DIRECTO Madrugá Sevilla en directo | Semana Santa 2024

El tiempo El tiempo en Sevilla para la Madrugada

Metrópolis | Plaza de la Mata

Calle y plaza: delta, dédalo y peineta

  • Cierre y apertura, una y muchas, lo singular y lo diverso. La plaza de la Mata o calle Mata según la zona une los domingos de la Alameda con los Jueves de la calle Feria. Alta Velocidad de desayunos de autor en la ‘estación’ de Santa Rufina

Plaza de la Mata en la esquina con  la calle Vulcano.

Plaza de la Mata en la esquina con la calle Vulcano. / Víctor Rodríguez

ESTÁ en el centro de la página porque Débora, nombre artístico de Fernando Santana Cruz de la Jara, es el centro físico, geográfico y sentimental de la Plaza de la Mata. En realidad nace calle en Peris Mencheta y se convierte en plaza para abrirse en un dédalo de calles –Joaquín Costa, Juan Pérez Montalbán, Marco Sancho, Santa Rufina–, en un delta, “como el delta del Okavango de Botswana”, dice José Luis Romero, que se ha llevado La Mata, el restaurante que abrió en 2005, a la Puerta de la Carne. Dédalo, delta y peineta. Analogía muy en consonancia con otra de las vecinas, Rosa María Martínez, extremeña de Cáceres, que llegó a la plaza de la Mata en 1992, en plena Expo, casa que había sido Dispensario Anti-Tuberculoso de la Alameda y rehabilitó Juan Ruesga, arquitecto que diseñó el pabellón de Andalucía. “Es como un farol, entra luz por todas partes”. En esa casa concibe, escribe y termina el libro El traje de flamenca, su tesis de doctorado en Antropología Social y Cultural.

Débora tiene su biógrafo y su retratista. El pintor se llama Enrique González Cotro, nacio en Wisconsin hijo de sevillano y chipionera y mañana presenta en la Casa de las Sirenas junto a otros personajes del barrio el retrato que ha hecho de Débora. Un transexual que compró la casa en la calle Vulcano, que tiene ese nombre desde 1869. Velázquez tiene calle en el centro, pero su fragua de Vulcano está en el corazón de la Alameda de Hércules. La vida de Débora es tan exagerada como la de Martín Romaña, el personaje de Bryce Echenique. Con catorce años se fue de su casa de la calle San Luis. Sus deseos de libertad no casaban en una familia con el padre militar y la madre directora de Prisiones. Le gustaba probarse los uniformes de las criadas, “casi todas eran de Riotinto y Aracena”. Se apuntó voluntario a los paracaidistas y desde Alcalá de Henares lo destinaron a la guerra de Sidi Ifni. “Vi morir a muchos compañeros”. 114 saltos de paracaídas en su currículum, destreza que le permite ser contratado de bombero paracaidista para extinguir fuegos en Canadá y en Australia. “Muchos muertos, muchos helicópteros explotando. Muchísimo peligro, pero pagaban en dólares”.

De la calle San Luis hasta la Alameda pasando por Canadá y Australia. Del fuego al agua. Se instala en la zona, “esto era el Barrio Chino”, en 1961, el año de la riada del Tamarguillo. De trabajar haciendo pedicura y manicura pasó a recorrer medio mundo como cabaretera. Actuaba de cantante –en dos ocasiones le trató la voz el doctor Muñoz Cariñanos– y haciendo strip-tease. El mapa de Andalucía es el de cabarets donde actuó: Pay-Pay de Cádiz; Copacabana de Córdoba; Rey Chico de Algeciras y de Granada; Oasis y Conga de Sevilla; Vista Alegre de Jaén. “En el de Punta Umbría conocí a Rocío Jurado y Pedro Carrasco”. Débora, icono de transformistas en Latinoamérica, jugó en los juveniles del Betis, “pero soy del Sevilla. En esa época el Betis estaba en Tercera, para ver al San Lorenzo de Almagro o el Barcelona había que ir al campo del Sevilla”.

Argos y Aldo no se pueden ver desde cachorros. Son los perros respectivos de LoloMilanés y Marcelo Culasso, vecinos de la plaza de la Mata, que todos los días saludan a Débora cuando vuelve de su paseo diario, siempre el mismo itinerario: Trajano, Corte Inglés, Tetuán en la ida, Sierpes en la vuelta. Lolo, malagueño, es productor en Canal Sur. Marcelo, argentino, vino a España el año que su selección ganó el Mundial del 86. “En 1994 me vine a la plaza de la Mata y me decían que estaba loco. El caballo daba sus últimos coletazos”. Tiene una tienda de marcos en la calle Feria. Compró un piso donde pasaron su infancia dos hermanos. El niño es taxista; la niña tomó los hábitos y es monja mercedaria. Pareja propia de una película de Martin Scorsese. A José Luis le gustan las esquinas. El local de La Mata con Peris Mencheta tenía puerta en esta última “pero yo la abrí en la Mata, la calle maldita y entonces apagada”. Por allí pasaron Cayetana Guillén Cuervo, Ana Belén, Miguel Poveda, Moncho Borrajo, Paco León, Assumpta Serna, Antonio de la Torre, María de Madeiros...

Ahora La Mata da nombre al restaurante que abrió el 16 de agosto, aniversario de la muerte de Elvis, en la Puerta de la Carne. Zona que protagoniza otra historia relacionada con este espacio tan singular. La cuenta Joaquín de la Peña, hermano mayor de la hermandad sacramental de Todos los Santos. 18 de julio de 1936. Tres de la tarde. Con las armas que había repartido la Guardia de Asalto en el cuartel de la Alameda, los más radicales se dirigen a las barricadas de la calle San Luis, el Moscú sevillano. Por Arrayán se topan con la iglesia de Ómnium Sanctórum. La víspera, en previsión de unos incidentes “que los olía todo el mundo menos el Gobierno”, sacaron todos los enseres. La Reina de Todos los Santos, obra de Roque Balduque, artista flamenco paisano de El Bosco, deciden llevarla a la fábrica de harinas de uno de los hermanos en la Puerta de la Carne. “Hubo que buscar a un taxista, que estaba en una de las casas de niñas de la plaza de la Mata. El libro de contabilidad de la hermandad conserva la factura del taxi, una peseta”. Cubrieron a la Virgen y salvaron un control en la Resolana diciendo que era una enferma que agonizaba y la llevaban al hospital de las Cinco Llagas, el mismo donde el 16 de junio de 1938 vino al mundo Débora. No sabe que ese día los seguidores de Joyce celebran el bloom’s day, pero sí le contaron que aquel tercer verano de la guerra el Corpus estaba en las calles de Sevilla.

Aquel año 92 a Rosa la casa se le llenó de invitados. “Con el Plan Urban se asfaltaron las calles y se puso alcantarillado”. La gente llegaba a Sevilla en los Aves que morían en Santa Justa. La estación más próxima es la de Santa Rufina, que también tiene su sistema de Alta Velocidad. En la calle Corredurías, antes Doctor Letamendi, donde está la cabeza del Jueves, hay un bar que se llama La Tostaíta Veloz. La plaza de la Mata acoge las últimas mancebías de la ciudad. “Son educadas, te saludan”, dicen los vecinos, con la única reserva a un lupanar que se sale de ese tiesto y vulnera horarios y modales. La cruzada es contra la botellona. “Cuando vuelve, volvemos nosotros. No somos asociación vecinal, sino un grupo en la sombra. La militancia es una servidumbre”.

La calle-plaza de la Mata, trastienda de la Alameda, está unida a ésta por las calles Vulcano, el rincón de Débora y de la heladería Freskura, hielos italianos para el fuego mitológico, y Belén, que debe su nombre a un antiguo convento cuyas monjas salieron definitivamente en 1837. En la actualidad donde hubo torno y clausura hay dos bares: Eureka y El Corte Maltés. En la Mata están El Hombre Bala y el bar Central, con un mirador fantástico hacia la Alameda, visión que cumple la cita de Odo Marquard con la que Rosa Martínez abre su libro: “El hombre es un ser festejante, un ser festivo que hace de la fiesta una moratorio de lo cotidiano”.

El local se llama Metáforas. “Éramos cuatro socios y le pusimos ese nombre porque éramos una metáfora de empresarios”, dice Fátima Ramírez Liñán. También por los veinte mil libros del patrimonio familiar. “Me quedé sola al pie del cañón. Volví de Cataluña, ser profeta en tu tierra supone trabajar diez veces más”. En el mostrador está Chantal, mexicana. Hay talleres de teatro, de pintura, de cine, “de todo menos de música por los vecinos”. La gente prueba la cocina y también va a leer, pintar o estudiar. Una chica lee en inglés Funny Girl, novela de Nick Hornby, el hincha del Arsenal que sublimó sus pasiones en Fiebre en las gradas.Todos los que pasan por el centro de la plaza saludan a Débora, que tras su paseo, de una y media a dos, se sienta junto al naranjo central. “Aprendí desde muy joven a quererme muchísimo. Es lo que me permitió sobrevivir en esta sociedad intransigente, a su ley implacable y sus congregaciones de la cobardía y el silencio”.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios