El síndrome de Oslo

SI un noruego hubiera aparecido el sábado por la Alameda, encontraría jóvenes portando la bandera de la República, costaleros de la cruz de mayo del Dulce Nombre, animadores del centro de Yoga Vida que abre sus puertas en San Julián. Y el domingo, vería a los niños disfrutar de un cuentacuentos en el bar República (sin banderas). Hoy empieza una semana de Noruega en Sevilla. Quizás por eso han bajado las temperaturas, por una cortesía hacia los nórdicos.

Una generación disfrutaba este fin de semana en cuatro escenarios distintos del monasterio de la Cartuja de Territorios. La generación precedente seguíamos el concurso de Eurovisión. España quedó tan mal. Penúltimos, pero por encima de Irlanda, el país que más veces ha ganado este festival. El sueño de Morfeo nos ha hecho euroescépticos.

Hay un curioso nexo entre las preferencias de ambas generaciones, Territorios y Eurovisión. A ambos pertenece el carisma impresionante de la representante de United Kingdom, Bonnie Tyler, que hace siete lustros era el hilo musical de mi servicio militar. Dicen que los vikingos entraron por el Guadalquivir en Sevilla y que a los dos días se marcharon. Los nórdicos volvieron a entrar en la Expo. El pabellón de Finlandia, con esa forma de quilla de barco, diseñado por cuatro jovencísimos compatriotas de Alvar Aaalto, es en la actualidad la sede de Fidas, la fundación de estudios del Colegio de Arquitectos de Sevilla. En el 92, Dinamarca ganó la Eurocopa de Suecia. La misma circunstancia, pero en el terreno de la música, se ha repetido 21 años después. Dinamarca ganó el festival de Eurovisión en la ciudad sueca de Malmoe. Por imperativos de esta crónica, me hubiera gustado que ganara Noruega. Ocupó un digno lugar.

Hay algunos puentes balompédicos entre Sevilla y Noruega. En el Sevilla jugó un portero sueco, Olsen, que además era cantante de ópera. Gordillo debutó en la selección española en el Molinón, el estadio del Gijón, en un partido contra Noruega. Hubo una época en la que la heredera consorte de la corona estuvo a punto de ser noruega, pero finalmente ha sido asturiana, como el título del príncipe con el que la casó Rouco Varela.

Un espigado futbolista noruego, Flo, le marcó dos goles al Betis cuando jugaba en el Chelsea. Tantos que hicieron inútil el tanto de Finidi en el partido de vuelta en Londres. Hay una editorial llamado Nórdica con una muy cuidada edición de sus libros. A las librerías españolas llegó hace años una historia novelada de la filosofía, El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, escritor noruego al que Fernando Savater acusó de plagio.

En la programación cultural de la semana de Noruega en Sevilla ocupa un lugar central la obra del dramaturgo Henrik Ibsen, fundamental en la formación del escritor irlandés James Joyce. Oslo es un modelo de urbanistas y arquitectos meridionales. Es la capital en la que se hace entrega del premio Nobel de la Paz, compartiendo con Estocolmo este olimpismo del meritoriaje. Es ciudad-insignia para las conversaciones de paz. Allí iniciaron su negociación el Gobierno colombiano y las guerrillas de las FARC, para continuarlas en Cuba. De los fiordos al Caribe, dos ofertas imprescindibles en el crucerismo mundial. España es un país nórdico del sur: el único por estas latitudes donde rige una monarquía parlamentaria. Noruega lleva el norte en su etimología y el frío en la matrícula de sus balleneros.

De bandera noruega era el barco en el que León Lasa, amigo del Gordillo que debutó en un España-Noruega, hace el viaje a la Antártida que pormenoriza en el libro que ha editado Almuzara. Un barco noruego con camareros filipinos en cuya lectura llegué a las Malvinas justo el día en el que moría Jorge Videla, cuya derrota en esa guerra insular fue un espejo moral de su derrota ante la humanidad. Detrás de la Thatcher, Videla. Los dos contendientes de ese conflicto de 1982 que cuatro años después se sublimó en un duelo balompédico.