Mayo en Agosto: Alfonso Grosso al cuadrado
Al final del verano, guateque con música de réquiem del Dúo Dinámico, ofrece una estampa inédita: sesión fotográfica de niñas de primera comunión en el Arquillo
En esa zona, la ciudad siempre tiene un toldo permanente. En Sevilla las estaciones se viven con una precisión casi litúrgica con los criterios del joven canónigo Álvaro Pereira, el políglota pancipelado, y también los de Maldonado, el meteorólogo. Los carteles de Semana Santa, de Feria, de Corpus, de la Velá, de la Cabalgata no tienen otra finalidad que marcar esa frontera entre los tiempos que hace más llevaderas las costumbres.
Volvíamos por la Avenida y en la curva del Metrocentro camino de la parada de San Onofre, vemos a finales de agosto una escena de primeros de mayo. Una sesión fotográfica de niñas de primera comunión bajo el Arquillo del Ayuntamiento, ese ojo arquitectónico que une la Plaza Nueva con la de San Francisco. Dos niñas con el atuendo sacramental, dos fotógrafas y un amplio surtido de trajes. Como un cuadro de Alfonso Grosso, vamos ya camino del otoño, el final del verano canta El Dúo Dinámico con ecos de réquiem, y nos devuelven esa estampa de primavera.
Florido Mayo con derechos de autor del otro Alfonso Grosso, el novelista, el sobrino del pintor, en agosto para actualizar o adelantar el material fotográfico. Una estampa de inocencia virginal en un mundo que la ha perdido. Dos almas del Señor, que las tiene entre sus predilectas en el Evangelio, donde la veteranía nunca fue un grado (que le pregunten a escribas y sumos sacerdotes) junto a una plaza por la que se asoma la Giralda. En alguna de las fotos saldrá la cerámica de la colección de José Gestoso para recordar los vínculos de Sevilla con Cervantes, que cita este lugar en sus novelas ejemplares Rinconete y Cortadillo y Coloquio de Cipión y Berganza.
El otoño siempre hiere, tituló Raúl Guerra Garrido uno de sus libros de recuerdos de la infancia. La primavera la sangre altera, nos recuerda el refranero. El verano es un paréntesis, un invierno con aire acondicionado. Sevilla es una ciudad que se bautiza, se confiesa, comulga y se casa con la vida para terminar con el verso de Rilke: “La muerte es grande. Somos suyos”. No en vano uno de sus grupos más reconocidos del rockero por excelencia de la ciudad se llamó Silvio y Sacramento.
La mercadotecnia sacramental ha convertido las comuniones en pequeñas bodas cuando en verdad las bodas deberían ser grandes comuniones. Y en realidad es un ritual que invita a la mesura, a la proporción, para que los dispendios no se lleven los recuerdos o las emociones. El traje de primera comunión lo deberíamos llevar puesto toda la vida como una segunda piel. Sevilla, ciudad antigua, villa vieja y bizarra, tiene también aromas de niña pequeña que nunca termina sabiendo lo que quiere ser de mayor, si Cuenca o Nueva York.
Era una estampa de otra época, no sólo de otra estación. Estas dos niñas forman también un dúo dinámico. Los amores ahora no surgen en los guateques, surgen por Instagram o TikTok. Esas estampas de primera comunión forman un tiempo fuera del tiempo, un alivio de pureza en la Gran Tribulación pródiga en acechanzas, rencillas y aspavientos. En ese mismo arquillo, cuando el otoño empiece a perder terreno en beneficio del invierno, colocarán el Nacimiento, Sevilla será Belén de Judea y el último rey mago además de burlarse del taimado Herodes marcará la senda de la Cuaresma que nos lleva a la Semana Santa. A la estación propiamente dicha de las comuniones. Uno conserva la estampa de su primera comunión: 6 del 6 de 1965. Aniversario del desembarco de Normandía. Estrenarse con el cuerpo de Cristo es como desembarcar en el lago de Tiberiades. Cada vez hay menos comuniones, entre otras cosas porque cada vez hay menos nacimientos, belenes domésticos. Por eso la escena de las dos fotógrafas con las dos niñas y el perchero lleno de trajes de primera comunión que hasta no hace mucho llenaban las tiendas de la plaza del Pan y la Cuesta del Rosario es una postal contracultural, una bendita heterodoxia, una transgresión del tiempo en el que a Dios lo apeamos de las mayúsculas para hacerlo un dios cualquiera y olvidarnos de la gran lección del Evangelio de san Mateo según Pasolini: “¡No juráis por el templo, juráis por el oro del templo!”. El desapego de lo material es el mejor regalo. No sé el nombre de las niñas ni el de las fotógrafas. Un anónimo sevillano de primavera en verano en la curva del tranvía. En el mismo Arquillo donde en marzo de 1978, el gran Pepe Guzmán, cronista simpar, metió su Seat 1500 para desconcierto de los policías municipales, a los que retó con una sinécdoque invencible: si la Casa Grande es el Ayuntamiento de todos, Pepe era uno de ese todos, aunque faltara un año para las primeras elecciones municipales de la democracia. Han pasado 46 meses de mayo con sus correspondientes colleras de comuniones. Ha cambiado mucho la sociedad, asediada por dos monosílabos terribles: el Yo y el Ya, mejor la cultura yeyé. La primera comunión es una reivindicación del Nosotros y del Siempre.
El blanco de sus trajes centraba las miradas de los curiosos. Muchos visitantes extranjeros no entenderían el significado de esas pequeñas novias que habían encontrado en el Arquillo del Ayuntamiento el mejor de los probadores. Septiembre empezará en lunes para que no se olvide la linde que separa el ocio del negocio. Volverán los sevillanos, que han dejado la ciudad a los turistas, y la ciudad comenzará su baile de ritos. Ella también es una niña que nace, se desarrolla y muere en la orilla del mar manriqueño. Cada día tiene su afán, cada hora su ilusión, cada minuto sus siglos de tiempo en el reloj de Cernuda. Con la voz de Juanito Valderrama, que ya habrá tiempo para el vals de Mendelson.
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