Fernando Faces. Economista y profesor del Instituto internacional San Telmo

"La lucha contra el cambio climático puede ser la salvación del capitalismo"

  • Investigador, profesor y directivo del mundo de las finanzas, este economista y pintor vocacional ha sido uno de los hombres decisivos en el desarrollo de la mentalidad empresarial andaluza.

Fernando Faces (Logroño, 1944) llegó a Andalucía para tres años y se quedó toda una vida. Economista y maestro de economistas, su labor ha tenido tres patas fundamentales: la investigación, la docencia y la labor ejecutiva en las finanzas. Prueba de este triple compromiso es que, cuando ejercía como director general de la Caja de Huelva, siguió impartiendo sus lecciones en la Universidad de Sevilla completamente gratis. "Daba las clases a las tres de la tarde y luego me hacía cien kilómetros en coche para atender mi trabajo en la Caja", asegura el que también fue presidente de la Caja de Ahorros Confederadas (Ceami) y de la Comisión de Negociación de la Conasceca. Apasionado de la pintura, a la que considera su primera vocación y a la que dedica sus veranos, en la sede del Instituto Internacional San Telmo, del que es profesor, se pueden ver algunos de sus cuadros de pinceladas impresionistas y gusto por la luz. Acaba de recibir la insignia de oro del Instituto Español de Analistas Financieros. Al final de la entrevista, el plumilla y el entrevistado pasean un rato por los jardines de la antigua Casa Cuna de Sevilla. Faces fuma tranquilamente un cigarrillo y desvela cuál es su principal ley en la vida: "No hagas nunca un trabajo para que te feliciten los demás; hazlo por el placer de hacerlo bien". Tomamos nota.

-Antes de que pasemos a la economía me gustaría preguntarle por su faceta como pintor.

-La pintura es, probablemente, mi vocación original. Ha sido mucho más que una afición y nunca la he dejado. Le dedico intensamente mis vacaciones de verano. Durante el resto del año voy tomando apuntes y, sobre todo, voy madurando las obras de la próxima exposición.

-¿Cómo se define como pintor?

-Como llevo tantos años, he pasado por todas las etapas: figurativo, abstracto... Empecé admirando a los impresionsistas y los posimpresionistas, para pasar luego a Picasso y, sobre todo, a los pintores informalistas de la época de Tàpies, Rivera... La llegada a Andalucía me hizo meterme en la luz, porque yo antes pintaba en grises y marrones. Al fin y al cabo, la pintura va reflejando quién eres tú y qué es lo que te rodea.

-También tiene vocación de andaluz, porque usted es riojano de nacimiento y vasco de formación.

-Vine aquí con el proyecto de montar en Huelva un Departamento de Teoría Económica. Mi intención era quedarnos tres años e irnos, pero Andalucía me ganó. Fue una decisión familiar.

-¿Y qué le ganó?

-Me encantó la forma de ser de la gente y, sobre todo, me di cuenta de la cantidad de cosas que se podían hacer. Cuando yo llegué a Huelva había sólo tres economistas. Vi que yo podía aportar mi grano de arena.

-¿Se arrepintió alguna vez de quedarse?

-No, nunca. Tuve ofertas para ir a Madrid o Bilbao, pero prefería quedarme. Además, con los medios de hoy en día no hace falta estar en Madrid para hacer un trabajo bien. Tengo la satisfacción de haber sido uno de los protagonistas de la transformación y del progreso conceptual y mental de Huelva y Sevilla.

-Es cierto que en las últimas décadas se han hecho muchas cosas, pero todavía queda bastante. Los últimos datos revelan que Andalucía vuelve a perder impulso en la convergencia con las zonas más ricas de España.

-Al igual que todo el país, Andalucía ha avanzado mucho en lo económico, en lo social, en las infraestructuras... Lo que pasa es que, en economía, la felicidad no se mide por el valor absoluto de lo que uno tiene, sino por el valor relativo de comparación con lo que tienen otros. Pese a que la brecha con el resto de España se redujo mucho en las dos últimas décadas, recientemente hemos vuelto a retroceder. No hemos resuelto el problema de la convergencia, nos fijamos en los demás y eso genera insatisfacción.

-¿Podemos deslizarnos peligrosamente hacia el modelo italiano, con un norte riquísimo y un sur pobrísimo?

-El riesgo existe, pero también se ha demostrado en estos últimos años que Andalucía tiene capacidad de converger. Lo que pasa es que igual no hemos acertado con el modelo de crecimiento. Se han creado infraestructuras, el nivel de renta ha crecido... pero algo no hemos hecho bien cuando la crisis nos ha vuelto a separar de la convergencia. Digamos que existen carencias varias. Tenemos más universitarios que nunca pero, desde las empresas, se nos dice que sus conocimientos no están adaptados a las exigencias del mercado. Hay una inadecuación entre la oferta y la demanda, como diríamos los economistas. Con esto no estoy defendiendo en absoluto que no sea necesario el humanismo y las letras. Hay que combinar las dos cosas, tener un desarrollo cultural pero también las habilidades y las técnicas para desarrollarnos.

-Sea sincero. ¿Cuáles son los defectos de los andaluces?

-Cuando llegué a Andalucía vi que el espíritu de superación y de hacer cosas era menos fuerte que en el lugar de donde yo venía. Por ejemplo, entre los estudiantes el mejor era el que menos estudiaba pero era listo y aprobaba con poco esfuerzo... era inútil luchar contra eso descalificándolo, porque era toda una filosofía de vida que además me parecía muy bien: vivir por encima de trabajar. Claro, luego hay que ser conscientes de que con esa manera de ser no se puede aspirar a tener lo que tienen los demás.

-¿Y sigue siendo así?

-No. Esto ha cambiado tremendamente a mejor. Podemos decir que lo ideal es combinar las dos cosas. La vida está por encima de todo y la felicidad es un objetivo. Pero en una sociedad de consumo donde la felicidad la medimos por las cosas que tenemos y compramos... En Andalucía tenemos que combinar la buena vida con el esfuerzo y la superación. Insisto, todo ha mejorado mucho. Fíjese, ahora teníamos y tenemos la empresa en renovables más importante del mundo, Abengoa, una corporación puntera que se ha nutrido de profesionales que hace cuarenta años no teníamos.

-Difícil ejemplo. Todos sabemos los graves problemas que actualmente tiene Abengoa.

-Abengoa no ha fallado en su valor principal y sigue siendo la empresa que tiene los mejores ingenieros, los mejores proyectos; que más sabe e investiga sobre las energías renovables... No ha fallado el trabajo y la capacidad de sus profesionales, lo que ha fallado es una estrategia financiera. El dinero te puede permitir crecer, pero una deuda o un crecimiento excesivo te puede matar. Abengoa está enferma de éxito. Lo curioso es que su enfermedad es antiandaluza: el andaluz no es así, no se quiere comer el mundo en dos días. Lo que es sorprendente es que Abengoa haya tenido el mejor equipo de ingenieros de España y que éstos hayan sido andaluces.

-Algunos han comentado que esto se hubiese evitado o, al menos aminorado, con un sistema financiero netamente andaluz. ¿Qué opina usted?

-Los problemas financieros de Abengoa no tienen absolutamente nada que ver con que no tengamos un sistema financiero andaluz. Hoy en día, las finanzas están globalizadas y una multinacional como Abengoa se financia de bancos públicos y privados de muchas partes del mundo (EEUU, España, Francia...). En todo caso, podríamos pensar que una banca netamente andaluza podría ser buena para las pymes, pero le diría que tampoco. El mundo del dinero no tiene en estos momentos fronteras y lo del sistema financiero andaluz es una entelequia. Sin embargo, le advierto que hay economistas que piensan diferente.

-¿Uno de los dramas de la crisis fue la práctica desaparición de las cajas?

-Algún día nos acordaremos de lo que tuvimos y de lo que perdimos. Esta crisis se ha llevado por delante doscientos años de cajas de ahorro. Las cajas estaban en los pueblos más lejanos y la cultura financiera (tarjetas de crédito, terminales...) de esta tierra llegó pronto a las aldeas gracias a ellas. Ese tipo de banca minorista, casi de chiringuito, sólo la hacían las cajas. Un banco grande jamás lo hará. Ahí sí hemos perdido.

-Sin embargo, la gestión de las cajas fue muy criticada y se les acusó de poner en riesgo el sistema financiero español.

-Los que fallaron fueron los gestores, lo cual no era causa suficiente para suprimir las cajas. La historia lo dirá. Se decidió que las cajas rurales eran bichos raros en el sistema capitalista, pero no nos damos cuenta de que la naturaleza es más estable cuanto más diversa. La homogeneidad es lo verdaderamente peligroso.

-El inicio de la recuperación económica de España es un hecho. Sin embargo, la sensación generalizada es que el crecimiento económico no se está filtrando a las clases más desfavorecidas.

-La deuda total de España a principios de la crisis, en 2007, era altísima, el 300% del PIB, es decir tres veces lo que producimos en un año. En total, debíamos 3 billones de euros, de los que uno se lo adeudábamos al resto del mundo, fundamentalmente a Alemania y Francia. Cuando quebró Lehman Brothers, se nos cortó el grifo y estábamos abocados a una recesión tipo 29. En ese momento, cualquier gobierno tenía sólo una misión: que no se hunda el barco, reconducir la situación de la manera que fuese, recuperar la confianza de los que nos prestaban, evitar el hundimiento de la banca y, sobre todo, adecuar lo que ganábamos a lo que gastábamos, los famosos planes de austeridad. Todo esto se ha hecho con gran dolor. Ha sido muy duro pero ha dado sus frutos y, hoy en día, nos prestan el dinero al mismo precio que a Alemania. Se ha evitado una depresión profundísima y una catástrofe tipo Grecia. No se podía hacer otra cosa.

-Pero esta recuperación no está llegando por igual a todas las capas sociales.

-Evidentemente, las medidas para salir de la crisis (más impuestos, menos gastos sociales) han generado desigualdades. Al principio, las crisis financieras castigan a todos, pero cuando se empieza a salir son las clases más favorecidas (las que están metidas en los mercados financieros) las que se benefician antes. Esta vez, España no ha podido usar una herramienta clásica para superar la crisis: la devaluación de la moneda, con lo que se estimulan las exportaciones y se evita recortar demasiado los salarios. Al no poder devaluar nuestra moneda no hemos tenido más remedio que bajar nuestros salarios, hemos ganado competitividad con el esfuerzo de los trabajadores. Esto, inevitablemente, genera más desigualdad.

-¿Y ahora?

-Ya no nos podemos justificar sólo con eso. Ahora hay que ir recortando poco a poco las desigualdades a medida que el crecimiento se vaya consolidando. Tenga en cuenta que, desde el punto de vista meramente económico, las desigualdades no son buenas, porque el principal motor de este país es el consumo de las clases medias, las más afectadas por el crecimiento de la desigualdad. Además, este proceso perjudica la estabilidad social y crea una insatisfacción que no es buena. Los próximos gobiernos van a tener dos objetivos simultáneos: mantener una tasa de crecimiento suficiente para que el progreso continúe y rebajar las diferencias que se han creado con la crisis.

-Pero estamos ya en las puertas de salida de la crisis, ¿no?

-Sí, pero no esperemos que en los próximos años vayamos a crecer exageradamente. Sobre todo porque nos va a llevar años reducir la enorme deuda que tenemos. Otros países solucionan esto con lo que llaman reestructuración de la deuda: "No te puedo pagar, no te pago". Es lo que hacen las naciones latinoamericanas. También está el sistema de darle a la máquina de la inflación y reducir el valor de la deuda. Hoy, en España, no podemos hacer ninguna de las dos cosas, porque en Europa nadie está dispuesto a hacernos quitas (lo de Grecia ha sido una excepción), y ya ve lo que le está costando al Banco Central tener un poco de inflación, porque estamos en un proceso deflacionista. Esto significa que, si no puedes hacer quitas y no puedes promover la inflación, la dilución de la deuda va a durar mucho más que antes. El aumento de gasto social que están prometiendo todos los programas electorales no se va a poder cumplir.

-Durante estos días se está celebrando la Cumbre de París sobre el cambio climático. ¿Se pueden reducir las emisiones de gases sin que la economía se contraiga?

-En la reducción de la emisión de gases contaminantes no sólo influye la situación económica, sino también la mentalidad, porque EEUU es mucho más rico que Europa y, sin embargo, nosotros estamos mucho más comprometidos. Hasta ahora, el gran problema había sido el que existían países emergentes con tasas de crecimiento fuerte que estaban compitiendo gracias a unos costes reducidos: salarios bajos y energía barata. No era fácil convencerlos de que renunciaran a una energía barata como el carbón y, además, nos reprochaban que nosotros ya habíamos contaminado mucho en otros momentos de la historia. Este argumento, que puede tener su razón, era aprovechado por EEUU, donde lo que había era un déficit de conciencia. Sin embargo, en estos momentos la situación está cambiando, porque China ya está mentalizada debido al enorme problema medioambiental que tiene. Lo que quiero decir es que se está produciendo un cambio en la conciencia medioambiental, porque las razones económicas ahora van a la par y el modelo de crecimiento que China va a adoptar ya no necesita contaminar tanto y EEUU se ha quedado sin argumentos.

-¿Pero será malo para la economía global?

-Si todos nos ponemos al mismo tiempo a hacer las mismas cosas para reducir la emisión de gases, si todos tenemos los mismos costes, la repercusión en la economía mundial de la reconversión industrial no debería ser significativa. En el medio plazo esta reconversión debería generar muchos empleos: hay que cambiar muchas infraestructuras y eso es mucho trabajo. Tras las primeras distorsiones, la lucha contra el cambio climático será una fuente de empleo. La reconversión industrial y energética que va a tener lugar en los próximos años para lograr los objetivos medioambientales puede suponer la salida del estancamiento que vaticinan algunos economistas. Insisto, si todos lo asumimos al mismo tiempo, el reto de la lucha contra el cambio climático puede ser la salvación de un capitalismo que tendía al estancamiento.

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