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Los sevillanos que no se quisieron ir

  • Microclima. El parque del Alamillo es el principal legado del microclima de la Expo. La falta de lluvias hace menos mullida la hierba, pero sigue siendo un territorio ideal para escapar del calor

Un hombre pasea por el Parque del Alamillo.

Un hombre pasea por el Parque del Alamillo. / Juan Carlos Vázquez

Qué hacer para mitigar los efectos de las altas temperaturas. En Bilbao los termómetros han subido tanto como en Écija. El norte ya no es lo que era. ¿Y el sur? Algo hay que hacer contra los estragos del Sol mientras los indios llegan al polo sur de la Luna. Vamos buscando sombras, como en esa lectura del libro de los Jueces donde los diversos árboles se van descartando para asumir el gobierno de las cosas: no quiere el olivo y tampoco la higuera, no quieren la encina ni la vid y finalmente es elegida la zarza para mandar hasta sobre los cedros del Líbano.

Vamos de la Alameda al Alamillo. En la Barqueta termina el paseo que ha sustituido a la molicie y la hojarasca en el paseo Juan Carlos I. Visualmente, es el gran legado del alcalde Antonio Muñoz. Su sucesor, José Luis Sanz, debería completar la obra desde la Barqueta hasta el puente del Alamillo. Nadie le mete mano desde hace más de tres décadas.

El parque del Alamillo es el pulmón verde que Sevilla se regaló a sí misma en la ampliación de la Cartuja para levantar la Exposición Universal de 1992. Una obra en la que se ve el oficio y la dirección técnica del ingeniero Adolfo Rodríguez Palomares, una especie de Forestier autóctono. Los sevillanos que no se quisieron ir, como los moros del poema de Fernando Villalón, aprovechan la caída de la tarde para ir tomando este territorio de impresionistas sin pinceles, sin catedrales de Rouen ni bailarinas de can-can. Con sus neveras, con sus fiambreras, ligeros de equipaje y preñados de expectativas. Gente que camina (la marcha nos ha dado cuatro metales en los mundiales de Budapest), que corre con cautela, que pedalea o simplemente que pasea. El ejercicio perfecto.

El río manso que se canalizó para frenar las riadas bravas termina cerca del Huevo de Colón. Hay chavales que entrenan al fútbol en este Colombino de san Jerónimo. Unos muchachos se divierten en la pasarela probando con las artes de la pesca. Es una forma ideal de cultivar la paciencia. Risas cómplices. Sobre el agua más que peces se ven patos y bajo el agua un número considerable de tortugas. Curiosa reserva.

Desde arriba, parecen medusas. Cruzamos la pasarela y elegimos la perspectiva de Bécquer, desde donde el poeta gustaba observar el monasterio de san Jerónimo. Ese monumento abandonado donde tuvo lugar el convite nupcial de Paquirri e Isabel Pantoja. El torero de vida capicúa (1948-1984), igual que Marilyn Monroe (1926-1962), murió como ella con 36 años, sólo dos más que el autor de las Rimas y Leyendas.

“No puedo recordar si las ranas croan a finales de agosto, que es el tiempo en que ahora estamos, sobre todo en veranos como éste, de tanto calor y tanta sequedad”. El autor se llama Josep Pla, está hablando del 23 de agosto, pero de 1919, en las páginas de ‘El cuaderno gris’. Un día que dedica a pasear por las calles de Gerona, de donde viajan a Sevilla unos cuantos futbolistas para jugar hoy en Nervión, aprovechando la parada del tren que le llevaba desde Palafrugell, en su Ampurdán natal, cerca de Palamós, hasta Barcelona.

Tanto calor y tanta sequedad. Como ciento cuatro años después. Pero el verde del Alamillo es socorrido y agradecido. La falta de lluvias lo tiene menos mullido, menos propicio para tenderse y contar las estrellas, pero sigue siendo un balón de oxígeno para la ciudad. Se oyen todavía los gritos disfrutones de las atracciones de Isla Mágica. El patio de butacas del Cortijo del Alamillo está casi lleno. El programa del verano es completísimo. El martes hubo un tributo a Serrat; el miércoles, números de magia; todos los jueves son Jueves Flamencos con los amigos de la Copla y la Fundación Cristina Heeren. Anteayer fue la noche de María Jiménez. Lunes y viernes, cine de verano. Hay cervecita, tinto de verano y selecta nevería.

En la entrada se ve una curiosa fotografía: la Macarena transportada a hombros de costaleros por el Alamillo, camino del estadio de la Cartuja, para la ceremonia de beatificación de sor María de la Purísima en 2010, tiempos del Papa Benedicto XVI.

El famoso microclima de la Expo que ingenió Valeriano Ruiz con un grupo de arquitectos está ahora en el Alamillo. Es el único reducto de un mínimo refrigerio. Tribus urbanas en formatos familiar, pandilla, vecinos o simple amistad se han hecho fuertes en los bancos que hacen de improvisados merenderos. Contemplan desde estos tronos a la intemperie, reyes de la pernocta, las zancadas de atletas que corren en grupo. Alguien les pregunta si son opositores para la Policía (te pueden suspender en salto de pértiga por no acentuar la esdrújula), pero uno de ellos dice que son deportistas del triatlón. Hacen el trívium de los deportes: nadar, correr y competir en bicicleta. Como esos patos que conviven con las tortugas, ánades capaces de volar, nadar y corretear. Dicen que por eso en algunos países les tienen mucha devoción. Yo se la tengo literaria a ‘El pato de Pekín’, maravillosa novela de Roger L. Simon que me recomendó mi amigo Mario García de Castro.

Podemos volver por el puente del Alamillo (de noche, desde la mitad, hay una vista impresionante de la Giralda), pero decidimos seguir por la avenida que limita con Isla Mágica. Este parque ocupa en torno al lago lo que fueron los pabellones autonómicos, que eran una mezcla de glosas góticas y románicas y templos con estrellas Michelín. El Teatro Central está frente al hotel Barceló. Es la distancia que en pleno 1992 recorrería Fernando Fernán-Gómez desde el teatro donde Rafael Álvarez El Brujo dio vida al pícaro creado por el actor, dramaturgo y novelista (finalista del Planeta cuando lo ganó Eslava Galán en 1987) hasta el hotel de tres dimensiones donde se alojaba. Y donde Fernán-Gómez me hizo una de sus mejores interpretaciones el día que fui a entrevistarlo y me mandó a freír monas con abundante bibliografía.

Las familias salen de Isla Mágica buscando el parking. El viaje al Iguazú, la Anaconda y los rápidos del Orinoco ha tenido que ser agotador. Enfrente, la Andalucía de los Niños, oculta como una ciudad prohibida.

Un trenecito como los turísticos espera a su pasaje frente a la sede de Canal Sur Radio, lo que fue el Pabellón de Andalucía que diseñara Juan Ruesga Navarro. Es un tren de la empresa City Sightseeing que en plena Expo puso en marcha Enrique Ybarra. Es para clientes del hotel Barceló que han pasado el día en Isla Mágica. La isla del tesoro de Stevenson con planos de Colón y de Magallanes. Nada nuevo bajo el sol. Calor y sequedad, como el agosto gerundense de 1919. En el Alamillo hay una giralda del siglo XX: el Pirulí de Radio Televisión Española. Los focos del Estadio de la Cartuja estaban encendidos. El jueves en Cartuja Center cantaba Trueno, argentino que es de Boca. Debería ser del Rayo, que va líder y es de Vallecas.

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