Sevilla

Las tortugas no son tan lentas

  • Campaña de sensibilización por las amenazas de extinción de un tipo de tortuga gigante

La tortuga Chelo, en Plaza Nueva.

La tortuga Chelo, en Plaza Nueva. / Belén Vargas

Es la que sale en la película Nemo. Su nombre científico es Careta Careta, popularmente tortuga boba. Chelo nada en el acuario de Sevilla entre tiburones, mucho menos lesivos para su supervivencia que los agentes de origen humano que están a punto de convertirla en especie en vía de extinción. En las bodas de plata de Curro, una mascota caracterizada como la tortuga Chelo -su nombre es un homenaje a su condición de quelonio- llegó a la Plaza Nueva por la Avenida, procedente del Acuario. Allí esperan que Chelo, originaria de Cabo Verde, madure sexualmente con una tortuga varón, Nando, aféresis de Fernando Magallanes, para que sus crías sean devueltas al medio marino.

Susana Montero, responsable del proyecto de Tortugas Marinas, llegó con la causa de Chelo acompañada de empleados del Acuario. Marinera en tierra, como el poema de Alberti, la supervivencia de esta especie cosmopolita que sólo le tiene alergia a los fríos polares se pone en peligro cada vez que arrojamos a la playa una lata de plástico, un pañal al inodoro o cogemos el coche en vez de utilizar el transporte público y la bicicleta. "Estamos mucho más cerca del mar de lo que creemos", dice Susana Montero, "las pequeñas acciones que tomemos en el día a día influyen en los océanos".

Ni plásticos ni decibelios, a la inversa que el mítico programa musical de Radio 3. Una bolsa de plástico dejada en la playa terminar siempre mar adentro. Las tortugas bobas se alimentan de medusas. Es curioso que este animal que simboliza la inmortalidad se convierta por una perversión ecológica en agente de mortalidad. "La tortuga confunde la bolsa con la forma y los tentáculos de las medusas, se le forma un tapón y no puede tragar".

La mascota venía cubierta por una red para simbolizar el peligro que también supone el deficiente uso de las artes de la pesca. "La tortuga es un reptil y tiene que salir al aire para respirar, se puede enganchar en el sedal o en las redes". Había pocos niños porque la embajadora de Chelo llegó en horario escolar. El azul de los jóvenes del Acuario se mezclaba con el naranja de los trabajadores de Lipasam que protestaban en la puerta del Ayuntamiento. Uno de ellos se hizo una foto con la tortuga. "Se la voy a enseñar a mi nieto". Chelo y Nando son dos de los alicientes de los que visitan el Acuario. A final de mes devolverán al medio marino, aguas de Almería, a cuatro tortugas en fase de crecimiento.

La tortuga humana se dio un paseo por las calles Tetuán y Sierpes para denunciar que el 95 por ciento de las causas de su vulnerabilidad proceden de los humanos a los que tanta gracia le hacen estos animales. La delegación de Chelo llegó con media hora de retraso, a velocidad de tortuga. Por eso nadie se fue ni se inquietó. Una apología de la lentitud, esa virtud a la que el psiquiatra Jaime Rodríguez Sacristán le dedicó todo un tratado.

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