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Sevilla

Momentos estelares en la historia de las Atarazanas

  • El historiador Pablo Emilio Pérez-Mallaína ingresa en la Academia de Buenas Letras con un repaso al papel del viejo astillero medieval y su relación con la ciudad

  • La defensa del Estrecho, el hostigamiento a Inglaterra, la salida de la circunnavegación y la epidemia de peste marcaron la vida del edificio

  • Todo sobre las Atarazanas de Sevilla

El catedrático de Historia de América Pablo Pérez-Mallaína, primero por la izquierda, ingresa en la Academia de Buenas Letras.

El catedrático de Historia de América Pablo Pérez-Mallaína, primero por la izquierda, ingresa en la Academia de Buenas Letras. / Marcos Pacheco Morales-Padrón

Cuatro momentos marcaron la historia de las Atarazanas del Guadalquivir, un edificio que ha sido testigo de la historia de Sevilla y que jugó un papel principal en la ciudad a lo largo de los siglos. El catedrático de Historia de América Pablo Emilio Pérez-Mallaína hizo este domingo un recorrido por la historia del astillero del Arenal durante su discurso de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras, en un acto que tuvo lugar en la sede de la institución, en la Casa de los Pinelo. 

"Cuatro momentos claves de la historia de Sevilla tuvieron en este viejo arsenal del Guadalquivir un testigo y protagonista de excepción", apuntó Pérez-Mallaína, que pronunció su discurso con la medalla de su "entrañable amigo" Ismael Yebra, "la suya, la personal". El historiador llevó al auditorio hasta 1340, en "plena batalla del Estrecho de Gibraltar contra los musulmanes", fecha en la que se produjo el primero de los episodios que considera claves para las Atarazanas.

Éstas se habían construido a mediados del siglo XIII con el objetivo del "fecho de allende, una especie de Plus Ultra medieval" para conquistar las tierras que estaban al otro lado del Estrecho. "Pero ya se sabe que la realidad es lo que ocurre mientras los seres humanos realizan planes para hacer algo diferente. En el norte de África había surgido un nuevo poder, el de la tribu bereber de los benimerines, así que en vez de conquistar allende, las galeras de las Atarazanas tuvieron que dedicarse durante cien años a la defensa de aquende, es decir, de la Andalucía cristiana, puerta de entrada de España y de toda Europa".

Apunta Pérez-Mallaína que en el trono de Castilla se sentaba por entonces Alfonso XI, "uno de los grandes reyes de la Reconquista, pero su oponente, el sultán meriní Abul Hasan, no le iba a la zaga en espíritu de lucha". Los musulmanes lograron conformar una flota que consiguió burlar el cerco de una treintena de galeras de las Atarazanas de Sevilla, reforzadas con varias naves del Cantábrico. "Las galeras eran excelentes naves de ataque a tierra, pero aquellos buques sin apenas cobijo no eran la mejor opción para realizar largos bloqueos en invierno, con lo que la mayoría de los tripulantes estaban enfermos y faltos de fuerza". 

Al mando de la flota cristiana estaba el almirante Tenorio, que tuvo un "final de leyenda" en la batalla contra los musulmanes. "Se mantuvo de pie en la popa de su galera capitana, sin dejar de sostener el estandarte, y allí fue recibiendo el saludo de sus parientes y vasallos, que tras besarle las manos, se lanzaban a morir en lo más reñido de la pelea". El almirante fue herido en la pierna y "su cabeza cercenada fue arrojada al mar".

Fue entonces cuando se reveló la "capacidad constructiva de las Atarazanas, que recompuso en buena parte el desastre" y aprovechó un "gravísimo error del sultán", que licenció su flota y desperdigó sus buques por el Mediterráneo. A finales de octubre de ese año, las galeras sevillanas jugaron un papel clave en la batalla de El Salado, al impedir que llegaran abastecimientos para el ejército enemigo, que cercaba Tarifa, para luego atacar la retaguardia musulmana.

El segundo momento clave de las Atarazanas llegaría en la guerra civil castellana de mediados del siglo XIV, entre Pedro I y su medio hermano bastardo, Enrique de Trastámara. "Don Pedro fue un verdadero entusiasta de las galeras y las utilizó para todo", desde la pesca de atunes hasta tender tramas a sus rivales. Utilizó las Atarazanas como cárcel para sus enemigos. En ellas estuvo preso el rey de Granada Muhammad VI y "vivió sus últimos instantes el almojarife mayor del reino Samuel Leví, acusado de desviar hacia su propia bolsa los dineros del rey".

"Pero don Pedro perdió la guerra y con ella la vida" y fueron sus partidarios los que penaron en las Atarazanas, al tiempo que las galeras partían hacia el canal de la Mancha a batallar contra los ingleses. Con ellas, Enrique II le devolvía a la monarquía francesa el apoyo que ésta le había prestado en la guerra civil. Fue así como Castilla entró en la Guerra de los Cien Años, "donde su papel fue acosar sin tregua los puertos británicos para impedir que desde allí se enviasen refuerzos al continente".

Citó Pérez-Mallaína el papel de la escuadrilla al mando de Ambrosio Bocanegra, doce galeras que derrotaron a una flota inglesa de 36 grandes naos, "uno de los triunfos más inapelables que ha alcanzado una fueza naval hispana contra los británicos". O el ataque a las costas inglesas de Fernán Sánchez de Tovar, que llegó a remontar el Támesis con una veintena de barcos para incendiar Gravesend, no lejos ya de Londres.

Detalla el historiador que aquella expedición "fue muy sevillana", con muchos caballeros de la ciudad alistados en las embarcaciones. El Cabildo Hispalense pagó tres galeras. La partida de los barcos "se envolvía en un brillante ceremonial, con actos religiosos, procesiones y música, algo a lo que los sevillanos han estado acostumbrados desde siempre".

Las Atarazanas entrarían a partir de mediados del siglo XV en una "imparable decadencia", pues no había guerras en las que emplear los barcos y las "ágiles y baratas carabelas" empezaban a suplir a las galeras, pues llegaban "más lejos y más rápido". El año 1493, fecha del tercer momento apuntado por Pérez-Mallaína en su conferencia, resultaría "crucial y simbólico, tanto en la historia de las Atarazanas como de la ciudad". Ese año, la pescadería principal de Sevilla se trasladó desde la plaza de San Francisco a una nave de las Atarazanas. Para los sevillanos, dice Pérez-Mallaína, fue una liberación, pero no dejaba de tener "tintes de deshonra" para un edificio en el que "antes se construían orgullosas naves de guerra y ahora se remojarían sábalos y sardinas".

Pero el regreso de Colón con "noticias de tierras al otro lado del Atlántico" convirtió a Sevilla en la "sede central de la expansión oceánica". Y aquello hizo que "los miles de metros cuadrados de naves cubiertas a pie de puerto se revalorizaran extraordinariamente". Fue precisamente aquí donde nació la Casa de la Contratación. "Por orden directa de los monarcas, las Atarazanas se convirtieron durante la edad de oro de la ciudad en la base logística de descubrimientos marítimos y expediciones de conquista". Entre todas ellas destaca, cómo no, la primera circunnavegación del planeta, que para el historiador, citando a Stefan Zweig, "constituye uno de los momentos estelares de la humanidad".

Describe Pérez-Mallaína "el trajín de costaleros que cargaban aquellas cinco naos", al igual que los accidentes de aquellos obreros anónimos a los que los "grandes maderos que manejaban les quebraban las piernas o seccionaban pies" y que terminaban pidiendo limosna a las puertas de las iglesias. Y luego apunta cómo entraban y salían de las Atarazanas los más exóticos productos indianos, como remedios para la sífilis y aparejos mineros con los que recoger el flujo de un volcán nicaragüense que el dominico Fray Blas del Castillo creyó que eran ríos de oro.

El cuarto y último momento clave del edificio del Arenal llegaría con la epidemia de peste que asoló la ciudad en 1649 y "terminó con la mitad de su población". "En las concentraciones humanas, como los corrales en los que se apiñaban muchos de los habitantes, el contagio fue más fácil, y las Atarazanas se habían convertido también en un verdadero patio de vecinos". Era un momento de declive, pues el tráfico comercial con las Indias había decaído.

Surgió entonces la figura de Miguel Mañara, hermano mayor de la Santa Caridad, que dio un giro de 180 grados al uso del edificio, que por entonces estaba dividido en más de 70 locales arrendados a veces por varias vidas. Había lonjas de pescado, casas de vecinos y almacenes. Mañara tardó diez años en hacerse con el alquiler perpetuo de cinco de las naves centrales, que la hermandad luego compraría al rey.

Pérez-Mallaína concluyó su disertación haciendo un repaso por los últimos momentos de las Atarazanas, desde su papel para reparar cañones empleados en el asedio de Gibraltar en siglo XVIII hasta la pérdida de las cinco naves del extremo sur en 1944 y el descubrimiento en el subsuelo de "un verdadero lago de mercurio". "Quiero terminar pidiendo a la inconstante diosa Fortuna que se termine mostrando benévola con las siete naves que resisten en pie junto al Postigo del Aceite. Se lo merecen porque son supervivientes de la Historia".

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