido, una autoridad en la teoría marxista de la literatura. Con el preludio dantesco de su presentador, Olalla, ex alumna y discípula, dijo que "la gente va a decir que soy muy pesimista". No es pesimismo. "Frente al espectáculo, al simulacro, vuelve a la naturaleza primigenia de la palabra", dice Vázquez Medel. Una premonición de lo que pasaría después, cuando les advirtieron que a las nueve de la noche deberían desalojar la sala porque empezaba "el espectáculo": flamenco tradicional. Un grupo de japoneses aguardaban en la puerta de la Casa de la Memoria.

Títulos rotundos para las diversas partes del libro: La música en las celdas, El ruido de las bestias. En su poemario, Vázquez Medel encontró en la práctica lo que teorizó en un ensayo sobre escritoras mediterráneas y atlánticas. Poesía luminosa para tiempos oscuros en los que, citó a Galeano, "sólo se puede ser indignado o indigno". Vázquez Medel comisarió el siglo largo de Francisco Ayala y ayer dijo que el ruido lo vencieron palabras de ancianos como Sven Hassel, Zygmunt Bauman o José Luis Sampedro.

"Galileo ha muerto sin saberlo:/ el mundo es una frágil / cáscara de huevo...". En el mismo local donde presentó hace dos años La vida en los ramajes, Olalla cogió la brújula de Alejandra Pizarnik: "Y nada será tuyo, salvo un ir a donde no hay dónde". Detrás de cada verso hay una gran lectora, la alquimia necesaria según Borges de toda aventura literaria. Escribir es muy sencillo: sólo hay que esperar a que el lodo te llegue a la cintura...

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