La sociedad uniformada no quiere Uniformes

calle rioja

La tienda Cuadro, que ha cerrado nueve décadas después de abrir en 1934, ha puesto a la venta los bustos ‘desnudos’ de sus uniformes, espejos, percheros y escalera

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El escaparate de Cuadro, en la calle Alcaicería, ayer, con el género en liquidación.
El escaparate de Cuadro, en la calle Alcaicería, ayer, con el género en liquidación. / juan carlos muñoz

El próximo cartel de Fiestas Primaverales ya está hecho. Es un retrato estremecedor de la ciudad deshabitada. En ese museo que son las calles del caserío más señero de Sevilla, una pinacoteca de las puertas abiertas, le han quitado el Cuadro y sólo le han dejado el Marco. Streaptease en la calle Alcaicería. Desguace gremial. Volaron los uniformes, los atuendos de los oficios, las vestimentas de los empleos, y sólo queda un desnudo integral. Hay un par de señoras que se llevan sendos bustos, como maniquíes de Berlanga, en la cesta de la compra.

Después de 91 años y cuatro generaciones, ha cerrado Cuadro. La aventura profesional que comenzó allá por 1934, el año de la Revolución de Asturias, un cordobés llamado José Cuadro Diéguez que quiso probar fortuna en Sevilla. Hace nueve décadas, el peso de la agricultura era muy superior al de la industria y se tenía que notar en el repertorio de trajes. Un vestuario para una película coral, un Doctor Zhivago de Andalucía la Baja, un My Fair lady de la Tierra de María Santísima.

Se venden los bustos a 20 y 10 euros; un Espejo por 70; percheros, a 20 euros; un burro a 20; una escalera con ocho peldaños, 60 euros. A siete euros con cincuenta el peldaño. Hasta su cierre definitivo, era inevitable detenerse ante el escaparate para ver unos trajes que cobraban vida, que han conocido reformas y revoluciones: la agrícola, la turística, la industrial, la de las costumbres. Quizás la más silenciosa es la que se lo ha llevado por delante. En esta sociedad cada vez más uniformada, exigencias del pensamiento único, el uniforme no goza de predicamento. Se ve como una antigualla, una subordinación, un rescoldo de los menesteres de gañanía.

Pierde muchísimo la calle Alcaicería con esta nueva esquela en el organismo vivo que es una ciudad. “Otro negocio que se va…”, dice alguien que acompaña la frase de una expresión malsonante. La rutina de las exequias comerciales, la muerte lenta amortiguada por la grandilocuencia de los discursos y los buenos propósitos.

El vestido es una servidumbre de quienes no pudieron resistir las tentaciones del árbol del bien y del mal. Ahora el mundo te tienta de otra manera, con paraísos muchas veces artificiales, efímeros, para caer en la cuenta de que al final el rey siempre va desnudo. Cuadro Diéguez arrancó en plena República. Un cordobés en Sevilla. A dos pasos está la calle Córdoba, con acceso lateral al patio de los naranjos del Salvador. Esta calle se inauguró en Sevilla el mismo día que Córdoba rotuló una de sus calles con el nombre de Sevilla.

Uno de los últimos mohicanos habla con un vecino de la calle. Complementos López. “Nosotros somos más jóvenes, abrimos en 2010”. Los dos años, 1934 y 2010, hubo Mundial de Fútbol. Uno en Italia y otro en Sudáfrica, el del gol de Iniesta a Holanda. Menos de futbolistas, tenían trajes de casi todas las profesiones. Hasta del clero. Por la calle Alcaicería, camino de sus quehaceres pastorales, sube Alfalfa arriba Geraldino, canónigo y párroco de san Isidoro.

Justo frente a la tienda Cuadro, en los pares de Alcaicería, hay otro cartel con la losa ‘Liquidación por jubilación’. Se trata del negocio AH de Complementos. La Vieja Amiga, como llamaba el poeta Fernando Ortiz a Sevilla, va perdiendo sus señas de identidad. De tanta tienda dedicada a la venta de recuerdos, se va a terminar olvidando de sí misma.

Esta calle une la Alfalfa con la Plaza Jesús de la Pasión, que conserva el nombre de plaza del Pan con el que se conocía cuando Luis Cernuda, junto a la droguería de su familia, la retrató en Ocnos. El cierre de una tienda tiene el mismo valor de pérdida emocional, de lastre cultural, que el destierro de un poeta. Del Pan a la plaza de la Alfalfa, como un itinerario para don Quijote con Rocinante, el Cid con Babieca, Juan Ramón con Platero o mi amigo Iván, cochero de caballos, con alguno de los cuadrúpedos de los que se vale para enseñarle la ciudad a los turistas.

Bocadillo en el callejero, Alcaicería unía las plazas del Pan y de las Carnicerías

Es como un bocadillo en el callejero. “La calle pasa desde la plaza del Pan a la de las Carnicerías”, escribe Félix González de León en su Noticia Histórica del origen de los nombres de las calles de Sevilla. En ese mismo libro explica el nombre de la calle Alcaicería. “Así se llamaban los sitios de tiendas principalmente donde se vendía la seda bravía o en rama, y no en otra manera de tejido; de las muchas tiendas que había en esta calle así de loza sevillana, como de juguetes y figuras de barro, tomó el nombre que lleva”.

No es una calle especialmente larga, pero es fundamental en su privilegiada posición. Un nexo entre el punto donde la ciudad se abre y donde se encapsula. En tiempos llegó a cerrarse de noche con unas puertas que estaban colocadas sobre un arco que había en la entrada, rematado con una imagen de la Inmaculada Concepción.

No está todo perdido. Quedan clásicos de la ciudad. La pastelería Los Angeles, otro escaparate nada recomendable para la mujer de Lot; la sombrerería Antonio García, que está en los pares y en los impares. Un complemento perfecto para los trajes de Cuadro, aunque en este caso la guillotina ha dejado incólumes las cabezas y ha seccionado el tronco. Está también Molina, Capirotes a medida desde 1814. O la Repostería Portuguesa Lisboa, firma que data de 1834. Están de obras en el bar Europa, en la primera de las Siete Revueltas. Este Mekong de callejas que termina en Alonso el Sabio antes Burro. ¿A qué se referirá el burro que venden en Cuadro por veinte euros? En la segunda acepción del Diccionario, después de animal solípedo, dícese de la “armazón compuesta de dos brazos que forman ángulo y un travesaño que se puede colocar a diferentes alturas por medio de clavijas”.

La calle Alcaicería se llamó antes Alatares, “que lo tengo por nombre árabe”, dice González de León. Vendedor de perfumes, o de drogas y especias, apunta el Diccionario de la Academia.

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