En un lugar de Amor de Dios
calle rioja
Tradición. Desde que se fundó en 1845, con Alberto Lista como primer director, el instituto San Isidoro, el más antiguo de Andalucía, ha rendido tributo al Quijote, como hace en su última exposición
Ciento setenta y ocho años leyendo el Quijote. No es retórica o presunción. Son los años que tiene el instituto san Isidoro, el más antiguo de Andalucía, y ese aliento cervantino ya estaba en su primer director, Alberto Lista, coetáneo y amigo de Blanco White. Un legado que pueden comprobar los alumnos del centro y visitar los del resto de la ciudad en una exposición de la que ha sido comisario Antonio Molina Flores. Su hija Ana todavía estudia en el San Isidoro, Sofía ya lo hizo pero ha venido desde Madrid para participar en una de las actividades de la exposición.
Todavía están las vidrieras de lo que fue capilla antes de ser instituto. Espacio desacralizado pero sagrado para la historia de la literatura donde han podido verse materiales heterogéneos, imágenes del Quijote en soportes tan diferentes como vitolas de habanos, sobres de azúcar de un encuentro de coleccionistas en Villanueva del Trabuco (Málaga) o algunas de las 689 ilustraciones que Jiménez Aranda realizó en el tercer centenario de la edición del Quijote.
La obra más universal. Un libro que es un compendio de traducciones a medio centenar de idiomas, no sólo los mayoritarios, también el bengalí, el esloveno o el castúo que todavía se habla en algunas zonas de Extremadura. Hay un estudio del Quijote, uno de los más antiguos, que hizo el murciano Diego Clemencín, discípulo de Alberto Lista.
En una de las efemérides cervantinas, como tributo al donoso escrutinio, este periodista juntó a Pedro Juan Álvarez, sacerdote que fue profesor de Religión en el San Isidoro, y Manuel Melado, el barbero de la calle Amor de Dios. Un escrutinio que en esta exposición sería impensable, porque todos los ejemplares, por distinta que sea su procedencia, son verdaderos tesoros. Cervantes estaba en el cine que ha perdido la ciudad. La única pantalla ha estado estos días en la antigua capilla, donde el visitante puede ver proyecciones de distintos Quijotes y Sanchos del celuloide:
Fernando Rey y Alfredo Landa; Fernando Fernán-Gómez y Mario Moreno Cantinflas; Juan Luis Galiardo y Carlos Iglesias. Hay hasta un sello de dos pesetas con la efigie de Gustavo Adolfo Bécquer, que fue alumno del San Isidoro.
La exposición es un homenaje a Abelardo Rodríguez (1948-2005), profesor de Filosofía del instituto que dejó una huella imborrable entre sus alumnos y quienes lo tratamos. Filósofo, poeta e ilustrador que tendía puentes entre Platón y Juan Ramón. El cartel de la exposición es de Manuel Ortiz. Suena la voz de Susana Oviedo, argentina, que fue pareja del poeta granadino Javier Egea, leyendo fragmentos del libro de María Teresa León Cervantes. El soldado que nos enseñó a hablar.
Hace poco el San Isidoro celebró sus 175 años de historia. En el caso de Cervantes se juntan varios centenarios. Nace en 1547, el año que muere Hernán Cortés, y muere en 1616, el mismo año que William Shakespeare. Y Shakespeare leyó el Quijote, se titula un libro del profesor José Enrique Gil-Delgado. En octubre de 1947, en el cuarto centenario del nacimiento del escritor en Alcalá de Henares, la revista Realidad edita en el destierro de Buenos Aires un número especial con las firmas de Américo Castro, Marcel Bataillon, Francisco Ayala y Jorge Luis Borges. El mismo año que esa Dulcinea transoceánica llamada Eva Duarte visitó España.
Cada siglo hizo su tributo a Cervantes. Y cada generación: la del 98 está en la exposición con La ruta del Quijote de Azorín, pero falta el ensayo de Unamuno, que llegó a decir de Cervantes que el autor "estaba muy por debajo de su obra". Firmas más contemporáneas como las de Andrés Trapiello, que noveló pasajes del Quijote, o Arturo Pérez-Reverte.
Quijotes que llegaron a Shanghái o a Oxford. "Hoy he empezado a releer el Quijote, espero que me dé tiempo a acabarlo entre esta semana y la próxima. Quizá debería empezar por la segunda parte". Es un fragmento del diario de Cromer-Blake que aparece en la novela de Javier Marías Todas las almas, que transcurre casi toda en Oxford, aunque el cumpleaños al que se refiere el diario le coge al escritor y académico en Sanlúcar de Barrameda.
Molina Flores recorre con entusiasmo los espacios de esta exposición. Se la muestra a sus amigos: Juan Lamillar, Antonio Cano, Manuel Trancoso, Paco Gallardo… Algunas de las cosas son de su propiedad: no sólo numerosos ejemplares o facsímiles; también el remedo de yelmo de Mambrino o el caballo Clavileño, que diseñó hace 35 años para un Carnaval infantil y lo ha traído a la exposición del instituto San Isidoro desde la casa del notario Blas Infante.
Hay dibujos quijotescos que podrían estar en cualquier museo: los de Antonio Nodal, un nonagenario de Carmona que los dibujó en su etapa de emigrante en Alemania o, viaje a la inversa, los de Anton Winkelhöfer, un austriaco que salió huyendo de los nazis y terminó en Santander.
Un Quijote vestido de torero, el ingenioso hidalgo ilustrado por Mingote, pena de galeras y galeradas para el Quijote de Avellaneda. En la Sevilla en tiempos de Cervantes que retrató Caballero Bonald en la serie literaria de las ciudades. Cervantes es como de la familia en el San Isidoro. Su primer director, Alberto Lista, ya se había hecho cargo en Cádiz en 1838 del colegio San Felipe Neri, tan unido este santo a las Cortes de Cádiz y la Constitución del 12 que ahora da nombre a un puente tridimensional.
De las rarezas bibliográficas de la exposición destaca la obra El escritor que compró su propio libro, de Juan Carlos Rodríguez, un catedrático que fue el maestro de Luis García Montero, el director del Instituto Cervantes. Hay una edición del Amadís de Gaula, otro de los libros salvados por el cura y el barbero al que debe su nombre el estado de California al que pertenece la magia de Hollywood, la ya vieja Babilonia.
El instituto San Isidoro convertido en la nueva Ínsula Barataria y en el que estudiaron Bécquer, Manuel Machado y el Nobel de Medicina Severo Ochoa. El Quijote desmonta las trampas de las ciencias y las letras, de la acción y el pensamiento. Alberto Lista, primer director del centro, fue catedrático de Matemáticas y de Literatura. Como en La rosa púrpura de El Cairo de Woody Allen, los personajes se salen del libro para seguir desfaciendo entuertos.
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