barcelona-sevilla fc · la crónica

Envoltorio sin regalo (2-1)

  • El Sevilla no desentona en el Nou Camp, pero no encuentra premio a su mejoría tras el descanso.

  • Berizzo logra anular el factor Messi con la marca de Pizarro, que acercó el sueño.  

El Sevilla salió derrotado de su visita al Nou Camp, algo que no es una sorpresa por la extraordinaria dificultad que entraña puntuar en casa de un equipo como el Barcelona, pero en el cómputo global de la noche no desentonó, que era lo que en parte se le podía pedir a Eduardo Berizzo como segundo supuesto en caso de encajar una derrota que, para qué vamos a engañarnos, era previsible.

El plan del entrenador argentino funcionó a medias, que no es poco en un escenario como éste, pero no completarlo siempre lleva aparejada la frustración de una derrota, que –dicho sea de paso– tampoco es poco. Sí queda el consuelo de que, a diferencia de otras comparecencias en el templo de Messi y sus sacerdotes, no fue una estridente derrota, una amenaza que quizá sí sobrevolaba en el húmedo ambiente barcelonés durante una primera mitad en la que el equipo de Valverde sí desarboló por momentos el sistema defensivo nervionense. Pero el Barça no estuvo lo acertado que acostumbra y puede decirse que el Sevilla llegó vivo, o relativamente vivo, al descanso. Suficiente para que dar un ligero paso adelante sirviera para ilusionar de alguna forma al sevillismo, que soñó con algo que llevarse a la boca con el golazo de Pizarro que respondía al de Alcácer. Pero luego los mismos desequilibrios que se generan de querer salir en un campo que se hace tan grande como el coliseo culé se convirtieron en el peor peaje posible, y un robo hacia delante de Escudero no encontró la cobertura adecuada en su costado y acabó en el segundo de un delantero que repudia media España y que muchos clubes quisieran en su área.

Y, mezclándolo todo, puede decirse que a Berizzo le funcionó el plan y ese mismo plan acabó siendo la cena del Barça. Logró anular el factor Messi con la marca por todo el campo del mejor hombre de blanco, Guido Pizarro, pero eso mismo puede decirse que fue lo que lo condenó.

Porque el problema del Sevilla está en la forma de defender, no en las piezas ni en el número de pivotes que elija alinear un entrenador que niega, como San Pedro, a su dios para que el gallo cante a la primera en la inmensidad del Nou Camp. Este Sevilla desordena su sistema defensivo porque se estructura en unas marcas fijas –si Berizzo no quiere que se digan marcajes individuales se respeta su criterio– que para cualquier rival resulta sumamente fácil descontrolar. Salió con la figura de tener a los medios centro cerca de su par asignado. Está claro que una cosa es lo que se dice en una rueda de prensa y otra cambiar de golpe y porrazo el funcionamiento de un modelo que es el que ha traído al argentino a dirigir al vestuario del Sevilla, guste o no guste.

Pizarro seguía a Messi y N’Zonzi a Rakitic para que cuando éstos recibieran estuvieran lo más cerca posible de su zona de influencia. Es el primer mandamiento de la filosofía Bielsa y es mucho más claro en partidos ante rivales que exigen esa vigilancia constante que al final acaba generando espacios a poco que el contrario mueva inteligentemente los peones. El Sevilla consiguó anular a Messi mucho más de la mitad de lo que todos los equipos querrían, pero tampoco hay que olvidar que el Barca, como todos los equipos (o casi todos), juega con 11 y los que suelen vestir la misma camiseta que el crack argentino no son cojos.

Para empezar, Valverde movió ficha con dos puntas para impedir la salida cómoda del Sevilla y, con ello, que le discutiera la posesión del balón. Y luego simplemente esperó a que las marcas fijas que suele ordenar Berizzo desordenaran ellas solas su sistema defensivo. Rakitic se retrasaba o se iba a un costado y por el centro aparecía Iniesta donde ya no estaba N’Zonzi; Jordi Alba hacía lo propio cuando el manchego arrastraba a Corchia al centro... un continuo trasiego de trayectorias poco naturales de futbolistas que incluso a veces parecían desentenderse del balón.

Y eso no sólo ocurrió en el Camp Nou. Es un mal que persigue a este modelo de juego, que ante el Spartak, por ejemplo, en pleno dominio local obligaba a los centrales a salir de su zona para cometer faltas al borde del área. Ante el Barça, a los dos minutos de juego ya había caído en la trampa con una salida de Kjaer ante Luis Suárez. La verdad es que el Sevilla salió bastante desajustado y, aunque se fue componiendo conforme pasaban los minutos, el inicio fue sencillamente aterrador, con dos ocasiones ya muy claras antes de los cinco minutos de Messi y Luis Suárez.

Pizarro celebra el tanto del empate. Pizarro celebra el tanto del empate.

Pizarro celebra el tanto del empate. / EFE

Está claro que es un riesgo que se corre en este escenario, en el que sí es verdad que el Sevilla no esperaba encajar el primer golpe de la forma que lo hizo, con un error burdo de Escudero al querer controlar un balón largo en diagonal con Alcácer a su acecho.

Un gol en contra en el Camp Nou pesa, por así decirlo, como un 3-0 en cualquier otro estadio y los que han pisado esa hierba lo saben. Pero el Sevilla, con el tiempo que pasó desde ese desafortunado lance hasta el descanso, quizá tardó demasiado en entender su nuevo rol dentro del partido. Muriel era como una isla arriba, mal ayudado por Sarabia y mucho peor por Jesús Navas, pero sin el acompañamiento también de los pivotes que seguían preocupados por estar cerca de sus pares, Messi y Rakitic.

Pero la cosa tuvo un giro que pudo ser radical al inicio del segundo tiempo, en el que Berizzo ordenó tapar con un poco más de pecho descubierto las líneas de pase en la salida de Ter Stegen, Piqué y Umtiti. Los resultados, aunque tímidos, llegaban a animar a los nervionenses. Posesiones más largas, errores forzados y robos en zona de riesgo para el Barça que Muriel no acababa de aprovechar a veces precipitando el tiro. Hasta que algo parecido con Sarabia como protagonista acabó en un córner que cabecearía de forma impecable el hombre al que Berizzo le había guardado otro papel, el de secar a Messi.

El partido ya era otro y el Sevilla, sin tirarse a tumba abierta, sí se creyó que podía hacer daño al gigante azulgrana, que, claro, también sabe jugar a la contra. Piqué avisó con un balón al larguero y el Sevilla moría en la orilla en un robo de Escudero que no tuvo la vigilancia idónea por parte de sus compañeros, quizá más pendientes de una marca que de una zona. Fue un ilusionante envoltorio sin regalo dentro.

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