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La paradoja taurina del sur de Francia

  • Fiesta. Pasaron los Reyes Magos y llegan los toros. La Maestranza se prepara ante una nueva temporada, con el hemiciclo catalán convertido en tendido de objetores.

DESDE que Ricardo Cadenas basó su cartel de la temporada taurina en Pepe Luis Vázquez, no se había vuelto a presentar otra obra personalizada, inspirada en un diestro concreto. Es lo que ha hecho Luis Gordillo con el cartel que anunciará en todo el mundo la nueva temporada taurina. Vio torear a El Cid por televisión y después de una propuesta inicial que sonaba a portada de libro de Carnaval de Julio Caro Baroja, centró su collage en la faena del torero de Salteras.

Cuando alguien se pone a buscar justificaciones para algo no demuestra sino debilidad argumental. Es como si uno se sentara ante el Santo Oficio y recordara episodios de su vida que pudieran despertar la compasión del tribunal. La Inquisición ya se fue, los inquisidores no. No es justificación, sino mera descripción el vínculo de la tauromaquia con las artes. Basta con repasar la nómina de pintores que han participado en la encomiable iniciativa de los maestrantes -algunos, explícitos detractores- para encontrar motivos de sobra en esa afinidad, arbotantes con mucho fuste.

Sería ocioso y redundante repetir que sin Ignacio Sánchez Mejías igual la generación del 27 no habría existido por ser el torero, dramaturgo y psiquiatra quien los convocó. O evocar la amistad entre Valle-Inclán y Belmonte, el reto del gallego al Pasmo de Triana para que emulara el trágico final de Joselito. Más cornás da la literatura. O recordar el paseíllo que Rafael Alberti hizo vestido de torero en la plaza de toros de Pontevedra, la competencia del mítico Pasarón, coliseo balompédico.

El Cid y Morante de la Puebla se reunieron con José Antonio Griñán, presidente de la Junta de Andalucía, para implicar al Gobierno autónomo en la defensa de la tauromaquia. A mí no me gustan los toros, o no entiendo, para ser más preciso. Porque no podría decir categóricamente que no me gustan la música barroca o el estudio de los icebergs. De hecho, la única vez que fui a una corrida de toros en la Maestranza fue para pedirle un autógrafo al actor Dennis Hopper, que aprovechó su paso por Sevilla para acudir a una novillada. No me gustan, pero reconozco que es una manifestación que impregna las costumbres de la ciudad, hasta su jerga. La nómina de sus toreros, hasta los más humildes, se evoca con rictus de emperadores. Es el último refugio de las dinastías.

Hace un par de semanas vino de visita Juan Eslava Galán. Vivió muchos años en la Alameda, donde escribió buena parte de su obra. Con su nuevo riñón, se fue a Barcelona para estar cerca de su editor y sobre todo de sus hijas. En su libro 1000 sitios que ver en España al menos una vez en la vida aparecen diecinueve rutas por Sevilla capital, de la Casa de Pilatos al Alcázar, del mercadillo del Jueves al hospital de la Caridad. No aparece la Maestranza, pero sí los toros de Guisando, esas cuatro esculturas prehistóricas ubicadas en el término abulense de El Tiemblo. Apunta Eslava en su libro que esos cuatro toros cuatro de granito fueron en tiempos símbolos comuneros. Iconos del primer nacionalismo español, el de la Castilla profunda.

En Barcelona, Eslava Galán ha seguido de cerca la votación del Parlamento catalán para debatir en un futuro la supresión de los toros en toda la comunidad. Y en su afición a las paradojas, recuerda que ese empeño ha chocado con un obstáculo impensable: la afición cada vez más en auge a los toros en el sur de Francia, la contraespaña de los catalanes más carpetovetónicos. Una decepción para estos nuevos afrancesados, muchos de los cuales aprovecharán el AVE directo Barcelona-Sevilla inaugurado hace justamente un año -en ese viaje, con España nevada, inicié la lectura de Millenium- para estar el próximo abril en la misa abolicionista y repicando en el tendido.

Los maestrantes, a lo suyo. De Salinas a Gordillo. Pintores con apellidos de futbolistas. Ese Gordillo también abstracto en sus zancadas, collage de sí mismo, que hace ahora veinticinco años se fue del Betis al Madrid, de la Maestranza a las Ventas, del Polígono a Majadahonda. Al equipo donde jugaba un torero de Fuengirola llamado Juan Gómez, Juanito en los mentideros, único futbolista que fue a la selección jugando en el Burgos. El campo donde Rafael Gordillo, a orillas del Arlanzón, volvió a Primera después de su travesía verdiblanca del desierto. Patria chica del otro Cid, Rodrigo Díaz de Vivar, que dio la vuelta al ruedo en la piel de toro y cuando se cansó llamó al extra Charlton Heston.

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