La saturación de figuras: 167 estatuas en la ciudad

La agresión al entorno histórico, la poca calidad de los materiales y la falta de nuevos modelos dejan en entredicho la proliferación de esculturas callejeras en la ciudad.

La saturación de figuras: 167 estatuas en la ciudad
La saturación de figuras: 167 estatuas en la ciudad
Diego J. Geniz

28 de diciembre 2015 - 05:03

La última en incorporarse ha sido la de Antonio Machado, en la explanada delantera de la Casa de las Dueñas y debajo de la placa cerámica que recuerda los versos con los que el poeta sevillano evocaba su infancia en este palacio. Una obra de José León -quien realizó los moldes a principios de la década de los 90- que viene a integrar el listado de las 167 estatuas repartidas por la ciudad. Un amplio abanico de bienes patrimoniales que no ha estado exento de polémicas por la carencia de diseños nuevos, la ubicación y los materiales empleados en su ejecución.

¿Se ha llegado ya a la saturación de figuras en el viario hispalense? Para responder a esta pregunta hay que remontarse al siglo XIX, la época en la que nace el monumento público en las grandes ciudades como homenaje a personajes ilustres. En aquel entonces se levantaron estatuas a sevillanos como Velázquez y Murillo. Ahora se instalan para rendir homenaje a colectivos de la más diversa temática. Con Zoido se propuso el del costalero, junto al edificio del Coliseo, en pleno entorno monumental de máxima protección.

Desde la centuria decimonónica la polémica ha acompañado a muchos de estos monumentos. Dos de ellos, insertados hoy con total naturalidad en el paisaje urbano, fueron en su día objetivo de las críticas de grandes expertos. Es el caso del monumento a San Fernando y de la Inmaculada Concepción. El primero de ellos vino precedido de varios proyectos desechados que dieron como resultado una obra ecléctica que en su día tuvo difícil encaje en la Plaza Nueva. Para su inauguración, celebrada el 15 de agosto de 1924, se alargó el recorrido de la procesión anual de la Virgen de los Reyes.

El de la Inmaculada Concepción contó con el rechazo entonces de la Academia de Bellas Artes al entender que su ubicación podía afectar al paisaje conformado por la Catedral, el Archivo de Indias y la muralla del Alcázar. Sin embargo, la colaboración entre el arquitecto José Espiau y el escultor Lorenzo Coullaut Valera permitió integrar a la perfección el colosal monumento en el entorno, hasta tal punto que hoy no se concibe la Plaza del Triunfo sin él. A diferencia de aquellos años, en la actualidad se colocan monumentos en el viario público sin estudios previos ni adaptación alguna, hasta modificar el enclave (la mayoría de las veces con efecto negativo).

Otra de las características de la proliferación de estos monumentos es la tendencia a concentrarlos en el Casco Antiguo, donde se reúnen 41 figuras. Por encima, incluso, del Distrito Triana y Sur, pese a que en este último se localiza el Parque de María Luisa. Se constata, así, la predilección más que palpable por los enclaves históricos con valores patrimoniales para dotar de mayor contenido, significado e importancia a la obra. De ahí algunas de las últimas propuestas, como la referida del monumento al costalero o a los seises, para el que se ha solicitado la instalación de una escultura en la confluencia entre Placentines y Alemanes, frente a la Giralda. Ejemplo de esta preferencia por la zona monumental fue la escultura de Juan Pablo II, cuya ubicación primera se planteó bajo el magnolio de la Catedral. Tras las críticas originadas, finalmente se optó por colocarlo en una zona con mayores cautelas de protección, como es la Plaza de la Virgen de los Reyes.

La iniciativa privada, promotora en la mayoría de las ocasiones de estos monumentos, prefiere, de este modo, las calles del centro -transitadas por sevillanos y turistas a lo largo del día- que otros distritos como Nervión, Cerro-Amate o barrios tan amplios como Sevilla Este, donde el número de esculturas no llega ni a la decena. Estas zonas cuentan, además, con extensos espacios públicos libres de cualquier restricción patrimonial que no supondrían ningún problema. Frente a la escasez de figuras viarias en estos distritos, en el Casco Antiguo los monumentos invaden ya el acerado y los parterres concebidos como espacios de jardinería. Algunos enclaves merecerían, incluso, la denominación de "zona saturada de monumentos", como sucede en la Alameda de Hércules con las tres esculturas agrupadas al final de la calle Calatrava y que en su día ocuparon distintos puntos de este paseo público, o como ocurre en la Puerta de Jerez.

En el cajón quedan algunos de los proyectos que en su día se plantearon y que, por motivos de diversa índole, no llegaron a ver la luz. Uno de los más polémicos fue el promovido para rendir homenaje a Luis Cernuda por Jesús Aguirre, segundo marido de la duquesa de Alba y comisario del Pabellón de Sevilla en la Exposición Universal de 1992. La escultura propuesta en 1991 era la de un niño desnudo asomado a un balcón de la Plaza de Molviedro. Las noticias de la época relatan las críticas que surgieron en algunos sectores de la ciudad que llegaron a calificar este monumento como "exaltación de la homosexualidad" y hasta de "homenaje a la pedofilia". También algunos cofrades consideraron inoportuna la colocación de esta figura en un enclave por donde cada Semana Santa pasan varios cortejos penitenciales, entre ellos, el del Gran Poder.

Otra de las propuestas que han quedado en el olvido fue el monumento a las sevillanas ilustres, que planteaba colocar alrededor del estanque situado frente a la antigua iglesia de San Hermenegildo (en la Gavidia) la figura de doce mujeres de "reconocido prestigio" en la ciudad. El proyecto contemplaba reunir en dicho espacio esculturas dedicadas, entre otras, a Doña María Coronel, Carmen la Cigarrera o Santa Ángela de la Cruz.

Al margen de la temática o el diseño de los monumentos, un aspecto a tener en cuenta -especialmente por los técnicos de Urbanismo encargados de su conservación- es la idoneidad del material del que están realizados. En demasiadas ocasiones se abusa de los pedestales del denominado mármol amarillo Triana, que, expuesto a la intemperie, se deteriora con mucha rapidez. También se utiliza con más frecuencia de la debida el granito abujardado, que dificulta las labores de limpieza.

Sirvan dos casos de obras urbanas recientes que dificultan su mantenimiento o suponen un peligro para el viandante. Uno fue la fuente promovida por la Cámara de Comercio en la Plaza de la Contratación, cuyo diseño se encargó al artista gaditano Guillermo Pérez-Villalta, quien recurrió al cristal de Murano para elaborar ciertos elementos ornamentales. Los propios técnicos municipales aconsejaron a la institución cameral que se hiciera cargo de su conservación ante el elevado coste que tendría para el gobierno local asumir el mantenimiento de tan frágil material en una ciudad con altos índices de vandalismo. El monumento a la investigación del VIH, inaugurado hace varias semanas en la Alameda, constituye otro ejemplo de obra urbana en la que no se han tenido en cuenta aspectos como la baja altura que posee y las aristas vivas y huecos que la componen, lo que supone un claro riesgo en una zona muy frecuentada por menores.

Al margen de todos estos condicionantes, hay un factor que evidencia la poca conveniencia de esta saturación: la repetición de un modelo anclado en la estética decimonónica y regionalista que, salvo honrosas excepciones -como el grupo escultórico Muchachas al sol, de Antonio Cano Correa, o el Monumento a la Tolerancia, de Eduardo Chillida- carece de apuestas nuevas.

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