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Once contra once, Quevedo contra Góngora

Calle Rioja

El ingeniero y cofrade Abel González Canalejo cuenta en verso 22 historias de fútbol unidas en el libro ‘Poemario esférico’, desde la mano de Dios al gol de Panenka

El gol de Maradona con la ‘mano de Dios’ a Inglaterra de fondo en la presentación en el Labradores de ‘Poemario esférico’.

EL libro lo ha escrito un ingeniero sevillista, pero el título, Poemario esférico, fue idea de un arquitecto bético. El poeta es Abel González Canalejo (Sevilla, 1971) y el titulador Ángel González Aguilar, miembro de la Peña Esférica de la que forman parte un grupo de amigos compañeros de la empresa de ingeniería Ghenova.

Poemario esférico (Platero, entusiasta editorial con sede en Tomares) es el tercer libro de temática no cofrade de Abel. Los anteriores fueron Tumba de sal y Cineridos. En éste, como en el último poemario, las ilustraciones son de Lily Vaynilla. Hasta entonces, todo lo publicado era de asuntos cofrades, incluidos dos volúmenes editados por el Consejo General de Cofradías y sus colaboraciones en el boletín del mismo con el epígrafe de Cofrade raso.

El género en el que más se ha prodigado es en el del pregón: ha dado el de las Glorias, el de los Armaos de la Macarena, el de Capitanía, un pregón en Algeciras y en Madrid el de la hermandad de la Macarena y el Gran Poder. Tan amante de sus tradiciones que a su hija le puso en la pila de bautismo Ángela de la Cruz y a su hijo Marcelo Spínola.

Como buen ingeniero, a Abel González Canalejo le gusta construir puentes. El primero, para empezar, que no siendo ingeniero, este químico de profesión y vocación terminó trabajando en retos de pura ingeniería; el segundo, que no siendo nada futbolero, todo un ágrafo en la materia que sólo recuerda haber visto entero el España-Malta del 12-1 del 21 de diciembre de 1983, se adentró en la pizarra del entrenador, en el banquillo, en el centro del campo, en los vestuarios para hacer realidad este proyecto.

El futbolero de verdad es su hijo Marcelo, de 12 años, nombre de símbolo del Madrid y de atleta del sevillismo, Marcelo Campanal, sobrino de uno de los integrantes de la delantera stuka. Cada poema va precedido de una historia en la que este verso libre del balompié se ha documentado para parecer todo un especialista. No abandona el poeta que es porque con los 22 poemas que componen su Poemario, once contra once, como un partido de fútbol, ha elegido “once jocosos, golfos y canallas”, tributo a Quevedo, y otros once “más solemnes y melancólicos”, con la huella de Góngora. Conceptistas contra culteranos, tal vez Bilardo contra Menotti, Mourinho contra Guardiola. Un Quevedo jugó en el Cádiz, Valladolid, Atlético de Madrid y Sevilla; de Góngora no se tienen noticias balompédicas, pero su segundo apellido, Argote, sí jugó en el Athletic de Bilbao.

El fútbol son sus historias, sus protagonistas, sus nombres. La misma semana que Saramago sacó su novela Caín, Abel, mítico portero del Atlético de Madrid, fue cesado como entrenador del Celta de Vigo. En su anterior libro, Cineridos, entablaba un diálogo entre cine y poesía. En Poemario esférico recupera la película Evasión o victoria, de la que se ha dicho que es la mejor película sobre fútbol y la peor película de John Huston. El fútbol se escapa como el mercurio y es tan difícil de filmar como la Semana Santa. Un terreno en el que no ha tenido que documentarse porque las vivencias le vienen por añadidura.

Las alineaciones recitadas por megafonía por los muecines del estadio son como pregones, romances de ciego, aunque ahora con tantas rotaciones, pausas de hidratación y cambios a granel se pierde la épica de la lírica, esas alineaciones de carrerillas de los equipos de leyenda con los que de niños aprendíamos a fortalecer la memoria.

El autor de Poemario esférico pone también metafóricamente a pelear a tres autores que figuran entre los detractores del llamado deporte rey contra otros tres que siempre lo defendieron. Los alienantes contra los alineantes. Entre los primeros, Umberto Eco, Georges Orwell y Jorge Luis Borges, el único argentino al que no le gustaba el fútbol (de hecho se murió el verano de la mano de Dios de Maradona, título de uno de los poemas); entre los segundos, Mario Benedetti, Eduardo Galeano (El fútbol a sol y sombra es la versión futbolística de la educación sentimental de Flaubert) y Albert Camus. Un premio Nobel en cada bando.

El penúltimo de los poemas, El envase de Lopera, directamente relacionado con la festividad de los Difuntos, lo escribe como infiltrado el bético Ángel González Aguilar, el arquitecto, aunque el poema es de Abel. Mestizaje auténtico entre las dos orillas del río del fútbol en esta regata Sevilla-Betis de poemas. Es prosa poética, como decía Gil de Biedma de Ocnos de Cernuda. Y como hacía Eduardo Jordá, hincha del Mallorca, en su antología Doce lunas, cada poema va acompañado de su explicación de su contexto.

De esta forma, el lector antes de adentrarse en los distintos formatos del ingeniero poeta (romances, alejandrinos, décimas, sonetos, soleares) se encuentra los datos necesarios para entenderlos, sea el destape de Butragueño en la acción del españolista Job, santa paciencia, el penalti a lo Panenka, el fallo de Julio Salinas ante el impronunciable Gianluca Pagliuca, el pleito de genitales entre Michel y Valderrama que llegó hasta una chirigota del teatro Falla o la singularidad de Mágico González. Tan mágico como el realismo de García Márquez y Vargas Llosa juntos.

En este año que vamos a cerrar los 150 años del nacimiento de Antonio Machado, hay un poema cuyo primer verso remite a los ecos del Palacio de Dueñas: “Mi infancia son recuerdos de un foso de Sevilla”, poema que evoca el triste final de juguete roto de Rinat Dassaev que después de haber jugado cuatro Mundiales, fichó por el Sevilla y cayó en su coche al foso de la Universidad, como si quisiera reventar las elecciones a rector.

Hay poemas muy emotivos como el que dedica al heroísmo de Jesús Castro, portero del Sporting de Gijón, hermano de Quini, que falleció cuando se lanzó al agua para salvar a vida de un ciudadano inglés; o el epílogo sevillista de un poema dedicado a Pedro Berruezo y Antonio Puerta, que murieron uno en Pasarón (donde el árbitro Franco pasa a ser Franco Martínez) y otro tras caer fulminado en Nervión, a dos pasos de su casa. El remate final es de Antonio Agredano: “El fútbol es una vida resumida en noventa minutos”. Árbitro, la hora.

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