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Lérida

Un tricornio en la columa Durruti

  • Arturo Duque Casas. Vino de la Barcelona olímpica a llenar de contenidos el Pabellón de la Nevagación. Trabajó con La Fura dels Baus y con los novísimos del cine catalán. Es Cortijo consorte.

NACIÓ en la única provincia catalana sin salida al mar, pero Arturo Duque (Tárrega, Lérida, 1956) lo compensó con creces: para llenar de contenidos el Pabellón de la Navegación de la Expo del 92, este artista y estajanovista de la comunicación le dio la vuelta al mundo viendo puertos de Venezuela, Cuba, Holanda, Estados Unidos, el Congo. La estela de Conrad y Mutis.

Celebra su cumpleaños el día de los Enamorados. Buen pretexto para enmarcar junto a los topónimos de la provincia de Lérida, Tárrega, donde nació, Guisona, sus primeros pasos escolares, la historia de amor de sus padres. Un militar canario de Lanzarote, Félix Duque, que llegó a Sariñena (Huesca) con el ejército de ocupación, en sustitución de un hermano casado, y le hizo tilín a Manuela Casas, una aragonesa que con su madre, la abuela de Arturo, habían sido las cocineras de la columna Durruti.

Las dos Españas en la sangre del tercero de los cinco hijos del militar que después se metió a guardia civil y la cocinera. Andalucía le llegó en fogonazos. Primero, con diez años, cuando al padre lo destinan a Cádiz, a Puerto Mayorga y a Jimena de la Frontera, incluido un castigo disciplinario en Cañada del Peral, en Punta Paloma. Allí descubre la España profunda, mujeres de negro bañándose en la playa, los niños repartiéndose la morralla de los pescadores, la estela del contrabando en la calidad de los transistores y las mermeladas.

Barcelona y Sevilla comparten un sustrato de ciudades de apertura. Cuando llenó de contenido el continente de Vázquez Consuegra, indagó en la Sevilla que fue "la Nueva York del siglo XVI, en la que entraba lo mejor y lo peor de toda Europa". Un choque cultural parecido al de pasar de la Barcelona "tardofranquista y premoderna a pueblos a los que todavía no había llegado la Segunda República". Sus primeras inquietudes profesionales tienen como ámbito las Ramblas, un oasis de libertad en un país cetrino. "Los trenes Sevilla-Barcelona iban llenos de camareros y de albañiles andaluces, pero también de cantaores, palmeros y guitarristas". Al cinturón rojo de Cornellá y San Adrián del Besós se añade el triángulo de Cadaqués, Sitges e Ibiza. Acento andaluz con el sello de Nazario y Ocaña, "una homosexualidad libre, chocante, frente a la homosexualidad de Cataluña, de gabinete y garitos de la alta burguesía".

Acento andaluz en los artistas, en la ebullición del flamenco. "En la Costa Brava, antes que a la Costa del Sol, llega un turismo al que hay que venderle la noche. A Ava Gardner no le vas a dar a las dos de la mañana una sesión de sardana". Antes que él nacieron Hortensia y Juan Manuel, ambos en Canarias. Pintora y robótico, respectivamente. Después, Andrés, que nace en Huesca, y Rosa, en Barcelona. Como él, dedicados a la comunicación, "el sector junto a la construcción más vapuleado por la crisis".

En Tárrega sólo vivió quince días y por quince días no conoció a Paco Cortijo, el padre de Ana María, su cómplice profesional y sentimental. "En Barcelona, un socio mío, Félix Riera, era coleccionista de arte y había venido a Sevilla a comprar obra de Cortijo, mezcla de Picasso y Goya". Disfrutó del legado de Lola, la viuda del pintor, "la última dama republicana de Sevilla, como la llamó al morir Antonio Burgos".

Es la mitad de Cortijo y Asociados. "Yo soy Asociados", bromea. El amor lo devolvió a la ciudad que descubre profesionalmente en 1985, cuando llevaron en coches de caballos a agentes de seguros del Grupo Vitalicio a celebrar las bodas de diamante. Esa firma restauró la estatua de Bécquer, donaron al Parque de María Luisa un par de ejemplares de cisne; cubrieron el busto de Dante Alighieri con un turbante de terciopelo rojo del que salía una alfombra del mismo color.

El hijo del canario y la aragonesa anotó en Sevilla los puntos suspensivos a un bagaje audiovisual con músicos como El Último de la Fila, artistas como Soledad Sevilla o Eva Lootz; colaboración en tres espectáculos de La Fura dels Baus, que utilizaron las nuevas tecnologías, sofisticadas pirotecnicas y piruetas de montañismo para expresar "los viejos miedos y las viejas alegrías".

En el cine colaboró en la confirmación de nuevos valores -María Ripoll, Jaume Balagueró-, repescó directores de culto, algunos instalados en la publicidad, las bodas y comuniones o el cine porno, para versionar trece cuentos de Pere Calders con el título de Crónicas de la vida oculta.

Su Expo, "el último gran acontecimiento analógico", empezó en 1990. Vivía en la calle Abades, desayunaba en el bar Giralda y en la Torre del Oro cogía un barco que le dejaba en el embarcadero del Pabellón de la Navegación.

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