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Calle rioja

Los sastrecillos valientes

  • En una calle donde abundan los cierres, tres empleados con media de edad superior a los 60 años, cerraron... para abrir en otro local de Muñoz Olivé

El 30 de junio trabajaron en el número 3 de Muñoz Olivé y el 1 de julio ya estaban en el número 7. No se dieron ni un día de descanso. Cuando muchos clientes vieron el cartel de Se Alquila en Britto’s, un clásico de la ropa de caballero, se les pusieron de corbata. Hubo más de uno que para consolarse acudió al café más próximo y descubrió que Diego, Ignacio y Salvador, los tres mosqueteros de esta insólita historia, seguían al pie del cañón en una calle que se ha convertido en cementerio de comercios. 

Hace cincuenta años, Diego González e Ignacio Osuna eran dos chavales de 16 y 14 años que ya andaban entre telas, como medio siglo después. Esa lealtad a ellos mismos, a su propia historia, actuó como acicate para no tirar la toalla. Diego, 66 años, nació en Montellano y su padre, Juan González Figueroa, le señaló la senda del trabajo como dependiente de las Siete Puertas, en Puente y Pellón. Ignacio, 64 años, nació en Peñaflor. Su padre, Ignacio Osuna Ramos, era sastre en el pueblo donde se casó Blas Infante. El niño dejó muy pronto el colegio de doña Rosario y se fue a la novena provincia. A ganarse las habichuelas de la adolescencia en Ciudad de Gales, comercio textil de Barcelona. Tres años de emigrante y regreso a Sevilla.

En tan precoces afanes, Salvador González era todavía un niño y hoy es el tercer hombre de la historia. “Ellos son sastres y yo dependiente”, dice Salvador, el único del trío que nació en Sevilla. “Soy capitalino, no capitalista”. Mientras que compañeros de la calle iban colocando carteles de Se alquila o Se cierra, en Britto’s, contra viento y marea, colgaron otra frase: “Se ruega no hablar de la crisis”.

El encuentro profesional de estos tres jabatos se produjo en 1966 en Izquierdo Benito, referente del esplendor textil sevillano en la calle Sierpes. “Llegó a tener más de cien personas trabajando”, dice Ignacio de esta firma vinculada a dos hermanos sorianos que empezaron en Huelva y llegaron a Sevilla. “Antes de que llegara El Corte Inglés, no tenían rival en el gremio”. Primero los grandes almacenes y después la Expo le pusieron la puntilla a este clásico del vestir.

Los tres antiguos empleados de Izquierdo Benito se independizaron de la firma matriz en 1991, pero mantuvieron la principal de las lecciones: “La atención al cliente”. Esta aventura profesional tiene un ritmo de cábala. Pasaron del número 3 al 7. Son tres socios y el comercio da de comer a siete familias. “De esta quincallita vivimos las tres personas que trabajaban cosiendo, tres autónomos y el contable”, dice Salvador, sevillano del Tardón, que empezó muy joven, después de pasar por el grupo escolar Queipo de Llano, “vulgarmente el hospital de los Moros”.

“Cada tres meses pagamos nuestros impuestos. Somos contribuyentes al bienestar”, dice Salvador, “yo le pido con mucho respeto a nuestro alcalde que ponga la calle bonita, atractiva, para que venga la gente. Que le haga un Plan Renove. Aquí muchos han tirado la toalla, tiendas que han cerrado, más de veinte personas que se han ido al paro, y no ha venido nadie a manifestarse ni a ofrecer un plan Prever”.

No se lo pensaron dos veces y eso que han conocido las siete plagas de Egipto: la crisis en sus diferentes variantes local y global, la inflación, las diferentes burbujas, las obras, la peatonalización, hasta la vulgaridad. “El que se viste a medida tiene su propio prototipo”, dice uno de los sastres.

Se han alejado de Tetuán y han puesto su pica textil junto a Méndez Núñez. Le dan la vuelta a la frase que inmortalizó a este marino y se aferran a su barco sin perder la honra. Un barco que llevaron tierra adentro, como el legendario Fitzcarraldo, con una heroica mudá, en analogía cofrade de Salvador González, hermano de San Isidoro. “Nos tenían que ver. Ignacio lesionado de una pierna, mi hermano Diego con líquido en una rodilla y yo con una hernia, los tres arrastrando estanterías por la calle. La gente nos veía y decían que estábamos locos”.

De junio a julio. Invierten el refranero y para estos tiempos de turbación hicieron la mudanza. Una aventura más que contarle Diego e Ignacio a los cinco nietos que suman entre ambos. Con un título de cuento de los hermanos Grimm: Los sastrecillos valientes. Salvador ni es de pueblo, ni sastre ni abuelo. Es un chiquillo de 57 años que reivindica con alegría el derecho a la subsistencia de un gremio, de unos puestos de trabajo, incluso de una manera de conjugar la convivencia porque no otra cosa es la atención personalizada que se dispensa en este oasis con dos probadores, delicias de Fred Perry y Ermenegildo Zegna y metros camiseros.

El metro llegó a Britto’s mucho antes que al Prado de San Sebastián. “Ha habido momentos en los que la cosa se puso muy difícil”, admite Salvador, “pero una vez que nos metimos en la vorágine, nunca pensamos en tirar la toalla”. Mientras los dos sastres siguen con el periodista, el dependiente, el benjamín capitalino, atiende a una señora que pregunta por “una corbata de color frambuesa con tonos celestes”.

Es una manera de mirarle cara a cara a la crisis. Estos sastres han tomado la medida más valiente. Le han hecho el boca a boca al maniquí y han decidido que hacia atrás ni para tomar impulso. Se ruega no hablar de la crisis ni de fútbol. El hermano sastre es sevillista, el dependiente es bético.

“Nunca estuvimos metidos en ninguna asociación. Nuestro lema es trabajar, trabajar, trabajar”, dice Salvador González. Del 3 al 7. El destino de los impares. En el traslado han sorteado negocios que firmaron su rendición. Ellos no se rinden. Le harían un flaco favor a su pasado.    

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